sábado, 1 de mayo de 2010

Guía de los graffitis de Banksy en Londres : 10,99 libras.

Del cielo, en cuestión de segundos, cae una tromba de agua decidida y densa que corta las conversaciones, elimina todos los demás sonidos, y obliga a los paraguas a abrirse en una resistencia inútil y a los pies a andar deprisa, después a correr y, por último, a saltar entre los charcos. Los que no nos adaptamos a esta coreografía vespertina en Londres nos arrimamos a las paredes lamentando la poca protección que conseguimos mientras buscamos dónde meternos.

La salvación, como tantas otras veces, la ofrece un Waterstone´s a unos pocos metros. Dentro de poco a la propia librería se la llevará otro chaparrón, el digital, pero ahora todavía es algo consistente, con unas puertas que cruzar y libros que curiosear mientras el diluvio se convierta en algo más doméstico a lo que pueda llamarse lluvia. Por un momento he tenido el impulso de buscar parejas de animales y de meterlas en un taxi en dirección a algún barco de madera anclado en el Támesis. Ya a cubierto, con la ropa empapada, empiezo a tranquilizarme.

Y lo primero que veo, a la izquierda, es un libro de Banksy. "Banksy locations & Tours". Ese era el libro que buscaba sin saberlo. La librería me lo ofrece como el mago que al final del truco te tiende la carta que habías visto al principio, con la diferencia de que yo ya no recordaba la carta ni que Banksy era inglés y que había pintado muchos de sus graffitis en Londres. La portada del libro logra que todo me venga a la cabeza de golpe. Me entran ganas de aplaudir por el truco, de felicitar al autor, pero al único que tengo a mano es al dependiente de la caja, que parece lamentar, por la forma en la que me coge el libro de Banksy, que le hayan puesto junto a la zona de los libros turísticos que sólo atraen a extranjeros que abren la boca únicamente para comentar :

-¡Qué buen tiempo!
-La lluvia en Abril hace que florezcan las plantas en Mayo - me responde - Y yo tengo muchas plantas.

Bueno, la lluvia no es buena para el humor. Está claro que con mi comentario aparentemente inocente me he metido en un carril de sentido contrario. Anoto mentalmente que no debo volver a bromear sobre el tiempo en Londres. Quizás hubiera sido mejor algún comentario sobre la calificación de la deuda griega.

-Pues parece que los mercados siguen desconfiando de los bonos griegos.
-Es que necesitan una señal seria en forma de un plan fiscal decidido.

El amante de las plantas me tiende la bolsa con el libro con un gesto con el que me deja claro que él debería estar junto a las obras clásicas, ayudando a educadas y elegantes filólogas a encontrar esa edición que logra la precisión en cierto verso de Safo.

Una vez que salgo a la calle, la lluvia ha desaparecido. Quedan algunos paraguas abiertos por una cuestión estética, porque sus reflejos en las aceras mojadas excitan a los objetivos de todas las cámaras. María y yo aprovechamos para darnos un paseo por el Covent Garden, donde vemos que han preparado una pálida paella de la que sirven pequeñas raciones a cuatro libras. Junto a las mesas de los que comen paella están los que beben y ahí me fijo en una mujer sola, en una banqueta alta, al lado de una mesa con seis hombres. La cámara me pide que la saque.

-Venga, rápido - le digo.
-No me metas prisa, que ya me he perdido la foto de los paraguas reflejados.

A pesar de haber hecho miles de fotos con ella, mi cámara me sigue reprochando las fotos que he tenido delante sin sacarla de la bolsa. No sé si llevarla a algún tipo de terapia.

-Ya está.
-¿Ha salido bien?
-Creo que sí.

A pesar de tener la oportunidad de comprobar el resultado en la pantalla, prefiero verla más tarde en el hotel. Un gesto que tiene sus raíces en los tiempos del revelado. Muy cerca me encuentro con un pequeño puesto que vende reproducciones de algunos graffitis de Banksy. No me cuesta nada decidirme por tres dibujos. Me fascina la capacidad de sorprender que tiene, su habilidad para denunciar sin caer en el tópico y la gran variedad de temas que critica.

-Espera a que haga yo las fotos de los dibujos - me dice la cámara.
-Ya, pero éstas están muy bien.
-¿Para qué tienes la guía? - me recuerda.

Tiene razón. Estamos en crisis, los bonos griegos serán dentro de nada bonos basura y hay que mirar el dinero. Dejo las tres láminas en su sitio y decido empollarme la guía al llegar al hotel, a lo que me dedico apenas me quito los zapatos y me siento en la cama.

Es entonces cuando descubro que prácticamente todos los dibujos de la guía tienen el status de buffed, pulido. Es ésta una guía de algo que ya no existe. Ni la "Girl with ballon", ni el "Snorting copper" ni "The maid" existen ya (Buffed, faded, gone, pasted over, hard to see, como si tuviera en las manos una relación del quién es quién de la política española). El libro deja de ser una guía para convertirse en el catálogo de una exposición ya desmantelada, lo que no sé si me gusta o no. Después de todo un día andando, estoy demasiado cansado para decidirlo. Lo dejo como un asunto pendiente para el desayuno de mañana.

-Tendrías que haberte comprado las tres láminas - me dice la cámara desde la mesa.
-Parece que no lamentas haberme convencido entonces.
-No mucho.
-¿Una venganza por no dejarte hacer la foto de los paraguas?
-Más o menos, aunque venganza es una palabra muy seria.
-Se me están quitando las ganas de recargarte la pila.

Sí pienso que Londres debería mimar a alguien como Banksy y, ya puestos, que en Madrid nos vendría bien tener a alguien como él. Sus dibujos atraerían turistas, le añadirían un toque de humor a las calles y animarían a la gente a caminar, buscando la última obra en cualquier rincón. Quizás sería necesario poner a un vigilante al lado de cada dibujo para protegerlo, como hacen con los rinocerontes en algunas reservas para mantener alejados a los furtivos, pero sería una buena inversión. Un Banksy madrileño, además, obligaría a los demás grafiteros a subir su nivel por un tema de amor propio. Como hacía Zidane con los equipos en los que jugaba.

En su primer dibujo podría utilizar el escudo del Inter en una de las ruedas de la Cibeles, por poner un ejemplo.

-Femenino, singular – me dice la cámara.
-¿Qué? -El título de la fotografía de la chica sola del Convent Garden.
-Vaya, gracias. – si la llevara a terapia tal vez perdiera la habilidad de encontrar títulos como éste - Ven, que te recargo la pila.

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