domingo, 20 de diciembre de 2009

Figura de Winnie The Pooh : 1 euro.

Conviene cultivar cada día desde que amanece porque, en caso contrario, la tendencia es que crezcan según su propio criterio y acaben convertidos en lunes. Hasta el mismísimo sábado, que parece ajeno a cualquier mala influencia, puede ceder a la inercia y llevarte a un Carrefour para que pases la tarde empujando un carrito y decidiendo si es mejor el pan de diez cereales o el que tiene fibra.

Así que para evitar que el sábado se nos tuerza como un seminarista en un bar de carretera me llevo a los enanos a una churrería por la mañana porque lo que bien empieza bien termina. El local está bastante lleno pero encuentro una mesa en la que dejarles sentados mientras les pido cuatro porras y seis churros. No hay una razón lógica para la cantidad, que calculo por encima, pero sí al hecho de que sea par, porque una cifra que termina en impar me parece incompleta. Lógico que la naturaleza haya premiado mi perseverancia por los múltiplos de dos con dos mellizos que ahora se balancean peligrosamente en sus sillas mientras espero educadamente a que me atiendan.

-Cuatro porras y seis churros.
-Perfecto.

Se podría decir que uno acude a estos lugares porque en ellos parece que se consigue cierta impunidad frente al tiempo, como si fuera un perro más obligado a esperarnos fuera mientras nosotros nos dedicamos a mojar churros en un café o a leer el Marca, que es lo más parecido a no hacer nada. El hombre me responde que perfecto y yo no le presiono cuando me dice, después de intentar servirme, que las porras van a tardar un poco más.

-No importa – le respondo. Un no importa que sólo aquí, en la guarida del sábado por la mañana, quiere decir exactamente lo que pronuncio. Hasta las dobles intenciones esperan con el tiempo al otro lado de la puerta, pasando frío en esta mañana de diciembre.

Llevo el plato con los churros a la mesa de los enanos y me siento con ellos. Daniel coge un churro entero y se lo lleva a la boca. Lucía toma una servilleta de papel y envuelve con él medio churro para empezar a comérselo poco a poco. Para ver gestos así es por lo que siempre quise tener una niña. Yo también cojo un churro, lo mojo en el café y le doy un mordisco.

Veo que en la barra hay un hombre mayor con barba de varios días y cierto aire marinero, como si su barco pesquero acabara de atracar. Frente a él tiene una pequeña copa con lo que parece coñac y, al lado, un vaso de agua. Todavía no ha probado ninguno de los dos y, viendo cómo pasa el sol por cada uno de ellos, se diría que los tiene enfrente por una simple cuestión estética. De un bolsillo de su abrigo, que no se ha quitado, se saca un paquete de “Look Out” y empieza a liarse un cigarrillo con una tranquilidad relajante. Le observo hasta que se lo deja en la boca sin encender, como buscando el mejor momento para empezar a fumar. Coge entonces El Mundo y comienza a pasar las páginas con la distancia del turista al que las noticias no le afectan.

Advertía el gran Nicholson Baker que había que tener cuidado con las lecturas con las se que empezaba el día y siguiendo su consejo cojo el Marca porque lo intrascendente de lo que cuenta apenas puede influirte. Me parece el maridaje perfecto para un café con churros. Sería una buena idea encontrarse con un restaurante en el que cada plato tuviera su texto ajustado y uno pudiera llevárselo a casa. El titular del Marca dice “Benzema frente a Villa, la prueba del nueve”. Paso las hojas sincronizando mi ritmo al del pescador y al hacerlo me entran ganas de volver a leer “Gran Sol”, de Aldecoa, y de embarcarme en algún barco para conocer mundo, pero mi mundo, me recuerdo, está ahora con esta pareja de cinco años que poco a poco se va terminando los churros.

-¡Sus porras!

El hombre de la barra me trae de vuelta de un caladero de bacalao y me hace una señal para que me acerque.

-Las cuatro porras y una más de regalo, por la espera, me dice.

Si me alegra ese regalo no es por la porra en sí, que con las cuatro estamos más que servidos, sino porque parece que aquí también la rentabilidad puede pasar un rato en la calle, con el tiempo, pasando frío. Vuelvo a la mesa y al Marca, donde leo que Tiger Woods ha caído en desgracia después de descubrirse que extendía su pasión por los hoyos más allá del green. De la noticia me sorprende que algunas de las marcas que le han patrocinado últimamente anuncien que dejan de apoyarle aunque él, como ofrenda, haya puesto su carrera encima de una bandeja de plata. Las grandes marcas son así : buscan la pureza en su imagen con más intensidad que las religiones, pero viven de un mercado básicamente impuro, para qué engañarnos, como las religiones. Releo varias veces las marcas que le han dado la espalda a Tiger Woods para hacer lo mismo yo con ellas la próxima vez que vaya de compras y pasarme a las marcas blancas de Carrefour. El que esté libre de pecado que lance su maquinilla de afeitar.

