sábado, 15 de mayo de 2010

Pediculicida : 11,50 euros

Acabar con los piojos de Daniel fue sencillo, como mandar a los GEO a desalojar un motín en una guardería.

-Los osos de peluche con las manos donde las veamos y las tetinas de los chupetes hacia abajo.

En el caso de Lucía, fue complicándose día tras día hasta dejarnos con la moral del que pretende hundir un portaaviones lanzando bolas de helado. De alguna forma, los piojos lograban sobrevivir a cada redada, dejando liendres dispuestas a ocupar los cargos que quedaban vacíos, como en una estructura mafiosa. Esa cabeza, que tan bien conocíamos, se había convertido en un conjunto de callejuelas de un barrio napolitano con vigilantes en cada esquina dispuestos a dar la señal de alarma.

Poco ayudaba el pelo largo de Lucía. Con el de Daniel, corto, fue como soplar en la casa del cerdito vago y ver a los piojos salir cabizbajos como los jugadores de un equipo que pierde una final. En el de Lucía saltaban de un pelo a otro y si se acercaba un poco el oído se les podía escuchar imitando el grito de Tarzán.

-Cabrones.

Después del baño la cepillábamos pensando que ya habrían desaparecido pero seguíamos encontrándolos, desafiantes, dispuestos a demostrarnos que, pasara lo que pasara, ellos seguirían en la tierra cuando nosotros fuéramos un recuerdo. Nuestra moral iba disminuyendo cada día al mismo ritmo que la suya subía. La moral, como la energía, no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Las cenas, después de comprobar nuestro fracaso, transcurrían en silencio, con Bob Esponja y Patricio de fondo.

No era sólo el tema higiénico. Nos preocupaba que su profesora nos volviera a llamar por teléfono para avisarnos de nuevo y nos sacara la tarjeta roja. ¿Qué padres íbamos a ser si no podíamos acabar con los piojos? ¿Cómo íbamos a poder ayudarla con lo que pasaba dentro de su cabeza y perdíamos la batalla con lo que sucedía fuera?

Durante la cena pensábamos en posibles soluciones.

-Podríamos comprar un perro e invitar a los piojos a cambiar de residencia.
-Voy a prohibir que veas los dibujos de tus hijos.

La negativa de Lucía a cortarse el pelo también era más débil cada día, pasando de la consistencia de un ladrillo a la de un flan, hasta que una noche, a la repetida sugerencia de que teníamos que ir a la peluquería, asintió sin decir nada. Era una pequeña victoria con cierto sabor a derrota. Para ganar teníamos que perder algo nosotros, lo que hacía más lejano ese momento en el que pensábamos que íbamos a darnos un paseo por una guardería con la única preocupación de no pisar una figura de Pocoyó.

Para compensar esa pequeña derrota nos dirigimos a la farmacia a por un tratamiento definitivo. No se trataba sólo de acabar con los piojos, sino de limpiar esas callejuelas de Nápoles, de borrar las sospechas de la profesora de Lucía, de terminar con nuestro cansancio, de recuperar nuestra moral, de reivindicar nuestra soberanía sobre ese pelo y, sobre todo, de vengar esa obligada visita a la peluquería.

-Quiero algo que haga que Tarzán quiera mudarse a una ciudad.

La farmacéutica nos sacó una cajita con un gesto que convirtió a la farmacia en el laboratorio de armas de James Bond. Al lado de la marca aparecía la palabra pelucilicida, que evocaba silenciosas operaciones de agentes secreto.

-Sólo hay que usarlo una única vez – dijo la farmacéutica.

Camino de casa la llevaba en el bolsillo con la confianza que Harry el Sucio debía sentir al notar el peso de su Mágnum. Me leí las instrucciones con atención para estar a la altura de la tecnología pelucilicida que tenía en las manos.

“Los piojos y las liendres están provistos de unos orificios llamados “espiráculos y opérculos” que son capaces de cerrar herméticamente al entrar en contacto con el agua y que pueden tardar en abrir entre seis y doce horas; por lo tanto, cualquier tratamiento que realicemos estando éstos cerrados, será una pérdida de tiempo”

Ahora comprendía la magnitud del problema. Estaba contento por haber encontrado una solución definitiva. Tras explicar cómo aplicar la crema, advertía

“Es posible que aún después de haber retirado el producto de la cabeza se puedan ver a simple vista piojos con movimientos lentos y descoordinados. No se preocupe (en negrita), esto suele suceder con algunos piojos más resistentes, pero en cualquier caso, morirán en unas horas sin necesidad de repetir el tratamiento”

Cuando, por fin, llegó la noche seguimos las instrucciones obedientemente. Aplicamos la crema al pelo de Lucía y después lo protegimos con un gorro de plástico para que hiciera efecto.

Me acerqué a ver qué se escuchaba.

-¿Se oye algo?
-La cabalgata de las walkirias.

1 comentario:

Abela dijo...

Lo siento mucho, pero es solo una batalla ganada (no la guerra). Suerte en la proxima.