lunes, 22 de diciembre de 2008

Una excavadora de plástico : 1,50 euros.

Un niño de cuatro años vigila tus movimientos y palabras como el maestro de ceremonias de una casa de subastas. Tú te crees que los gestos son inocentes y por rascarte la nariz en el momento menos apropiado te encuentras volviendo a casa con un boceto que Einstein pintó en su cuarto de baño por el que has hipotecado tu futuro y el de tus hijos.

En el coche, Daniel me dice una frase incomprensible que termina en vale y repito el vale porque creo que es lo apropiado y poco tiempo después ese vale regresa hacia mí sin avisar, cuando le estoy vistiendo después de la clase de natación, por ejemplo.

-Es un trato – te dice – Y los tratos no se deshacen.

Es en ese momento en el que aplico una habilidad que he desarrollado como padre, la de caminar hacia atrás hasta llegar a ese vale que con tanta inocencia pronuncié. Detrás del vale, empiezo a intuir, había un extraño pacto al que no presté atención y que ahora exige su cumplimiento.

-Los tratos no se deshacen –repite mientras le froto la cabeza con la toalla.

Mientras le pongo los calcetines descubro el voto de silencio como una estrategia para que el mundo no te pase un recibo cuando menos lo esperas. Hagas lo que hagas, al final todos tus actos parecen terminar con una etiqueta y un precio, como si fueras un árbol de navidad que sólo diera lo mejor de sí con un montón de adornos colgando.

Daniel insiste en que existía un trato y aunque yo le pregunte de qué trato hablamos, el mismo hecho de ponerlo en duda sólo sirve para empeorar la situación. Empleo la misma estrategia que con los contratos del banco : me salto las condiciones para saber qué es lo que me va a costar.

-Un bicho – me dice – Un bicho de la tienda de los periódicos.

No me parece gran cosa lo del bicho, pero me molesta no saber a qué se ha comprometido él, qué era lo que iba a hacer para ganarse ese bicho. Por más que insisto, no consigo conocer los términos del acuerdo. Yo, por lo que veo, le doy un bicho de plástico a cambio de algo indeterminado que no sé si ha cumplido.

-Los tratos no se deshacen – me dice.

Es la frase que repite mil veces esta mañana de sábado hasta que la hago mía. Me la pongo como el jugador que estrena camiseta delante de los periodistas y anuncia eso de que desde pequeño había querido jugar en este equipo. Los tratos no se deshacen, no, que son la base de nuestras relaciones. Sin tratos, sin el respeto a lo que significan, no somos nada, sólo una estructura vacía sin sentido y dónde está ese bicho que hay que comprar que estoy deseando llevármelo a casa.

De regreso a casa paramos al lado de la tienda de los periódicos. Aunque hay luz, al intentar abrir la puerta descubro que está cerrada. Estoy a punto de marcharme pero me digo que los tratos no se deshacen y como si la realidad quisiera darme la razón, una mujer con gesto serio nos abre la puerta y nos deja pasar con los mismos gestos con los que una bruja de cuento te invitaría a meterte en su casa. Yo, de repente, tengo miedo, pero Daniel entra sin dudarlo, como si supiera distinguir una bruja de verdad de la que sólo lo parece.

Cuando llegamos al sitio en el que recuerda haber visto a los bichos de plástico vemos que no queda ninguno. Daniel descubre en ese momento que no puede echarme la culpa porque he cumplido mi parte del trato. Camina por la tienda en silencio, sin una sola queja. Tengo la sensación de que se está dando cuenta de que a veces no hay a quién culpar por lo que nos pasa, que hay que aceptar las cosas como vienen porque rebelarse no va a cambiar nada. Me da pena que no quede ningún bicho. Se fija en una excavadora de plástico y me la da sin decirme nada. La excavadora tiene el precio escrito a mano, lo que siempre me hace pensar que me están cobrando de más, pero no le digo nada porque creo que se la ha ganado y , además, tengo miedo de que estemos protagonizando un cuento y que la mujer nos cocine en una gran olla.

Salgo de la tienda con Daniel agarrado a mi mano derecha. En su mano, la excavadora. La escena sólo se completa cuando mi mujer, que nos espera en el coche, me describe la mirada de Daniel.

-Estaba orgulloso – me dice.

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