En fin. Demasiados razonamientos para un sábado por la mañana. Devuelvo el Marca a la barra para que otro lo relea, como esos periódicos gratuitos que pasan de mano en mano en el metro. Ahora el que cojo es el Mundo, donde me encuentro con una entrevista a Guti, la antítesis de Tiger Woods. A Tiger no se le conocía bien su pasado y a Guti le pasa lo mismo con su futuro. Parece que todavía estuviera pensando qué carta elegir a pesar de que varias veces le han ofrecido el As de Oros.

En el Madrid le vuelven a dar otra oportunidad, lo que hace que me sienta más madridista que con los goles de Cristiano Ronaldo. Cuando la marcha de Zidane me impidió seguir siendo Zidanista en activo, eché un vistazo a la plantilla del Madrid y descubrí que, apagada la influencia de Sisú, seguía siendo Gutista. Defender a Guti actualmente es como declararse colchonero en una reunión de madridistas. La tarea es agotadora pero no dejo de defenderle ni cuando ni el propio Guti parece querer hacerlo.

“No hay marcha atrás: o entra fuerte en esta curva o que se despida de la recta. El plan es ponerle a tope mental y físicamente para el tramo decisivo de la temporada : la segunda vuelta de la Liga y los octavos de la Champions. Su trabajo tendrá un cuidado y un control minuciosos. “No queremos quedarnos sin Guti porque tiene un fútbol que no tiene nadie más que él”

Me gusta esta última frase y le doy vueltas entre los dedos como el marinero a su cigarrillo. Si me la acercara a la nariz estoy seguro de que me gustaría su olor. Aunque la estrategia de marketing sería un auténtico hara-kiri financiero, me gustaría ver a alguna empresa haciendo de Guti su imagen.

Los enanos se terminan sus churros y me piden permiso para acercarse a las máquinas del fondo en las que se venden pequeños juguetes. Les digo que pueden hacerlo porque ponerse riguroso es contraproducente para el buen fluir del sábado. Desde ese momento se dedican a pedirme un euro para unas figuras de Winnie the Pooh que han visto. Les digo que no y entonces me piden la cámara de fotos. Se marchan con ella y al rato quieren que vea las fotos que han hecho : veinte fotografías (de cerca, de lejos, enfocadas y desenfocadas) del cartel en el que aparece el precio de las figuras.

La estrategia me parece original y me meto la mano en el bolsillo. Si encuentro dos monedas de un euro, se las doy. Dejo que sea el destino el que solucione esta disputa, como si se tratara del montaje infantil de una pequeña tragedia de Shakesperare. Y como en una mañana de sábado la palabra tragedia también se queda en la calle, al abrir la mano aparecen dos monedas de euro.

Salen corriendo y aprovecho ese momento para preguntarle al sábado qué tal va.

-De maravilla – me dice.

Y, como dándole la razón, el viejo marinero, que podría ser la imagen de un ya anciano Guti, enciende su cigarrillo y se pasa la mano lentamente por la mejilla si afeitar.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Visita a la Bodega Comenge : 6 euros.

A las once y media nos recibe la guía de nuestra visita a la Bodega Comenge, en Curiel. La vemos acercarse con cara de preocupación, como si la lluvia que cae fuera culpa suya.

-Nos hemos quedado sin luz y no voy a poder enseñarles la bodega. Si quieren, pasamos a la cata directamente.

Pongo gesto de contrariedad, pero mi lengua, el paladar y la parte de la amígdala que aprovecha el alcohol para cortar toda relación con el frío y racional neocórtex gritan de alegría.

-¡A la cata! ¡A la cata!

Parecen niños a los que hubieran anunciado la gripe de su profesor antes de un examen de matemáticas. A veces la electricidad le juega a uno buenas pasadas y, saltados los prolegómenos del recorrido por los depósitos de la bodega, subimos a la sala de cata, donde nos colocan dos copas a María y a mí, una botella de agua a Lucía y una Fanta de naranja a Daniel. La sala se encuentra en un pasillo elevado que une dos construcciones de la bodega y que tiene ventanales a ambos lados. Desde uno se ve el castillo de Peñafiel, desde el otro las vides de la bodega. Dos parejas más han acudido a la visita.

La guía nos sirve una copa de Comange, el crianza de la bodega, y otra de don Miguel, el reserva. Una vez que hemos probado el crianza, dejándole más tiempo al reserva para que se airee, nos cuenta que ésta no siempre fue tierra de vinos. De hecho, cuando los musulmanes estuvieron por aquí, no permitieron ni una sola vid por la incompatibilidad entre el vino y su religión. Quizás el tema de la reconquista empezó por una visita casual de Pelayo a una tasca.

