lunes, 21 de marzo de 2011

Botella de Prima 2007 : 9,85 euros

En esta visita a la tienda de vinos descubro que han incluido muchos nuevos, entre ellos un Pingus o un Vega Sicilia de más de cien euros. Cien euros. Pienso que el que se gaste cien euros en una botella o ha probado todos los que existen por debajo de ese precio o quiere un vino que combine con su gran y brillante 4X4.

Con esas referencias, me siento un poco culpable por llevarme dos botellas de 9,85 euros cada una. Es curioso lo bien que crece la culpabilidad en cualquier entorno, como las malas hierbas.

-¿Algo más? – me pregunta.
-No gracias – respondo. Sólo por ver su cara, me gustaría que la conversación hubiera sido algo distinta.

Opción B :

-¿Algo más? – me pregunta.
-No gracias. Bueno, espera, sí, dame cinco Pingus.

Me llevo dos botellas y no una o tres por varias razones, todas ellas finas y flexible como radiografías. En primer lugar, porque tiene que ser un número par. En segundo lugar, porque tienen una bolsas de papel marrón para dos botellas que me gusta, con el asa formada por una dura tira rectangular que se dobla en los extremos de una forma interesante, como un ejercicio de origami industrial. Y en tercer lugar, porque me encanta el sonido que hacen dos botellas de vino cuando se golpean suavemente. No sé si ese sonido es típico de cualquier botella de cristal chocándose con otra, pero no sería raro que el propio contenido de la botella influyera, aunque de una manera imperceptible, en el sonido final.

Dos botellas, una bolsa, 19,70 euros y, después de comprar una tarta de chocolate, nos vamos a casa de unos amigos.

En el camino, recuerdo que compré una botella de Vega Sicilia unas Navidades como homenaje a mi padre. La abrimos, nos la bebimos después de brindar por mi padre y comentamos que no merecía gastarse ese dinero. Quizás porque no tenemos paladares clásicos. Creo que mi padre habría pensado lo mismo, pero como tardaba en manifestarse, nos bebimos su parte.

Termino con el recuerdo en el momento en el que llegamos a la casa de los amigos. La casa es grande, con tres pisos y un jardín trasero perfecto para tener una tortuga y dos niños. Ellos, como nosotros, también aman a los animales.

Como hace buen tiempo, cuando los niños se comen su pasta y su pollo empanado, salen a jugar al patio con la tortuga, que ayer terminó de hibernar.

-Hala, a ver qué es lo que ha pasado en el mundo.

Nos maravillamos de la exactitud con la que sale de su agujero a dos días de que empiece la primavera. No sé si es que la Naturaleza es sabia o que la han despertado los terremotos de Japón y las bombas de Libia.

-¿Quién coño va a hibernar así?.

Le doy la razón a la tortuga, que se llama Andrea y tiene decenas de años acumulados ya en su concha, dura, rugosa y cubierta todavía de tierra seca. La tortuga sólo habla aquí, porque afuera no se la oye decir nada, a pesar de que los niños se la llevan de un lado a otro, sometiéndola a todo tipo de pruebas de stress, como si fueran funcionarios de Bruselas soplando a las Cajas para ver si los cerditos, refugiados en ellas, soportan el temporal.

Comemos entonces los mayores a una hora extraña. Comemos, bebemos y hablamos. Bebemos y hablamos. Bebemos. Hablamos.

Abrimos una de las botellas al empezar a comer y nos la terminamos con el café. En ese momento, estamos hablando de la importancia de ese último vals en el final de El Gatopardo. Es una combinación lógica en una casa de músicos en la que, a la izquierda, veo una estantería con libros y, a la derecha, un piano de cola contra el que rompe la rutina diaria dejando juguetes de niño debajo de él y notas, más libros y partituras encima.

Me da por pensar que hemos llegado a ese último vals gracias a este vino, que no nos encontraríamos ahí de haber bebido agua, cerveza o vino blanco. Me gusta creérmelo porque me sirve para reconocerle otra virtud más y porque así, cada vez que vea una botella de Prima, me acordaré de Lampedusa, la tortuga, el vals y esta sobremesa.

