miércoles, 26 de mayo de 2010

Libro de Gerónimo Stilton : 7,95 euros.

Frente a la oferta de libros de Gerónimo Stilton, Lucía actúa con una meticulosidad adulta que admiro y que me asusta. Me pide que le vaya enseñando los títulos uno a uno, sin saltarme ninguno, con el cuidado de un inspector de hacienda reclamando todas las facturas del IVA. Aparta los libros que le gustan para hacer una segunda selección ya definitiva de la que saldrá el ganador.

A veces me imagino que todos nacemos con veintisiete palabras que ya definen nuestra vida y que parte del juego consiste en saber si a A corresponde a Anoréxico, Ambiguo, Amable o Asturiano, por poner un ejemplo. Las gitanas que te tiran de la mano, mejor que interpretarla, harían bien en jugar al pasapalabra para anunciarte que detrás de la D está Defraudador, Donante o Divorciado. Eso nos ayudaría bastante a orientarnos a los que pensamos que llevamos la N de novelista sin sospechar que a todo lo que vamos a llegar es a hacer de Negro para algún personaje televisivo. Viendo a Lucía amontonar sus libros elegidos, creo que su I no es la de Impulsiva.

-Ahora ve leyéndome éstos.

Es la primera vez que veo un libro de Gerónimo Stilton. Por lo que me ha contado Lucía, algunos compañeros los utilizan para aprender a leer y les gustan. Leo títulos como “La sonrisa de mona ratisa” o “El misterioso manuscrito de Nostrarratus”. Todas parecen aventuras interesantes, aunque, como adulto, ves que los temas no son originales y que en el fondo hacen como las cadenas de comida rápida, que añaden dos espaguetis a la hamburguesa de siempre y te crean la “Magnífica italiana”. Con la edad, ese efecto placebo de las palabras va perdiendo eficacia hasta que te encuentras en un punto en el que nada te estimula y añoras esos años en los que leías “Magnífica italiana” y te imaginabas que entre tus manos ibas a tener la esencia de Italia, como si callejearas por Roma en una Vespa agarrado a Sofia Loren.

-Éste me gusta.

“El amor es como el queso”. De la serie de más de treinta libros, repasados y analizados, Lucía elige éste. No voy a negar que me siento un poco incómodo y que temo que alguna alta carga del ministerio de igualdad ande cerca para descubrir deslices como éste.

-Eso le pasa por contarle esos cuentos hormonados que les asignan los perfiles tradicionales.
-No. Lo único hormonado en casa es el pollo y ya lo miramos de otra manera desde los ensayos del doctor Morales.

Lo que es cierto. Sería importante que se nos escuchara a los que tenemos mellizos de distinto sexo cuando se habla de la influencia del entorno. Siempre les hemos tratado igual, buscando juguetes con los que pudieran jugar los dos porque, temas pedagógicos aparte, es más barato. De haber habido un intento de manipulación, este se habría basado en mi odio a todo lo relacionado con el mundo de las muñecas porque me parecen seres que sólo se sienten completos cuando pierden un brazo, un ojo o un mechón de pelo.

A pesar de mi esfuerzo por mantener alejados a las muñecas de casa, Lucía ha conseguido, no sé cómo, hacerse con las cinco muñecas con las que se mete todas las noches en la cama y a las que me hace besar antes si quiero recibir un beso suyo de buenas noches, como vengándose así de mi actitud. Sé que los seis se ríen cuando apago la luz y que, como venganza, planean nuevas estrategias para llenar de rosa una casa en la que lo único de ese color era ese pastelito que forma parte de mi particular historia gastronómica.

Así que sospecho que hay algún gen que se encarga de esto, que hace que, como nos cuentan sus profesoras, las chicas prefieran pintar mariposas y jugar entre ellas mientras los chicos dibujan Gormitis y corren detrás de un balón, como leones hambrientos persiguiendo a una liebre. Es el gen al que le gustan Hello Kitty, las pulseras de colores, los rotuladores con gel brillante, las canciones de Nena Daconte, los platos en forma de corazón con dibujos de las princesas Disney, las cintas y las diademas para el pelo, los leotardos, los zapatos de colores y las capuchas. Es también el gen que hace que rellene un dibujo sin salirse y sin dejar nada en blanco, que memorice todo antes que su hermano, que exija que la ropa esté conjuntada, que los objetos se encuentren en su sitio, que se fije en si su madre lleva pendientes nuevos y que sepa dónde está todo en la casa.

