miércoles, 26 de mayo de 2010

Libro de Gerónimo Stilton : 7,95 euros.

Frente a la oferta de libros de Gerónimo Stilton, Lucía actúa con una meticulosidad adulta que admiro y que me asusta. Me pide que le vaya enseñando los títulos uno a uno, sin saltarme ninguno, con el cuidado de un inspector de hacienda reclamando todas las facturas del IVA. Aparta los libros que le gustan para hacer una segunda selección ya definitiva de la que saldrá el ganador.

A veces me imagino que todos nacemos con veintisiete palabras que ya definen nuestra vida y que parte del juego consiste en saber si a A corresponde a Anoréxico, Ambiguo, Amable o Asturiano, por poner un ejemplo. Las gitanas que te tiran de la mano, mejor que interpretarla, harían bien en jugar al pasapalabra para anunciarte que detrás de la D está Defraudador, Donante o Divorciado. Eso nos ayudaría bastante a orientarnos a los que pensamos que llevamos la N de novelista sin sospechar que a todo lo que vamos a llegar es a hacer de Negro para algún personaje televisivo. Viendo a Lucía amontonar sus libros elegidos, creo que su I no es la de Impulsiva.

-Ahora ve leyéndome éstos.

Es la primera vez que veo un libro de Gerónimo Stilton. Por lo que me ha contado Lucía, algunos compañeros los utilizan para aprender a leer y les gustan. Leo títulos como “La sonrisa de mona ratisa” o “El misterioso manuscrito de Nostrarratus”. Todas parecen aventuras interesantes, aunque, como adulto, ves que los temas no son originales y que en el fondo hacen como las cadenas de comida rápida, que añaden dos espaguetis a la hamburguesa de siempre y te crean la “Magnífica italiana”. Con la edad, ese efecto placebo de las palabras va perdiendo eficacia hasta que te encuentras en un punto en el que nada te estimula y añoras esos años en los que leías “Magnífica italiana” y te imaginabas que entre tus manos ibas a tener la esencia de Italia, como si callejearas por Roma en una Vespa agarrado a Sofia Loren.

-Éste me gusta.

“El amor es como el queso”. De la serie de más de treinta libros, repasados y analizados, Lucía elige éste. No voy a negar que me siento un poco incómodo y que temo que alguna alta carga del ministerio de igualdad ande cerca para descubrir deslices como éste.

-Eso le pasa por contarle esos cuentos hormonados que les asignan los perfiles tradicionales.
-No. Lo único hormonado en casa es el pollo y ya lo miramos de otra manera desde los ensayos del doctor Morales.

Lo que es cierto. Sería importante que se nos escuchara a los que tenemos mellizos de distinto sexo cuando se habla de la influencia del entorno. Siempre les hemos tratado igual, buscando juguetes con los que pudieran jugar los dos porque, temas pedagógicos aparte, es más barato. De haber habido un intento de manipulación, este se habría basado en mi odio a todo lo relacionado con el mundo de las muñecas porque me parecen seres que sólo se sienten completos cuando pierden un brazo, un ojo o un mechón de pelo.

A pesar de mi esfuerzo por mantener alejados a las muñecas de casa, Lucía ha conseguido, no sé cómo, hacerse con las cinco muñecas con las que se mete todas las noches en la cama y a las que me hace besar antes si quiero recibir un beso suyo de buenas noches, como vengándose así de mi actitud. Sé que los seis se ríen cuando apago la luz y que, como venganza, planean nuevas estrategias para llenar de rosa una casa en la que lo único de ese color era ese pastelito que forma parte de mi particular historia gastronómica.

Así que sospecho que hay algún gen que se encarga de esto, que hace que, como nos cuentan sus profesoras, las chicas prefieran pintar mariposas y jugar entre ellas mientras los chicos dibujan Gormitis y corren detrás de un balón, como leones hambrientos persiguiendo a una liebre. Es el gen al que le gustan Hello Kitty, las pulseras de colores, los rotuladores con gel brillante, las canciones de Nena Daconte, los platos en forma de corazón con dibujos de las princesas Disney, las cintas y las diademas para el pelo, los leotardos, los zapatos de colores y las capuchas. Es también el gen que hace que rellene un dibujo sin salirse y sin dejar nada en blanco, que memorice todo antes que su hermano, que exija que la ropa esté conjuntada, que los objetos se encuentren en su sitio, que se fije en si su madre lleva pendientes nuevos y que sepa dónde está todo en la casa.

-¿Seguro que quieres éste?
-Sí.

Me lo dice con la rotundidad con la que Mourinho debe soltar una charla en el vestuario cuando su equipo va perdiendo. Quizás todo se deba a que, gustándole tanto, en su juego particular, la Q no sea de Querer, sino de Queso.

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