domingo, 30 de noviembre de 2008

Rape para dos personas : 46,80 euros.

En el suplemento de El País del domingo 30 de Noviembre, Thomas Friedman afirma que cuando entra en un restaurante y ve las mesas repletas de gente joven le entra un incontenible deseo de ir mesa por mesa diciendo “No deberíais estar aquí. Deberíais estar ahorrando dinero. Deberíais estar en casa comiendo bocadillos de sardinas. Esta crisis económica va a alargarse durante mucho tiempo. Esto no es más que el principio. En serio, pedid que os pongan ese filete para llevar y marchaos a casa”

Afortunadamente ese artículo sale el domingo y es el día anterior, el sábado, cuando estamos comiendo en el Imanol ese rape que tan bien preparan aquí y que pedimos en momentos especiales. El rape es caro, pero nos gusta tanto que sólo nos falta llevarnos la raspa para enmarcarla y colgarla en casa. Si en la carta tuvieran sardinas y ya hubiera leído las advertencias de Friedman tal vez las hubiéramos pedido para comer, pero tampoco las sardinas son la solución, que ésa fue la dieta de Pau Donés y con un Jarabe de Palo ya tenemos suficiente.

Lo que celebramos es que hemos acumulado tickets de comida suficientes como para tener la sensación de que esta comida nos va a salir gratis. Lo bueno que tiene comer espinacas en un tupper con las compañeras de trabajo es que te ahorras tickets y que aprendes cosas importantes del mundo femenino : qué pasó en el último capítulo de Anatomia de Grey, cómo reaccionan cuando les tiran los tejos por el Facebook o cuánto cuesta una depilación integral. A fuerza de comer con ellas me he vuelto lo suficientemente invisible como para que hablen de esos temas sin preocuparles mi presencia, como si fuera un canario en una jaula colgada del techo.

El sábado por la mañana nos acordamos de los tickets, los sacamos del cajón y los contamos con la excitación del que rompe la hucha y descubre lo que ha ahorrado.

-¿Da para un rape? – pregunto.
-Sí – Me contesta María.

Así que decidimos celebrar que hemos sido buenos ahorradores y que podemos gastarnos todo ese dinero en un rape sin que la conciencia ni Friedman se quejen. No hemos comido sardinas, pero creo que en su artículo las espinacas congeladas también habrían servido de ejemplo. Voy con los tickets de comida en el bolsillo, sintiéndome como un constructor después de colocar una buena promoción, capaz de hacerme con un equipo de fútbol si me lo propongo.

El camarero anota el pedido y nos aconseja un vino.

-Igual de precio que el de la casa. Y si no les gusta, me lo dicen y no pasa nada.

El Dehesa del Carrizal que nos sirven está bueno y apenas hemos brindado con él nos traen el rape. Viene servido en una bandeja grande, con la carne cortada en pequeños trozos y dispuesta a ambos lados. Mi primer impulso es hacerle una foto y como la ocasión lo merece y el vino ya me ha animado, dejo que el japonés que todos llevamos dentro se manifieste y saco la cámara y le hago un par de fotos al rape. Después el tiempo se frena, sin necesidad de los efectos digitales, los enanos se comen sin quejarse sus croquetas y su revuelto de morcilla, yo me siento más sabio, más guapo, más atractivo, mi mujer parece más relajada, como si los problemas del trabajo pertenecieran a una anterior vida, y el rape, sobre todo el rape, parece eterno, capaz de dejarnos completamente satisfechos. Así transcurren los minutos y si ese frágil equilibro amenaza con venirse abajo, bebemos un poco de vino, alabamos el rape, probamos las guindillas y el encanto se sostiene un rato más.

Con el último trozo de rape, la realidad lentamente vuelve a su propio ritmo, aunque dentro de nosotros todavía sentimos esa tranquilidad. Pedimos la cuenta y me siento un poco culpable cuando pagamos la comida con tickets de comida, como si fuera dinero de mentira, pero la camarera que se lleva la pequeña bandeja no hace ningún gesto de reprobación. La veo de pie junto a la caja separando los tickets por su valor y contándolos lentamente.