-¿Seguro que quieres éste?
-Sí.

Me lo dice con la rotundidad con la que Mourinho debe soltar una charla en el vestuario cuando su equipo va perdiendo. Quizás todo se deba a que, gustándole tanto, en su juego particular, la Q no sea de Querer, sino de Queso.

lunes, 24 de mayo de 2010

Trimestre de natación : 165 euros

Resulta difícil hacerse a la idea de que, mientras en un laboratorio Craig Venter ensambla un genoma de forma artificial para implantarlo en una célula, Belén Esteban se queja ante el jurado de un programa de baile en televisión de que no le valoran su esfuerzo. Me doy cuenta de que me cuesta mucho unir esos dos hechos y de que hay algo que falla, como si quisiera ponerme un guante en un pie.

Acabo de leer la noticia sobre la creación de la vida sintética mientras mis hijos están en su clase de natación de los sábados. Hoy tienen un profesor nuevo, que sustituye a Rodrigo, y que va acumulando ejercicios con la contundencia y la seriedad del que apila tomos de la Enciclopedia Británica. Cuando pasan delante de mí, me miran como si quisieran saber qué mala obra tienen que borrar con cada largo que hacen, frotando hasta no dejar señal. Desde la puerta de cristal en las que estoy les sonrío y muevo la mano como si despidiera a un familiar mayor que se marchara de turismo a un pueblo cercano, sin emociones, pero sin problemas. No puedo hacer nada más por ellos, sólo esperar a que la media hora del reloj pase rápidamente.

La imagen de Belén Esteban se cruza con la fotografía de Craig Venter sin razón aparente. Siendo admirador incondicional de Adamsberg, el comisario de Fred Vargas, debería sospechar algún motivo oculto para esa aparición, pero lo único evidente es que picar de la televisión puede ser malo. Hay cosas que uno se echa a la boca y que al estómago le cuesta mucho digerir, esforzándose hasta que, quizás en este mismo momento, se niega a continuar y se las devuelve a la cabeza con el sello de "destino desconocido, devuélvase al emisor".

Del periódico a la piscina y de la piscina al periódico. Los corchos que marcan las calles son parecidos a las cadenas que ilustran la noticia del genoma. Como ellas, entre largas series de piezas azules hay tres blancas, marcando las uniones. En cada calle hay una profesora con un grupo de niños, cada uno a su nivel, y es entonces cuando me doy cuenta de que el problema está en que quiero meter a Belén Esteban y a Craig Venter en la misma calle cuando cada uno, realmente, vive en su propio tiempo y velocidad, aunque a Belén Esteban también se la pueda considerar una forma de vida artificial. Hoy es 22 de junio del 2010, pero uno se encuentra varios años por delante y, la otra, por detrás.

En este instante, hay realidades que van a muy distinta velocidad en un contraste que cada vez se va haciendo mayor, lo que convierte en real la frase de que hay otros mundos que, efectivamente, están en éste. Por un lado, gente como Michio Kaku y sus programas de divulgación en la BBC, anunciando en una entrevista que en veinte años crearemos cualquier tipo de órgano vivo para sustituir los enfermos y por otro a un aspirante a famoso agarrándose los huevos delante de la cámara.

Esa diferencia de velocidad permite que el deseo de viajar en el tiempo ya está al alcance de cualquiera. Lo puedo experimentar en ese mismo momento, en lo referente a la economía, viendo el anuncio de un Full HD para ver la televisión en tres dimensiones y leyendo la noticia de la intervención de Cajasur, controlada por la Iglesia, a la que se le dan 550 millones de euros para que, como el lobo del cuento de los cabritillos con la tripa llena de ladrillos morosos, no se hunda en el río después de haber pedido 596 millones de eurs el año pasado. Un rescate que dobla la cantidad que este año, por ejemplo, se concede en el programa Avanza de I+D+i. , siguiendo la política de avanzar, sí, pero remando hacia atrás. Parece que el pasado no desaparece, simplemente se va frenando sin detenerse del todo mientras se van creando nuevas capas.

El problema es que uno tiene que elegir en qué calle quiere nadar. En las lentas, la profesora es amable, te da un pato rojo para que juegues y te echa agua con una regadera de plástico amarillo. En las rápidas, te encuentras dentro de un vértigo y una exigencia que te agota, destruyendo y creando al mismo tiempo, como un grupo de soldados de élite que avanza por zona enemiga borrando las huellas.

