domingo, 30 de noviembre de 2008

Rape para dos personas : 46,80 euros.

En el suplemento de El País del domingo 30 de Noviembre, Thomas Friedman afirma que cuando entra en un restaurante y ve las mesas repletas de gente joven le entra un incontenible deseo de ir mesa por mesa diciendo “No deberíais estar aquí. Deberíais estar ahorrando dinero. Deberíais estar en casa comiendo bocadillos de sardinas. Esta crisis económica va a alargarse durante mucho tiempo. Esto no es más que el principio. En serio, pedid que os pongan ese filete para llevar y marchaos a casa”

Afortunadamente ese artículo sale el domingo y es el día anterior, el sábado, cuando estamos comiendo en el Imanol ese rape que tan bien preparan aquí y que pedimos en momentos especiales. El rape es caro, pero nos gusta tanto que sólo nos falta llevarnos la raspa para enmarcarla y colgarla en casa. Si en la carta tuvieran sardinas y ya hubiera leído las advertencias de Friedman tal vez las hubiéramos pedido para comer, pero tampoco las sardinas son la solución, que ésa fue la dieta de Pau Donés y con un Jarabe de Palo ya tenemos suficiente.

Lo que celebramos es que hemos acumulado tickets de comida suficientes como para tener la sensación de que esta comida nos va a salir gratis. Lo bueno que tiene comer espinacas en un tupper con las compañeras de trabajo es que te ahorras tickets y que aprendes cosas importantes del mundo femenino : qué pasó en el último capítulo de Anatomia de Grey, cómo reaccionan cuando les tiran los tejos por el Facebook o cuánto cuesta una depilación integral. A fuerza de comer con ellas me he vuelto lo suficientemente invisible como para que hablen de esos temas sin preocuparles mi presencia, como si fuera un canario en una jaula colgada del techo.

El sábado por la mañana nos acordamos de los tickets, los sacamos del cajón y los contamos con la excitación del que rompe la hucha y descubre lo que ha ahorrado.

-¿Da para un rape? – pregunto.
-Sí – Me contesta María.

Así que decidimos celebrar que hemos sido buenos ahorradores y que podemos gastarnos todo ese dinero en un rape sin que la conciencia ni Friedman se quejen. No hemos comido sardinas, pero creo que en su artículo las espinacas congeladas también habrían servido de ejemplo. Voy con los tickets de comida en el bolsillo, sintiéndome como un constructor después de colocar una buena promoción, capaz de hacerme con un equipo de fútbol si me lo propongo.

El camarero anota el pedido y nos aconseja un vino.

-Igual de precio que el de la casa. Y si no les gusta, me lo dicen y no pasa nada.

El Dehesa del Carrizal que nos sirven está bueno y apenas hemos brindado con él nos traen el rape. Viene servido en una bandeja grande, con la carne cortada en pequeños trozos y dispuesta a ambos lados. Mi primer impulso es hacerle una foto y como la ocasión lo merece y el vino ya me ha animado, dejo que el japonés que todos llevamos dentro se manifieste y saco la cámara y le hago un par de fotos al rape. Después el tiempo se frena, sin necesidad de los efectos digitales, los enanos se comen sin quejarse sus croquetas y su revuelto de morcilla, yo me siento más sabio, más guapo, más atractivo, mi mujer parece más relajada, como si los problemas del trabajo pertenecieran a una anterior vida, y el rape, sobre todo el rape, parece eterno, capaz de dejarnos completamente satisfechos. Así transcurren los minutos y si ese frágil equilibro amenaza con venirse abajo, bebemos un poco de vino, alabamos el rape, probamos las guindillas y el encanto se sostiene un rato más.

Con el último trozo de rape, la realidad lentamente vuelve a su propio ritmo, aunque dentro de nosotros todavía sentimos esa tranquilidad. Pedimos la cuenta y me siento un poco culpable cuando pagamos la comida con tickets de comida, como si fuera dinero de mentira, pero la camarera que se lleva la pequeña bandeja no hace ningún gesto de reprobación. La veo de pie junto a la caja separando los tickets por su valor y contándolos lentamente.

A la salida vamos con los enanos a ver “Madagascar 2”. La película es tan mala que cuando nos cruzamos con los que esperan a la siguiente sesión me dan ganas de dejar sentado al japonés que llevo dentro de mí y sacar de paseo al Milton Friedman que todos tenemos dentro. “No deberíais estar aquí. Deberíais estar viendo una película de verdad. Deberíais estar en casa frente a “La Princesa Mononoke”. Esta crisis creativa va a alargarse durante mucho tiempo. Esto no es más que el principio. En serio, pedid que os devuelvan el dinero de la entrada y marchaos a casa”.

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