-¿No me pones un tinto con las tapas?
-Los vecinos de abajo no han dejado ni una viña en pie.
-¿Me estás diciendo que me voy a tener que meter esta croqueta de jamón con un vaso de agua?
-Pues va a ser que sí.
-Espera, que afilo la espada y ahora vuelvo.

Para cuando volvió, la croqueta debería estar dura como una piedra, pero las vides empezaron a aparecer por el norte de la mano de los monjes, que empezaron a cultivar la uva y a buscarle virtudes para el cuerpo y para el alma. La unión entre el vino y la sangre de Cristo fue una gran intuición de la que debieron arrepentirse después enterrándola bajo paletadas de teología. Vuelvo a darle otro sorbo al Comange y le agradezco en silencio a Pelayo su apoyo al enoturismo de la zona.

Gracias a las explicaciones de la guía descubrimos que beber este vino es, además, apoyar la investigación de I+D+i española. Uno se imaginaba que hacer vino era pisar las uvas, quitarles las impurezas, a los pies y a las uvas, poner a fermentar el mosto, removerlo un poco para que le diera el aire y dejarlo reposar un tiempo en barricas hasta que el comisario de la denominación de origen, que llevaba dos años mirando su reloj con el brazo derecho levantado y una barba hasta los tobillos, lo bajara:

-Hala, a correr.

Para que miles y miles de botellas pudieran salir con energía y optimismo a fecundar todo el mercado que se le pusiera por delante. Quitando al comisario de la denominación, que debe ser al vino lo que el vigilante de la hora a los coches, el resto del proceso va cambiando. Ahí están, por ejemplo, los chicos del Departamento de Tecnología de los Alimentos de la Escuela de Ingenieros Agrónomos de Madrid echándole una mano a este vino para que sea de los primeros en utilizar una levadura de elaboración propia en el proceso. Investigación en estado puro.

-¿Me pones otro vino?
-¿No vas un poco cargado ya?
-¡Si es por la I+D+i! ¡Que ha dicho nuestro presidente que hay que dejar detrás el ladrillo para mirar con confianza el futuro del nuevo sistema productivo!
-Si has sido capaz de decir la frase de golpe y sin reírte es que vas peor de lo que pensaba. Te pongo una Fanta.
-¡Por una Fanta don Pelayo no afiló su espada!

Veo aparecer por un camino una furgoneta de Iberdrola y por un momento temo que venga llena de pilas para que la bodega vuelva a funcionar, lo que acabaría con esta clase magistral y nos devolvería a los depósitos de acero inoxidable, pero deja detrás el desvío a la bodega y se aleja. Con las copas nos han puesto unos platos con chorizo, salchichón y patatas fritas que los enanos se comen con la pasión con la que el monstruo de trapo azul convertía sus galletas en migas. Lo que descubro es que el mejor acompañamiento de un vino es una buena historia, razón por la cual uno no debería beber solo salvo que oiga voces en su interior.

-Calla, no te delates.
-Digo que eres la inspiración y no pasa nada.
-¡Ah, pues dale!

Salvo que sea la inspiración, claro, que sólo puede llamarse así mientras a uno no le dé por lanzarse a convertir el Quijote en trilogía. La guía nos cuenta que de un roble americano salen dos barricas, mientras que del francés sólo una. Que en el extranjero se valora más la cosecha que su tiempo de maduración. Que a los premios se presentan las bodegas jóvenes porque las consolidadas no quieren arriesgarse a que una mala puntuación les aleje a los clientes. Que más cantidad de uva por vid no supone más calidad del vino y, finalmente, que la del 2009 ha sido una buena cosecha.

Todo esto último lo voy anotando mentalmente para contárselo a María, que se ha tenido que llevar a los enanos abajo a jugar con las ocas que tienen en un estanque. Cuando termina la visita compramos dos cajas de vino que cargamos en el coche. Nada más arrancar el coche, le empiezo a hacer un resumen a María de lo que se ha perdido.

-¿Y has preguntado por qué se llama así el vino?

Me hace la pregunta con esa resignación del que se va a quedar sin saber nada, pero esta vez sé la respuesta. Le hablo de don Miguel, un médico aficionado a estudiar el vino, y de su hijo, que tuvo que esperar a la jubilación para seguir el sueño de su padre y montar una bodega. Los hay que llegado el momento de la jubilación se compran una bolsa de pipas para comérselas en su jardín mientras ven creer la hierba y los que se meten en un Master, seducen a un enólogo para que comparta su proyecto y levantan una bodega.

-Tengo ganas de jubilarme para empezar a hacer cosas así – le digo a María.
-¿Te has bebido mi copa?

El neocortex, amordazado, intenta añadir algo sin mucho éxito

-No la iba a dejar ahí.