La clase termina sin que hayan dedicado ni un minuto a jugar. Mis hijos vienen por el borde de la piscina agotados. Es lo que hay, pienso, es lo que os espera. El único consuelo es que ya sabemos que los que viajan a más velocidad se mantienen más jóvenes que los que se quedan detenidos en el tiempo, por muchas operaciones de cirugía estética que se hagan.

-¿Dónde os apetece comer hoy? - les pregunto.

Pensar tanto me da hambre.

sábado, 15 de mayo de 2010

Pediculicida : 11,50 euros

Acabar con los piojos de Daniel fue sencillo, como mandar a los GEO a desalojar un motín en una guardería.

-Los osos de peluche con las manos donde las veamos y las tetinas de los chupetes hacia abajo.

En el caso de Lucía, fue complicándose día tras día hasta dejarnos con la moral del que pretende hundir un portaaviones lanzando bolas de helado. De alguna forma, los piojos lograban sobrevivir a cada redada, dejando liendres dispuestas a ocupar los cargos que quedaban vacíos, como en una estructura mafiosa. Esa cabeza, que tan bien conocíamos, se había convertido en un conjunto de callejuelas de un barrio napolitano con vigilantes en cada esquina dispuestos a dar la señal de alarma.

Poco ayudaba el pelo largo de Lucía. Con el de Daniel, corto, fue como soplar en la casa del cerdito vago y ver a los piojos salir cabizbajos como los jugadores de un equipo que pierde una final. En el de Lucía saltaban de un pelo a otro y si se acercaba un poco el oído se les podía escuchar imitando el grito de Tarzán.

-Cabrones.

Después del baño la cepillábamos pensando que ya habrían desaparecido pero seguíamos encontrándolos, desafiantes, dispuestos a demostrarnos que, pasara lo que pasara, ellos seguirían en la tierra cuando nosotros fuéramos un recuerdo. Nuestra moral iba disminuyendo cada día al mismo ritmo que la suya subía. La moral, como la energía, no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Las cenas, después de comprobar nuestro fracaso, transcurrían en silencio, con Bob Esponja y Patricio de fondo.

No era sólo el tema higiénico. Nos preocupaba que su profesora nos volviera a llamar por teléfono para avisarnos de nuevo y nos sacara la tarjeta roja. ¿Qué padres íbamos a ser si no podíamos acabar con los piojos? ¿Cómo íbamos a poder ayudarla con lo que pasaba dentro de su cabeza y perdíamos la batalla con lo que sucedía fuera?

Durante la cena pensábamos en posibles soluciones.

-Podríamos comprar un perro e invitar a los piojos a cambiar de residencia.
-Voy a prohibir que veas los dibujos de tus hijos.

La negativa de Lucía a cortarse el pelo también era más débil cada día, pasando de la consistencia de un ladrillo a la de un flan, hasta que una noche, a la repetida sugerencia de que teníamos que ir a la peluquería, asintió sin decir nada. Era una pequeña victoria con cierto sabor a derrota. Para ganar teníamos que perder algo nosotros, lo que hacía más lejano ese momento en el que pensábamos que íbamos a darnos un paseo por una guardería con la única preocupación de no pisar una figura de Pocoyó.

Para compensar esa pequeña derrota nos dirigimos a la farmacia a por un tratamiento definitivo. No se trataba sólo de acabar con los piojos, sino de limpiar esas callejuelas de Nápoles, de borrar las sospechas de la profesora de Lucía, de terminar con nuestro cansancio, de recuperar nuestra moral, de reivindicar nuestra soberanía sobre ese pelo y, sobre todo, de vengar esa obligada visita a la peluquería.

-Quiero algo que haga que Tarzán quiera mudarse a una ciudad.

La farmacéutica nos sacó una cajita con un gesto que convirtió a la farmacia en el laboratorio de armas de James Bond. Al lado de la marca aparecía la palabra pelucilicida, que evocaba silenciosas operaciones de agentes secreto.

-Sólo hay que usarlo una única vez – dijo la farmacéutica.

Camino de casa la llevaba en el bolsillo con la confianza que Harry el Sucio debía sentir al notar el peso de su Mágnum. Me leí las instrucciones con atención para estar a la altura de la tecnología pelucilicida que tenía en las manos.