A la salida vamos con los enanos a ver “Madagascar 2”. La película es tan mala que cuando nos cruzamos con los que esperan a la siguiente sesión me dan ganas de dejar sentado al japonés que llevo dentro de mí y sacar de paseo al Milton Friedman que todos tenemos dentro. “No deberíais estar aquí. Deberíais estar viendo una película de verdad. Deberíais estar en casa frente a “La Princesa Mononoke”. Esta crisis creativa va a alargarse durante mucho tiempo. Esto no es más que el principio. En serio, pedid que os devuelvan el dinero de la entrada y marchaos a casa”.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Botella de Matizales : 16,50 euros.

Vamos a comer al Wagaboo porque los enanos nos piden que vayamos al de las sorpresas. Al final la inversión que hacen en juguetes baratos chinos (que ya es rizar el rizo) tiene su recompensa y no nos atrevemos a llevarles la contraria.

El restaurante está repleto. Quizás muchos de los que habríamos ido al Clericó, el argentino que está al lado, la crisis, o su amenaza, nos haya aconsejado movernos a éste y conforme la situación empeore vayamos saltando de restaurante hasta terminar en el último, uno de tapas que hoy está vacío. Cada uno tiene sus propia forma de medir la crisis y uno de mis indicadores son las mesas vacías en The Wok o en el Wagaboo un sábado a la hora de comer. La distancia entre la crisis y nosotros la señalan las mesas no ocupadas y cuando su número sea alto su llegada será inminente. Ver el restaurante lleno me tranquiliza más que la sorprendente fe del Gobierno en la efectividad de sus medidas económicas.

Daniel pide espaguetis y Lucía pizza. Cosas de la cocina, que hoy tiene su día tonto, a Daniel le traen su plato apenas lo pedimos y con el de Lucía hay que insistir cien o doscientas veces, con la perseverancia con la que Drenthe sube por la banda del Madrid y con idéntica falta de resultado.

Lo de pedir el menú infantil es un rito sin mucho sentido porque ya se sabe que los padres proponen y los hijos disponen. Daniel se come casi todo el surtido de empanadillas que pedimos en la Cesta Imperial sin el mínimo asomo de culpabilidad en su cara. Todas le gustan y todas le parecen bien. Viendo que lo normal hoy es comerse la comida del otro, Lucía estira la mano y va cogiendo del cuenco del queso rayado que le han traído a Daniel con sus espaguetis. En pocos segundos las manos, el mantel y la ropa de Lucía están cubiertos de queso, como si hubiera caído una nutritiva nevada. Yo me sumo a esta forma de comer y voy cogiendo espaguetis de Daniel, que mojo en la salsa de las empanadillas. Un auténtico ejemplo de multiculturalidad adaptado a la comida. La única que está al margen, por temas de régimen, es María, que espera a su atún.

El segundo plato trae un poco de orden a la comida. Lucía sigue esperando su pizza, que tal vez traigan ya fundida con el helado del postre en un curioso ejercicio de deconstrucción semejante a lo que vimos hace unos días en el programa Top Chef. Volvemos a insistir y esta vez nuestros ruegos son atendidos en la cocina y nos la traen. El tiempo que ha tardado en venir es inversamente proporcional a la cantidad de hambre de Lucía, que mira su plato con la falta de interés con la que un elefante se fijaría en una caravana de hormigas. Le parto unos cuantos trozos y ella, remolona y en voz baja, como el que no quiere dar la cifra del paro en Octubre, dice que ya no tiene hambre. Me pongo de su lado y la entiendo, me pongo en el mío de padre y tengo que insistir en que tiene que comer para hacerse grande y bla, bla, bla. También podría utilizar el argumento de la crisis económica, que todo está en el aire y que quizás dentro de unos meses sólo salgan a cenar los directores de los bancos a los que los gobiernos compran sus activos de mierda (ahora son basura, pero todo el mundo sabe que con el tiempo la basura se convierte en mierda) con nuestro dinero. Como es de mala educación hablar de mierda y de banqueros en la mesa, vuelvo a lo de que tiene que comer para ser alta y todo eso, aunque Lucía ya sea alta : como me sucede con las mujeres, le bastaría con quedarse en silencio para que yo mismo me diera cuenta de la falta de consistencia de mi argumento. La pizza, claro, me la acabo terminando yo.

