lunes, 1 de marzo de 2010

Pegatinas de princesas : 1,75 euros.

En la tienda de periódicos, Lucía me pide que le compre unos cromos de Bob Esponja. La oferta de cromos es bastante deprimente. No es que pretenda encontrarme con colecciones del tipo "Los decimales del número pi" o "Consejeros económicos de las comunidades de España", pero sí que agradecería, viendo el nivel, alguna serie sobre animales o países. Me resigno a no darle muchas vueltas a estas cosas porque seguro que provocan arrugas en el cerebro.

Cojo unos cuantos sobres para pagarlos y le pido al hombre que me atiende el álbum de Bob Esponja.

-No, el álbum no lo tenemos.

Me giro hacia Lucía y le pregunto si quiere los cromos para cuando tengamos el álbum. Mi hija, que tiene el sentido práctico mucho más desarrollado que yo, me mira extrañada. Sé que es como ponerse en la cola de un bufet sin plato en la mano. En su lógica, sustentada con huesos de verdad, primero va el álbum y después los cromos. En la mía, con cartílagos en vez de huesos, pueden darse todas las combinaciones posibles entre cromos y álbumes. Ella se moverá por la realidad como un jugador con tacos nuevos en un césped cuidado. Yo, claro, como alguien con zapatos desgastados sobre nieve recién caída. Cuando nos damos la mano, no sé quién sostiene a quién.

-Puedes pegar los cromos en un cuaderno - le sugiero.

Me sorprende mi insistencia en el tema cuando fácilmente podría cambiar los cromos por unas pegatinas de princesas. ¿Por qué mi defensa de los cromos sin álbum? El vendedor me mira como diciéndome que si tuviera que apostar por uno de los dos, hipotecaría su casa para hacerlo por mi hija. Lucía me observa con atención, sin pestañear, con la determinación de una juez de pista dispuesta a gritar si la pelota cae fuera del campo. Daniel, que podría estar a mi lado, anda neutralizado por unos sobres de dragones.

En ese momento de tensión me dedico a pensar en lo que me pasa. La revelación me llega, pero sin grandes efectos secundarios, más bien como una carta esperada sepultada bajo la publicidad del buzón. Y he aquí lo que descubro : defiendo a los cromos porque desde que estoy parado me he convertido en uno buscando un álbum en el que pegarme. Cada vez que respondo a una oferta en Infojobs, mando un curriculum o me doy de alta en una nueva página de trabajo, soy un cromo más. Las empresas y los intermediarios se citan en el recreo para enseñárselos. Uno se saca el montón del bolsillo, le quita una goma ya oscura y empieza a pasarlos rápidamente.

-Silesilesilesilesile. ¿No tienes nada mejor?

Me gustaría ser ese cromo que faltaba en todas las colecciones y que en los recreos se enseñaba con la veneración con la que los fans de Madonna admirarían el sujetador de uno de sus conciertos. Eso es lo que uno se cree hasta que empieza a sospechar que, más que la excepción, es el cromo que siempre se repite.

-¿Entonces no hay nada que hacer? - le pregunto a Lucía, que niega con la cabeza lentamente, con la intensidad del policía que apunta al fugitivo y le anuncia que si hace un movimiento brusco puede ser letal para él.

¿Por qué no venden el álbum con todos los cromos ya pegados?, ¿por qué no nacemos ya completos y felices?, ¿por qué no acaba de despegar Kaká en el Madrid? Mi defensa del cromo se va desmoronando lentamente, pero también lo hace con los efectos especiales de una película de Ed Wood, lo que me impide, afortunadamente, tomarme demasiado en serio.

-Pues nada. ¿Vemos algunas pegatinas de princesas?

Lucía sonríe. Me ve llegar a un sitio del camino en el que ella ya me esperaba.

1 comentario:

Abela dijo...

Muy original y muy grafica la comparación del albúm y los cromos con la empresa y los candidatos al trabajo.