“Los piojos y las liendres están provistos de unos orificios llamados “espiráculos y opérculos” que son capaces de cerrar herméticamente al entrar en contacto con el agua y que pueden tardar en abrir entre seis y doce horas; por lo tanto, cualquier tratamiento que realicemos estando éstos cerrados, será una pérdida de tiempo”

Ahora comprendía la magnitud del problema. Estaba contento por haber encontrado una solución definitiva. Tras explicar cómo aplicar la crema, advertía

“Es posible que aún después de haber retirado el producto de la cabeza se puedan ver a simple vista piojos con movimientos lentos y descoordinados. No se preocupe (en negrita), esto suele suceder con algunos piojos más resistentes, pero en cualquier caso, morirán en unas horas sin necesidad de repetir el tratamiento”

Cuando, por fin, llegó la noche seguimos las instrucciones obedientemente. Aplicamos la crema al pelo de Lucía y después lo protegimos con un gorro de plástico para que hiciera efecto.

Me acerqué a ver qué se escuchaba.

-¿Se oye algo?
-La cabalgata de las walkirias.

sábado, 8 de mayo de 2010

Corte de pelo : 11,20 euros

Aunque la peluquería es mixta, la zona de los hombres sólo tiene dos sillones, el suelo sin barrer, un Marca con la foto de Cristiano Ronaldo, y El Mundo. Me siento en el borde de una de las sillas con cierta sensación de culpa, como si el encargado que me ha atendido, en vez de decirme

-Pasa ahí, que enseguida te atendemos

me hubiera dicho

-Castigado a la sala del fondo.

Me intento concentrar en Cristiano Ronaldo y en la crónica del partido contra el Mallorca, pero de la zona de las mujeres llega un bullicio compartido y un intercambio de risas, con el fondo de varios secadores a máxima potencia, que me lo impide. Parece que estuvieran celebrando algo y que cortarse el pelo fuera una excusa para verse en ese salón de varios sillones, espejos, revistas de moda y peluqueras jóvenes y delgadas que preparan mechas, lavan el pelo y aconsejan sobre el corte con la profesionalidad de quien controla todo sin aparente esfuerzo. Todo eso lo veo en los segundos que me conceden hasta que me dicen

-Castigado a la sala del fondo.

digo

-Pasa ahí, que enseguida te atendemos.

Con dos o tres Cristianos podríamos jugar varias ligas a la vez. Pienso que así se amortizaría muy pronto lo que se gastaron en él. Voy a seguir con otro artículo del Marca pero pierdo el interés en la segunda frase. Ahora entiendo a esos animales que instalan en el zoo y que no se acostumbran a pesar de que se les da todo lo necesario para que se sientan cómodos. Soy el oso hormiguero recién llegado al que han puesto junto a las panteras, que hoy están de cumpleaños.

Pasa el tiempo y llego a temer que se hayan olvidado de mí, que para las peluqueras pasar a la zona de hombres sea como abandonar una actuación en la Scala de Milán para cantar versiones en una boda. Justo cuando estoy a punto de dejar en la mesa el periódico y marcharme, entra una peluquera.

-Vamos a ver. ¿Cómo lo quieres?

Sé que mi respuesta no esta a la altura de su pregunta, que me lanza como quien realiza una apertura desafiante en el ajedrez esperando un movimiento estimulante y que yo, en vez de mover ficha, arrojo al tablero un par de dados de juguete.

-Corto.

En la zona de las panteras las respuestas deben ser retos que animan a las manos a proponer soluciones que logren que, a pesar del cansancio, haya siempre algo de juego en lo que se hace. Hay un par de segundos de silencio, durante los que mi respuesta bota varias veces como un balón que cae en un patio en el que no hay nadie. Si tuviera pelo, si fuera más joven, si mi coche estuviera tuneado y me recorriera La Castellana con el "I gotta feeling" de los Black Eyed Peas a todo trapo, tal vez le hubiera señalado la fotografía de Ronaldo y le hubiera dicho

-Como él.

Pero no es el caso y tampoco voy a mostrarle a Gregorio Manzano para que me deje igual a pesar de que haya hecho un trabajo tan bueno con el Mallorca.

-Entonces te meto la maquinilla. ¿Al dos o al tres?
-Al dos.

Ya que no puedo ser original, por lo menos que se me vea atrevido, a pesar de que no sé qué diferencia hay entre el dos y el tres. La pone en marcha y veo cómo empieza a caer el pelo, cada vez más gris. Ella esta seria, yo estoy serio y temo que de un momento a otro entre un cura a confesarme y un funcionario, tratando de mostrarse cercano, me pregunte qué es lo que quiero comer en mi última cena. La cena en la celda se convierte, de repente, en banquete de boda.

-¿Una boda? - me pregunta la peluquera.
-No
-Es que Mayo es el mes de las bodas y las comuniones. Yo tengo tres este año.