No sólo la pizza. También me como el pollo de Daniel, sus espaguetis, mi plato y hasta el vino, un Matizales del 2005 que está muy bueno. Cuando todos han terminado y piensan ya en marcharse, yo sigo rebañando platos. El de la pizza lo dejo casi vacío porque temo que alguno de esos cocineros orientales vestidos de negro que podemos ver a través de los cristales de la cocina, venga, cuchillo en mano, a preguntarme por qué no me la termino. Otro bocado y otro sorbo de vino. Afortunadamente el vino es bueno y poco a poco les voy enseñando a mis hijos que los platos hay que dejarlos vacíos y que todo sería mucho mejor si lo hicieran ellos mismos. Al moverme noto cómo se mueve todo dentro de mí, como la bodega de un barco en pleno temporal.

María me mira con sorpresa, como si hubiera hecho cálculos de lo que sería capaz de comer y los hubiera desbordado. Yo mismo no quiero detenerme en todo lo que he cortado, masticado y tragado para que mi estómago no sea consciente del trabajo que tiene por delante. Nada, le digo mentalmente, me he comido unas cosillas, así, con diminutivo.

Es entonces cuando traen los regalos para los enanos. Ana Star, una muñeca para Lucía y cuatro coches Funny Car para Daniel. Todo Made in China. La muñeca tiene menos consistencia que un solomillo en un menú de tres euros. Basta con agarrarla de un brazo para que se le salga y sea imposible colocarlo en su sitio. A Lucía eso le da igual porque lo que realmente le gustan son sus zapatos, que vienen en una bolsa aparte.

La camarera nos trae la carta de postres y elijo una espuma de yogourt. María va a decir algo pero se calla porque sabe que su silencio va a ser más elocuente. Lo sé, lo sé, no debo cargar más la bodega, pero en esta época de maremotos y tsunamis financieros prefiero comerme este postre antes de que se lo pida un banquero. Os quedaréis con mi hipoteca, pero este postre es mío, así, en cuatro cucharadas

sábado, 22 de noviembre de 2008

Figura de Zidane : 2,95 euros.

Me llevo a los enanos a la juguetería del Corte Inglés para que me den pistas sobre sus preferencias y les simplifiquen los Reyes a toda la familia. Primero vamos a ver las muñecas. Lucía me señala las que le gustan y se detiene ante una réplica de Paris Hilton. Bien, me digo, porque si las demás traen accesorios de mentira, seguro que ésta tiene un par de billetes de quinientos euros como complemento para que puedas recrear la atmósfera en la que vive el personaje. De ahí pasamos a la zona de los Gormiti, Pokemon y demás criaturas con poderes sobrenaturales. Daniel me va diciendo el nombre de todos ellos como si fueran parientes cercanos.

-Y éste es Materia Gris – me dice – Piensa.

Que la capacidad de pensar se incluya en el grupo de los superpoderes me serviría como exposición, nudo y desenlace de un buen ensayo, pero desecho los esfuerzos de tan grande empresa a pesar de sus posibilidades y asiento, que es una forma básica pero efectiva de comunicación entre padres e hijos.

En uno de los pasillos veo pequeñas reproducciones de jugadores de fútbol. Me sorprende encontrarme con una de Zidane cuando hace ya un par de años que abandonó el fútbol y a algunos nos dejó huérfanos, buscando un padre sustitutivo por todas partes.

-Este es Zidane – les digo a Lucía y Daniel.

A Lucía le sorprende que esa figura pequeña no venga con ningún complemento. Daniel me mira y me pregunta por sus superpoderes.

-Los tenía todos – le respondo.

Veo que Zidane cuesta dos euros con noventa y cinco. Me parece una falta de respeto dejarle solo entre blisters de jugadores del Barça y del Atlético de Madrid. Busco a más jugadores del Madrid pero sólo encuentro a Van Nistelrooy, que siendo del mismo tamaño cuesta cuatro euros más. La diferencia de precio me parece otra afrenta, teniendo en cuenta que Zidane acaba de jugar un partido contra la pobreza en Marruecos y que Van Nistelrooy va a estar lesionado toda la temporada. Es como si ante dos bolsas de lechuga te cobraran más por la que acaba de caducar.

-¿Todos? – pregunta Javier deslumbrado ante la posibilidad de haber encontrado el superhéroe definitivo.

