lunes, 15 de febrero de 2010

Sobre con gormiti : 2,90 euros.

En el Opencor voy cogiendo los sobres de los gormiti intentando descubrir cuál tienen dentro. Me doy cuenta de la poca información que me dan los dedos, capaces sólo de decirme si el gormiti oculto es grande o pequeño.

-Poco ayudáis - les digo a los dedos.
-Pues más que la nariz o los ojos.
-Ya.
-¿Y a quién buscamos?
-A Polypus, señor de los mares.

Polypus, que tiene nombre de enfermedad que se cura con pomada o de primer ministro griego, era, hasta hace poco, parte de la familia. Se había convertido en el gormiti favorito de Daniel sin que él mismo fuera capaz de decir por qué, como realmente sucede con todo lo que en esta vida nos gusta. Desde fuera era uno más en el cajón de los gormiti, pero algo debía de haber en ese monstruo del océano con cabeza de pulpo que le fascinaba.

Selecciono los sobres y los tanteo con cuidado, intentando descubrir alas, picos o varios brazos, según un método de eliminación, como esas doctrinas filosóficas que tratan de buscar a Dios por lo que no es : no puede ser un zapato olvidado en la cuneta, no puede ser una señal de Stop doblada por un choque, no puede ser un patio de colegio vacío. Les suplico a mis dedos que me den más información, pero ellos empiezan a quejarse de la presión.

-Necesitamos tiempo.
-Pero no hay tiempo.

No, no hay tiempo porque la vigilante del Opencor está a mi lado, mirándome de una forma extraña, como intentando saber si lo que hago es legal o no. Si estuviera haciendo lo mismo con las manzanas de la frutería seguro que ya me habría dicho algo. La vigilante debe tener unos cincuenta años y aunque lleva el uniforme de la empresa de vigilancia, tiene aire de cocinera, como si entre ronda y ronda por la tienda se pasara por el horno de la pastelería a preparar tartas. El poli bueno y malo en una persona, capaz de amenazarte con la porra o de ofrecerte un trozo de tarta de chocolate. Me la imagino cogiendo a algún chorizo por la oreja y llevándoselo a la puerta mientras le saca una botella de whisky de un bolsillo.

-Buenas tardes - le digo.
-Buenas tardes.

Las palabras son las mismas, pero lo que ella me dice es que deje los sobres y lo que yo le respondo es que acabo enseguida, que es una causa de fuerza mayor. Debería llevármela a un bar cercano y contarle la historia de Polypus y del mercado negro que los enanos han desarrollado en su clase. Daniel se lleva todos los días al colegio un gormiti para cambiarlo. En ese trueque va aprendiendo varias cosas importantes sobre la exigencia del deseo, sobre la habilidad para seducir con argumentos, sobre la amistad, sobre la importancia de insistir, sobre la capacidad de engañarte cuando algo realmente no te gusta o sobre las derrotas. Una mañana se llevó a Polypus y lo cambió por un pequeño gormiti de cabeza de cocodrilo y aspecto inofensivo al que parecía que no le hubieran alimentado bien de pequeño y que en el mundo de los gormiti se limitara a hacer tareas administrativas mientras los demás se partían la cabeza unos a otros. Al llegar del colegio y ver el cambio, nos sentimos un poco defraudados. Supongo que todos los padres valoramos cada cambio como si en él se escondiera alguna pista sobre el futuro de cada niño. Daniel insistía en que sí estaba contento con el gormiti funcionario, pero por la forma de decirlo sabíamos que sólo lo hacía para quedar bien con nosotros.

Durante los días siguientes seguía diciendo que todo iba bien, como el primer ministro griego ante las autoridades europeas al hablar de su economía, pero vimos que empezaba a hacer dibujos en los que siempre aparecía Polypus y hablaba de hacer figuras de él con arcilla que iban a quedar mejor que el de verdad. La historia del primer amor por un gormiti.

-Bueno, nosotros nos rendimos.
-Venga, un último esfuerzo.
-Es que esto es como atrapar una mosca en una habitación a oscuras.

La que si tiene la mosca de la oreja es la vigilante, que se va acercando poco a poco. Con esa mirada sería capaz de hacer que Hannibal Lecter se arrepintiera. Me van entrando ganas de ponerme de rodillas y empezar con la larga lista de mis pecados, retomándolos todos desde mi última confesión, lo que sería como ponerse a barrer una playa. Una de las opciones que se me habían ocurrido era la de darle un billete de veinte euros a Daniel para que se lo ofreciera al nuevo dueño de Polypus, pero eso me parecía un poco violento y además no estaba muy claro en manos de quién estaba ahora. Era más escurridizo que el Halcón Maltés. Un día lo tenía uno y al día siguiente otro. Estábamos en medio de una novela negra de la que poco sacábamos en claro, con una lista de sospechosos que modificaba cada día. Lo único seguro era que en mi versión particular no dejaba de aparecer Scarlett Johansson, siempre obediente.

Al final decidí dejarme de atajos y tratar de encontrarlo en su sobre. Por eso estoy ahora aquí, cada vez más nervioso, con la presión más y más agobiante sobre mis hombros y con la violenta necesidad de reconocer mi culpa. Que caiga sobre mí el castigo y que sea lo que Dios quiera.

-¡Busco a Polypus! - le digo.

La vigilante se convierte en pastelera y después en abuela joven que se me acerca y me pasa la mano por la cabeza, dándome a entender que hay faltas más graves que ésta y que lo importante es aprender de los errores.

-Pero es que estos sobre son de la tercera serie y Polypus es de la primera - me dice la abuela.

La miro con devoción y admiración. Quiero una abuela como ésta. Me rindo a su sabiduría. Si Bill Viola estuviera aquí, habría convertido este momento en una parte de alguna obra suya. “La revelación en la isla de Gorm“. “El adiós a Polypus“. O algo así.

Cojo un sobre y camino, más liviano, hacia la caja.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Real como la vida misma.