Empezamos entonces a hablar de bodas, de ritos, de Galicia, de las tapas por el centro, de los sábados que no se trabaja. Mantenemos una conversación anárquica mientras ella va poniendo un poco de orden en mi cabeza, que es lo que voy viendo en el espejo. Empiezo a parecer una persona organizada con la cabeza como las mesas de un restaurante de lujo a punto de abrir en vez del suelo de la plaza de un pueblo después de las fiestas. Eso es lo que veo mientras ella termina y me pasa un cepillo por el cuello para quitarme los pelos.

-¿Te lo lavo para quitártelos mejor?

Le digo que sí y en ese momento sé por qué me sentía culpable al sentarme en esta silla. Es la primera vez que le soy infiel a mi peluquero de toda la vida. Tengo muchas excusas para justificarme pero ninguna es definitiva como una jugada de Ronaldo. Que si está más cerca, que si hoy no tenía tiempo, que si así recojo pronto a mis hijos. Como los balones largos que el portero lanza cuando no hay ninguna estrategia.

La peluquera empieza a lavarme el pelo con un masaje ordenado. Repasa cada zona de mi cabeza sin prisas, dedicándole tiempo. Me sorprende sentir unos dedos distintos en mi pelo. En cierto modo, consigue que mi propia cabeza me parezca diferente, que descubra algo nuevo.

-Queremos estas manos todas las mañanas - me dicen cientos de pelos.
-Y yo - les respondo. Toda la vida pensando que el champú es lo importante y en este momento me doy cuenta de que lo fundamental es lo que no te venden, las manos que te dan el champú.

Estaría más tiempo ahí sentado, con la cabeza hacia atrás, pero es probable que la peluquera quiera tener hijos, y alimentarlos, y conocer mundo, y descubrir nuevos restaurantes, y celebrar decenas de fiestas de año viejo y enseñar a sus hijos a leer, a elegir universidad y más tarde a recoger a sus nietos de la guardería. Sólo por eso me levanto obediente cuando me dice que ya está.

Me lleva de nuevo al primer sillón a secarme el pelo. Ese lavado de pelo es la excusa definitiva que puedo darle a mi peluquero. Por un momento he entendido por qué están de fiesta las panteras, por qué se reúnen, por qué no necesitan leer la prensa deportiva y por qué se buscan mil cosas que hacerse en el pelo.

sábado, 1 de mayo de 2010

Guía de los graffitis de Banksy en Londres : 10,99 libras.

Del cielo, en cuestión de segundos, cae una tromba de agua decidida y densa que corta las conversaciones, elimina todos los demás sonidos, y obliga a los paraguas a abrirse en una resistencia inútil y a los pies a andar deprisa, después a correr y, por último, a saltar entre los charcos. Los que no nos adaptamos a esta coreografía vespertina en Londres nos arrimamos a las paredes lamentando la poca protección que conseguimos mientras buscamos dónde meternos.

La salvación, como tantas otras veces, la ofrece un Waterstone´s a unos pocos metros. Dentro de poco a la propia librería se la llevará otro chaparrón, el digital, pero ahora todavía es algo consistente, con unas puertas que cruzar y libros que curiosear mientras el diluvio se convierta en algo más doméstico a lo que pueda llamarse lluvia. Por un momento he tenido el impulso de buscar parejas de animales y de meterlas en un taxi en dirección a algún barco de madera anclado en el Támesis. Ya a cubierto, con la ropa empapada, empiezo a tranquilizarme.

Y lo primero que veo, a la izquierda, es un libro de Banksy. "Banksy locations & Tours". Ese era el libro que buscaba sin saberlo. La librería me lo ofrece como el mago que al final del truco te tiende la carta que habías visto al principio, con la diferencia de que yo ya no recordaba la carta ni que Banksy era inglés y que había pintado muchos de sus graffitis en Londres. La portada del libro logra que todo me venga a la cabeza de golpe. Me entran ganas de aplaudir por el truco, de felicitar al autor, pero al único que tengo a mano es al dependiente de la caja, que parece lamentar, por la forma en la que me coge el libro de Banksy, que le hayan puesto junto a la zona de los libros turísticos que sólo atraen a extranjeros que abren la boca únicamente para comentar :

-¡Qué buen tiempo!
-La lluvia en Abril hace que florezcan las plantas en Mayo - me responde - Y yo tengo muchas plantas.

