jueves, 18 de febrero de 2010

Bote de mostaza Hacendado : 0,5 euros


En mi primera visita por Mercadona me muevo como un madridista por la tienda del Barça en el Camp Nou. Veo que la gran mayoría de los productos son de la marca Hacendado, que le provoca a mucha gente que conozco la misma reacción que la mención a Guardiola a los aficionados al fútbol : algo cercano que puede llevarte muy lejos.

Camino, pues, con cierta falta de naturalidad, mirándolo todo atentamente y en tensión, como si hubiera quedado con un espía ruso para pasarle información estratégica. Yo he sido un cliente Carrefour, de los que decía caguefú en vez de carrefur, y temo que haya algo en mí que me delate y que provoque que el guarda de seguridad se acerque a mí.

-Usted es del Madrid.
-Que no, que no, y después del partido contra el Lyon, casi nada. ¡Qué bonita esa camiseta de Messi! ¿No les queda de Luis Enrique?. ¿Y de Figo?. ¿Y de Ronaldo, el de las tabletas, pero de chocolate?

Mire donde mire, todo es marca Hacendado. Los fieles me dicen que son productos de buena calidad y baratos, lo que te sientas más rico, igual que esas plantillas que te elevan cinco centímetros. Abro la cartera para ver si el billete de veinte euros ha crecido dos o tres euros más.

-Dame tiempo - me dice el billete - Que no es fácil.

Soy un cristiano en una sinagoga, un judío en una mezquita o un musulmán en una iglesia, para que la imagen quede políticamente correcta. Son ya muchos años comprando en Carrefour y temo que lo lleve tan impregnado dentro de mí que se huela. Disimuladamente acerco la nariz a mi sobaco con la elegancia de un cisne que mete la cabeza debajo del ala. No, noto nada raro. Para aparentar sensación de normalidad, canto por lo bajo una canción de Jarabe de Palo, para que se vea que no tengo nada que ocultar.

¿Y si alguien de Carrefour me ha seguido los pasos y espera que me quede solo en algún pasillo para hacerme pagar la deslealtad? Empiezo a fijarme en todos los clientes de la tienda clasificándoles lo más cuidadosamente posible para detectar a alguien sospechoso : hombre, mujer, hombre, ni hombre ni mujer. No sabía que esto iba a ser tan estresante. Los nervios podrían hacer que se me olvidara la canción de Jarabe de Palo si no fuera porque todas ellas son estribillos.

-Depende, de todo depende - susurro.

Y empiezo a llenar la cesta, que es a lo que he venido. Es relajante no tener que elegir entre cien tipos de marcas. ¿Hacendado o Hacendado?, me pregunto. Y me doy la respuesta tranquilamente. Aquí Patricio, el amigo de Bob Esponja, parecería un tipo inteligente, decidido. Me siento como cuando juego con Lucía y su caja registradora de juguete y sus artículos de mentira. Esas réplicas parecen de verdad pero dentro están vacías, aquí todo parece de mentira pero si abres una lata de lentejas te encuentras con lentejas. Es una compra lúdica. El dinero crece y tú rejuveneces unos cuantos años.

-¿Creces o no creces, billete? Que además estamos con caída de los precios y así es como pedirle a un astronauta que dé un salto en la luna.
-Pues en lo que me pongo a ello, a ver si tú te quitas unos años y consigues que te salga el pelo.

No es bueno mantener una conversación con un billete de veinte euros ni aquí ni en Carrefour, así que me callo. Voy llenando la cesta de productos de marca blanca. Hay algunas marcas conocidas pero ni me fijo en ellas. Sería como preguntar por una camiseta de Ronaldo, el de las tabletas, pero de gimnasio, en la tienda del Barça

-¿Ronaldo has dicho?
-Pero para dársela a los niños para que la coloreen. Franja roja, franja azul, franja roja, franja azul.

Lleno la cesta rápidamente porque apenas me fijo en lo que echo en ella, como si ya llevara años comprando productos Hacendado y me supiera hasta el código de barras del bote de mostaza que cojo y dejo en la cesta. Tengo que aparentar que sé dónde está todo y que podría hacer la compra con los ojos cerrados, como si viera al Madrid contra el Lyon, abriéndolos de vez en cuando para descubrir que todos siguen igual de perdidos.

Me pongo entonces en la cola para pagar. Se acerca el momento definitivo de mi primera compra. Me noto las manos frías y me las froto disimuladamente. Esto es como entrar en Corea del Norte con un pasaporte falso hecho en una impresora que se hubiera quedado sin tinta a la mitad. ¿Quién me mandaría venir aquí, con lo tranquilo que hacía yo mis colas en Carrefour? La situación parece en orden, pero sé que todos me esperan en cuanto pague : el agente ruso que me pagará en cheques comida mis informes sobre la seguridad nacional de mi cuarto de basuras, el vigilante de la tienda culé que ha sospechado de mí al ver la dichosa insignia de plata del Madrid en la camiseta que mi madre me trajo de Santo Domingo, esa persona a la que no he podido calificar ni de hombre ni de mujer y qué quiere saber por qué no me decido, Pau Donés por volver a meterme con sus letras y hasta el astronauta del ejemplo, que me pedirá una comisión por aparecer en el blog. El miedo hace que uno vea peligros en todas partes, como en el partido contra el Lyon, que vaya partido.

Meto toda la compra en dos bolsas y abro la cartera. Saco el billete de veinte euros y descubro que sólo ha crecido cinco céntimos.

-Pues sí que has hecho mucho - le reprocho.
-A ti tampoco te veo con melena - me ataca.

Dejo el billete en la cartera y decido pagar con tarjeta. Tengo tantas ganas de que todo esto pase que, con las prisas y los nervios, en vez de darle a la cajera la tarjeta del banco, le tiendo la del descuento del Carrefour. La chica la coje, la mira, me mira y aprieta un botón.

Ahí están todos en un momento. No falta ni el astronauta. Me convierto en la peor versión de Patricio cuando trato de explicarme. Espero, por lo menos, que la mostaza que he comprado esté buena.

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