¿Y por qué es importante ese vals? Si habéis llegado hasta aquí, en este post tan largo, merecéis saberlo, aunque espero que quien me lo contó acabe explicándolo mejor en algún libro. El vals es un baile extraño porque, por un lado, rompe con las estructuras más rígidas de bailes anteriores, liberando a la pareja que lo baila : ese movimiento circular, contrario a las agujas del reloj, parece bastarse a sí mismo y no necesitar a nadie del exterior para ser ejecutado. Pero, frente a esa libertad exterior, surge un vínculo único entre las personas que lo bailan, que no puede romperse porque no existe la posibilidad de cambiar de pareja en el vals. Cuando Don Fabrizio baila con Angélica al final de El Gatopardo, lo que hace es anunciar el tipo unión que se establece entre la burguesía y la aristocracia.

Para compartir ese movimiento circular con nuestros pensamientos, terminada la botella de Prius, abrimos otra, ésta de Galicia. Todo, claro, por seguir avanzando en el tema de la danza y la literatura, que es más importante de lo que pensáis. La próxima vez que aparezca un vals en un libro de Jane Austen, no corráis por las páginas y prestad atención a la música.

En Emma, por ejemplo.

jueves, 3 de marzo de 2011

Menú del día : 10 euros

El menú del restaurante donde comemos sigue a diez euros. No sé por cuánto tiempo. En la gasolinera que está cerca, el precio del diesel sube cada día. Ayer, estaba a 1,282. Hoy, a 1,302. Eso es un 1,6 % en un día, pero, como el euro tiene tantos céntimos detrás, los incrementos se disimulan, como la mierda debajo de la alfombra. El euro es una gran moneda si vendes y una mierda si compras.

Estábamos con el menú. Me sorprende y no me sorprende que siga con el mismo precio. Como tengo un poco de tiempo y seguís leyendo hasta aquí, me voy a detener en las dos cosas. Me sorprende porque los precios de los alimentos no dejan de subir. Como la Bolsa no convence (y se teme que empiece a crujir), los que tienen dinero de verdad se dedican a invertirlo en los alimentos para que ahí crezca, se reproduzca y tenga hijos altos y robustos como porteros de discoteca, en vez de las monedas que tu banco te deja caer en la mano cuando habla de intereses.

-¿Y el botón?
-También es parte del interés.

Así que sube el precio del café, de la leche, del azúcar, del maíz o del trigo. Una subida que puede deberse no sólo a movimientos meramente especulativos, sino también a problemas de la oferta o al aumento del precio del petróleo. O todos a la vez, lo que lo convierte en una macabra danza entre tres en la que te apetece de todo menos aplaudir y llevar el ritmo con los pies.

En resumen, que los alimentos suben. Por eso me sorprende seguir pagando diez euros por el menú, como hace un año.

Y no me sorprende cuando me fijo en el menú. Hoy, por ejemplo, acelgas y pollo al ajillo. Las acelgas venían solas, como si hubiera reñido con las patatas y las zanahorias. Daban ganas de escribir un poema sobre la soledad, el pueblo o tus padres en la posguerra. Algo noble y sencillo, cantando las virtudes de lo simple y puro acompañado por la guitarra de un cantautor comprometido. Como me faltaba inspiración y me sobrara hambre, me lo he comido todo antes de que llegara el cantautor.

Lo del pollo era distinto. Parecía que el cocinero le hubiera dado los mejores trozos a otro. Ahora sabía lo que sentía la cenicienta cuando la madrastra prefería a sus hermanastras. Al principio pensaba en mí, pero pronto le presté atención a ese pollo que era todo huesos, un pollo al que su madre miraría con pena :

-Tus hermanos lucirán sus sanos muslos en un anuncio del Kentucky Fried Chicken y tú no servirás ni para caldo
-Yo tengo otra vocación mamá. Mi vocación es ser modelo de pasarela.

Sí, el Kate Moss de los pollos. La vocación de ese pollo termina en mi plato, con cierto aire de derrota, como esos libros de pasta dura que se ofrecen a precio de saldo. Trato de sacar un poco de carne sin demasiado éxito.

La lección está clara pero la dejo escrita para aquellos que sólo lean los titulares de Mou en la prensa deportiva. Los precios no suben, pero la calidad baja. Es así de sencillo.

Baja la calidad del pollo, del aire que respiras, de los políticos que escuchas, de los comentarios de los tertulianos, de tus propias ideas (que antes, admítelo, tenían mucho más nivel), del futuro que imaginabas para tus hijos (esto sí que duele, tengo que reconocerlo), de tu tiempo de sueño y hasta la de tus amigos (que te reprocharán a ti lo mismo que tú les reprochas a ellos : el poco tiempo que hay para verse)

¿Y qué queda para animarse? Sencillo : er furbo y este blog, claro.