Bueno, la lluvia no es buena para el humor. Está claro que con mi comentario aparentemente inocente me he metido en un carril de sentido contrario. Anoto mentalmente que no debo volver a bromear sobre el tiempo en Londres. Quizás hubiera sido mejor algún comentario sobre la calificación de la deuda griega.

-Pues parece que los mercados siguen desconfiando de los bonos griegos.
-Es que necesitan una señal seria en forma de un plan fiscal decidido.

El amante de las plantas me tiende la bolsa con el libro con un gesto con el que me deja claro que él debería estar junto a las obras clásicas, ayudando a educadas y elegantes filólogas a encontrar esa edición que logra la precisión en cierto verso de Safo.

Una vez que salgo a la calle, la lluvia ha desaparecido. Quedan algunos paraguas abiertos por una cuestión estética, porque sus reflejos en las aceras mojadas excitan a los objetivos de todas las cámaras. María y yo aprovechamos para darnos un paseo por el Covent Garden, donde vemos que han preparado una pálida paella de la que sirven pequeñas raciones a cuatro libras. Junto a las mesas de los que comen paella están los que beben y ahí me fijo en una mujer sola, en una banqueta alta, al lado de una mesa con seis hombres. La cámara me pide que la saque.

-Venga, rápido - le digo.
-No me metas prisa, que ya me he perdido la foto de los paraguas reflejados.

A pesar de haber hecho miles de fotos con ella, mi cámara me sigue reprochando las fotos que he tenido delante sin sacarla de la bolsa. No sé si llevarla a algún tipo de terapia.

-Ya está.
-¿Ha salido bien?
-Creo que sí.

A pesar de tener la oportunidad de comprobar el resultado en la pantalla, prefiero verla más tarde en el hotel. Un gesto que tiene sus raíces en los tiempos del revelado. Muy cerca me encuentro con un pequeño puesto que vende reproducciones de algunos graffitis de Banksy. No me cuesta nada decidirme por tres dibujos. Me fascina la capacidad de sorprender que tiene, su habilidad para denunciar sin caer en el tópico y la gran variedad de temas que critica.

-Espera a que haga yo las fotos de los dibujos - me dice la cámara.
-Ya, pero éstas están muy bien.
-¿Para qué tienes la guía? - me recuerda.

Tiene razón. Estamos en crisis, los bonos griegos serán dentro de nada bonos basura y hay que mirar el dinero. Dejo las tres láminas en su sitio y decido empollarme la guía al llegar al hotel, a lo que me dedico apenas me quito los zapatos y me siento en la cama.

Es entonces cuando descubro que prácticamente todos los dibujos de la guía tienen el status de buffed, pulido. Es ésta una guía de algo que ya no existe. Ni la "Girl with ballon", ni el "Snorting copper" ni "The maid" existen ya (Buffed, faded, gone, pasted over, hard to see, como si tuviera en las manos una relación del quién es quién de la política española). El libro deja de ser una guía para convertirse en el catálogo de una exposición ya desmantelada, lo que no sé si me gusta o no. Después de todo un día andando, estoy demasiado cansado para decidirlo. Lo dejo como un asunto pendiente para el desayuno de mañana.

-Tendrías que haberte comprado las tres láminas - me dice la cámara desde la mesa.
-Parece que no lamentas haberme convencido entonces.
-No mucho.
-¿Una venganza por no dejarte hacer la foto de los paraguas?
-Más o menos, aunque venganza es una palabra muy seria.
-Se me están quitando las ganas de recargarte la pila.

Sí pienso que Londres debería mimar a alguien como Banksy y, ya puestos, que en Madrid nos vendría bien tener a alguien como él. Sus dibujos atraerían turistas, le añadirían un toque de humor a las calles y animarían a la gente a caminar, buscando la última obra en cualquier rincón. Quizás sería necesario poner a un vigilante al lado de cada dibujo para protegerlo, como hacen con los rinocerontes en algunas reservas para mantener alejados a los furtivos, pero sería una buena inversión. Un Banksy madrileño, además, obligaría a los demás grafiteros a subir su nivel por un tema de amor propio. Como hacía Zidane con los equipos en los que jugaba.

En su primer dibujo podría utilizar el escudo del Inter en una de las ruedas de la Cibeles, por poner un ejemplo.

-Femenino, singular – me dice la cámara.
-¿Qué? -El título de la fotografía de la chica sola del Convent Garden.
-Vaya, gracias. – si la llevara a terapia tal vez perdiera la habilidad de encontrar títulos como éste - Ven, que te recargo la pila.