domingo, 14 de diciembre de 2008

Donette clásico 7 unidades : 1,46 euros.

Recojo a los enanos en el colegio el viernes por la tarde y al intentar salir con el coche me veo de pronto en Palermo. Se percibe cierta histeria entre algunos padres, que se lanzan a disfrutar del fin de semana desde ese mismo momento con el ansia del que corre por el pasillo de un gran almacén recién abiertas las puertas el día de las rebajas. Hay coches en cuarta fila, coches que hacen giros por los que hipotecarían los puntos del carné de sus hijos, coches que abren las puertas justo cuando tú pasas, coches que convierten tu carril en una vía de doble sentido y coches que frenan sin avisar para despedirse de alguien conocido.

No me queda más remedio que conducir en silencio, intentando no prestar atención a los insultos que se me presentan como pasteles recién hechos a un hambriento. Si hay un momento para usarlos es éste, pero sé que los enanos, con los oídos afilados, los están esperando, como si ésta fuera una clase más de la que pudieran aprender algo útil para la vida. Respiro con fuerza y abro la boca lo justo para que los insultos no salgan en bloque como los juguetes mal colocados en un armario repleto. Sale sólo una frase y cierro la boca de nuevo.

-¿Queréis un donette?

Los dos me dicen que sí. Abro el paquete con la mano derecha y reparto dos. Poco a poco vamos dejando detrás Palermo, las rebajas, los coches que corren hacia la sierra como si ahí fueran felices pastando, los bocadillos de la merienda y las despedidas apresuradas. Regresamos a Madrid, a nuestro camino de los viernes hacia la clase de música de los enanos, con sus donettes en la merienda, sus batidos de chocolate y las preguntas sobre lo que han hecho durante el día.

-Nada – me contestan, que es su forma de decirme que no les gusta hablar del tema.

Cumplido este trámite me relajo y dejo que el viernes empiece a tomar forma. El tiempo, en vez de avanzar a saltos entre segundo y segundo se desliza suavemente, dejándose caer como un esquiador por la nieve. Los enanos me piden más donettes y se los doy. A la cabeza me vienen las urgencias del trabajo reclamando atención pero yo les digo que soy ese esquiador de la frase anterior que avanza solo, que no me sigan, que ya nos veremos el lunes. Así llegamos a la clase de música, yo con la mente tranquila, como una pista de nieve por estrenar y los enanos con las manos abiertas, llenas de chocolate, pidiéndome que se las limpie.

La recepción de la escuela está decorada con temas navideños. Del techo cuelgan grandes copos de nieve de cartón blanco y de un soporte para partituras cuelga un calcetín relleno.

-Sólo tiene papel. Papá Noel todavía no ha llegado – les advierte la mujer de recepción a los enanos, que me piden, curiosos, que les coja para ver qué hay dentro.

La profesora de música se asoma desde su clase. Les llama por su nombre y ellos, obedientes, se quitan el abrigo y los zapatos. La profesora cierra la puerta y yo vuelvo a quedarme con esa impresión de que lo importante se queda siempre del otro lado. Me gusta, sin embargo, estar ahí de pie, en esta escuela de música, esta excepción en un barrio en el que sólo hay sucursales bancarias, farmacias, supermercados y franquicias de restaurantes.

Vuelvo al coche y cojo el periódico, dispuesto a leerlo con la tranquilidad con la que uno se come, cucharada a cucharada, una tarta que disfruta, alargando la sobremesa. Tengo por delante una hora, afuera hace frío y me propongo saltar de una noticia a otra con esa aleatoriedad del que va llenando una bolsa de plástico en una tienda de chucherías. Fuera, por ejemplo, las noticias de economía y esa crisis. Tiro por la borda toda esa seriedad que se nos vende para que nosotros nos preocupemos y sean otros los que, gestionándola, justifiquen su nómina (El gobernador del Banco de España declara que no percibe mejoría ni en 2009 ni en 2010) En esta lectura tan poco irresponsable me encuentro unas declaraciones de Ronaldo : “Debo llevar pan a casa”.

Sigo leyendo porque me preocupa que Ronaldo, al que vi jugar en el Bernabéu, esté en una situación tan precaria que tenga que asegurar el pan de su casa. Pronto se aclara que con el contrato que acaba de firmar con el Corinthians ganará seis millones de euros al año. Mucho pan se puede llevar a casa con ese dinero, Ronaldo, le digo. La baguette de Carrefour, por ejemplo, cuesta 0,39 céntimos, así que hago un cálculo rápido y descubro que con esos seis millones de euros, podrá llevar a su casa quince millones de barras de pan. Vaya, Ronaldo, pienso, sí que coméis pan en vuestra casa. Unas cuarenta mil barras por día. La cantidad de bocadillos que salen con ese pan, con razón en el Madrid aumentaste de peso. Me imagino una eterna cola de camiones descargando pan en la casa de Ronaldo.

O tal vez no sea la calidad la que busque, sino la cantidad, y tenga un agricultor dedicado a cada espiga, mimándola, animándola, arropándola por la noche y entreteniéndola durante el día hasta que llegue el día de la cosecha y un experto las corte una a una y las deposite en un cojín rojo que una virgen lleve a la panificadora en la que , manualmente, se muela cada espiga hasta obtener la harina necesaria para obtener una barra de pan cocida entre el canto de mil castrati.

Leo que a Junkera el departamento de cultura del Gobierno Vasco le concede 720.000 euros para que grabe tres discos, que Schuster se marcha del Madrid con un finiquito de 3,5 millones de euros y que los bancos ganan 14.200 millones en nueve meses. Todos ellos, claro, se justificarían con la necesidad de llevar pan a casa. Yo me siento afortunado porque en mi casa apenas se come pan. Si a mí me preguntaran diría que trabajo para llevar donettes a casa. Ninguno de los enanos me dirá nada si no hay pan, pero si llega el viernes por la tarde y no les ofrezco un donette en la merienda es posible que ninguno de los dos me vuelva a dirigir la palabra en todo el fin de semana. Afortunadamente los donettes son asequibles.

Pasa la hora entre esas meditaciones y vuelvo a la escuela de música a por los enanos. Les pregunto qué han hecho esta tarde.

-Nada – me vuelven a contestar.

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