domingo, 7 de diciembre de 2008

Happy Meal : 3,65 euros.

Le pregunto a Daniel dónde quiere celebrar su santo y me dice que en el McDonald´s. Me hubiera gustado que me hubiera respondido que con un plato de judías viendo un episodio del Nacional Geographic habría sido suficiente, pero nadie anuncia judías verdes por la televisión.

-Pues para eso están los padres, para imponer las judías verdes – me dice la parte más sensata de mí.

A mi parte más sensata la aprecio y la escucho. Si nos cruzamos en el aparcamiento camino de casa la saludo, comento con ella el tiempo que hace y la dejo entrar en casa primero. Me enseña cómo se les debe dar un beso a mi mujer y a mis hijos, por ejemplo, y cuál es la mejor forma de guardar el abrigo.

-Es un mal ejemplo dejarlo encima de una silla del salón – me dice.

Mi parte más sensata no pierde la paciencia conmigo y repite todos los rituales con la profesionalidad de la azafata que, por tu bien, te muestra qué hacer si el avión se queda sin motores sobrevolando el Pacífico.

-Atiende, que te puede venir bien – me dice mi parte sensata.

Sé que a mi parte más sensata lo del McDonald´s no le gusta porque cualquier sitio en el que no pongan cubiertos para comer no merece ser visitado. Los dos estamos en el salón, mirando a Daniel, que mira un episodio de Ben 10.

-Venga, hoy le convences tú – le digo a mi parte más sensata y me marcho a terminar un artículo del National Geographic sobre la memoria, si es que recuerdo dónde lo he dejado.

Aprendo que todo depende del hipocampo, la zona del cerebro que funciona como el controlador de una planta de reciclado, decidiendo qué merece la pena ser procesado y qué debe ser considerado como basura. En mi caso el hipotálamo es un portero de discoteca un sábado por la noche que no deja pasar ninguna información. Por clemencia me permite conservar mi fecha de nacimiento, el nombre de los más próximos de mi familia y la clave del ordenador del trabajo. Con eso parece ser suficiente.

Vuelvo al salón más sabio pero molesto con mi propio hiponosequé. Podrías aprender de los demás órganos, pienso, pero él levanta los hombros y me mira como diciendo “si tú supieras cómo están las cosas por aquí dentro”. Prefiero no saber más, me respondo, y aprovecho que veo a la parte más sensata de mí para cambiar de tema.

-Vamos al McDonald´s – me dice la parte más sensata, derrotada. Se acerca a mí, me aprieta un hombro unos segundos y se marcha de casa cerrando la puerta suavemente.

Por eso estamos en el McDonald´s de nuevo, como si fuera nuestra segunda casa. Los enanos todavía no han elegido entre Burguer King y McDonald´s y se dejan llevar por las campañas de promoción de cada uno. Esta vez se ha impuesto la de las figuras de la película de Madagascar 2. A los dos les ha tocado un pingüino que habla. Daniel lo agita y escucho cómo la figura de plástico Made in China repite :

-Sonreíd y saludad.

Me llevo una patata a la boca y la mastico mientras pienso porque estoy convencido de que ese movimiento de mandíbulas masajea, aunque sea de forma indirecta, mi cerebro y produce alguna idea. La leve intuición se convierte en una idea que puedo verbalizar, lo que es como ponerle un collar a un perro para que no se te escape. Y la idea que atrapo es que dentro de ese juguete se esconde un auténtico ministro de economía proponiendo soluciones a la crisis.

Le pido la figura a Daniel y siguiendo las instrucciones, la agito para que hable. Le hago varias preguntas para poder saber cómo va a ser el futuro. ¿Inyectarán liquidez los bancos en el sistema? ¿Bastaría una rebaja fiscal para estimular el consumo? ¿Son los planes sectoriales la única solución? ¿Por qué el Real Madrid ficha a los jugadores ya lesionados? ¿Qué pasará cuando los bancos provisionen las pérdidas de sus inversiones basura?

-Sonreíd y saludad

Es la única respuesta que obtengo, pero la acepto porque creo que no hay respuesta absurda, sino oyente incompetente. Tanto me he emocionado con la posibilidad de ver el futuro que no me he dado cuenta de que he hecho las preguntas en voz alta. Súbitamente todos los que están en el McDonald´s empiezan a responder a mis cuestiones proponiendo alternativas muy interesantes. Sin haberlo buscado, estamos creando las bases para un nuevo capitalismo en una reunión que hará historia.

Mis hijos permanecen ajenos a mi imaginación y se comen el pollo con tranquilidad, como si supieran que lo importante no es ni el pollo ni el ministro de economía escondido en el pingüino ni mis problemas con el hiponidea sino el hecho de estar todos juntos pasando el rato, sin prisas, disfrutando de nuestra compañía. Hay veces que uno se olvida de todo esto persiguiendo no sé qué, pero para eso está la escritura, por ejemplo, para darse cuenta y no olvidarlo y saltarse así al portero de discoteca. Que no es poco.

Veo a la parte más sensata de mí con una bandeja buscando una mesa donde sentarse. Les digo a mis hijos que se pongan el abrigo y salimos sigilosamente del local con la tripa llena y los pingüinos en los bolsillos.

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