Recuerdo el cabezazo de Zidane a Materazzi y, como padre, dudo un momento. Como seguidor de Zidane no permito que la duda sea más que un simple picor que uno hace desaparecer sin esfuerzo. Me rasco el cuello y le contesto.

-Todos, sin duda.
-A ver – me dice Daniel, quitándome la figura.

Me pregunto si habrá figuras de presidentes y directores deportivos del Madrid. No me importaría gastarme el dinero y dejárselas a Daniel para que montara una batalla entre las de Calderón y Mijatovic y todos sus caballeros, dragones, alienígenas de Ben 10 y mutantes varios. El resultado de la contienda sería el mismo aunque nos ofrecieran parte de esos dos millones y medio de euros que, según la prensa de hoy, les han puesto encima de la mesa a los jugadores del Madrid para salir de la crisis. Un remedio tan efectivo como intentar reanimar a un muerto dándole masajes en los pies.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Cuatro sándwiches y una botella de agua : 6,25 euros.

Son las nueve y media, en el descanso del Madrid Juventus, y Fernando sale a los alrededores del Bernabéu a comprar algo para cenar. Yo me quedo sentado en mi sitio, con la mente en blanco después de la primera parte que ha hecho el Madrid. Hemos visto cien veces la misma jugada: a Drenthe recibiendo un balón, a Drenthe subiendo por la banda y a Drenthe lanzando un pase con más o menos suerte a la portería. Esa repetición me ha provocado los efectos de un ejercicio zen. Han desaparecido todos los pensamientos, todas las voces.

Me doy cuenta de que me estoy frotando las manos como lo hacía mi padre y al volverme a la derecha le veo. Lleva el abrigo marrón claro con el que solía venir al fútbol. Supongo que ese abrigo lo echó mi madre en algún contenedor de ropa con todo lo que sacó de los armarios.

-Lógico. No iba a montar un museo con mi ropa – me dice.

Pienso en preguntarle si vamos a ganar el partido y niega con la cabeza. No sé si con esa negación me está dando una pista sobre el resultado o se refiere al juego del Madrid. Espero a ver si añade algo más ahí sentado o en este párrafo pero no lo hace. Lo hace en el siguiente :

-Real Madrid hat in der Champions League einen herben Dämpfer bekommen. Vor den Augen des neuen argentinischen Fußball-Nationaltrainers Diego Armando Maradona blamierte sich die Mannschaft von Bernd Schuster am Mittwochabend im heimischen Bernabeu-Stadion mit 0:2 (0:1) gegen Juventus Turin, das in der Gruppe H mit 10 Punkten die K.o.Runde fast schon erreicht hat. Nach den beiden Gegentoren des 33-jährigen Alessandro del Piero (17./67. Minute) rangiert Madrid mit sechs Zählern auf Platz zwei vor Zenit St. Petersburg (4), das bei Bate Borisov mit 2:0 gewann – me dice- Es del Stern de mañana
-No sabía que supieras alemán – le digo, sorprendido no sólo de que sepa pronunciar hasta los paréntesis, sino de que se adelante a lo que el Stern publicará mañana.

Me mira y pone la cara del que de repente recuerda dónde ha dejado las llaves. Sus habilidades parecen ilimitadas y lo que me sorprende es que en vez de ejercitarlas esté aquí sentado a mi lado en el descanso del partido. Antes de que empiece a darle vueltas al asunto, tengo cierta intuición de por qué está aquí. Se podría decir que ha venido empujado por el “¿qué hago yo aquí?”, el mantra que me he repetido cada vez que el balón de Drenthe no llegaba donde debía. Cien veces he pronunciado la frase.

Tal vez a mi padre le pasó la misma idea por la cabeza en bastantes partidos y no sé si él siguió siendo del Madrid por convicción o por razones sentimentales, las más caras e ilógicas. Si no fuera por esas razones, ahora mismo me acercaría a la zona en la que Calderón y compañía se están tomando unos canapés y le metía mi abono en el bolsillo de la chaqueta. Me gustaría hablar del tema con mi padre, pero él se ahorra toda la introducción porque los jugadores está saliendo ya al campo y me da una respuesta :

-Si quieres dejarlo, que sea cuando las cosas vayan bien – me dice.

La frase no es mía. Si fuera mía la habría dicho yo. Son las sorpresas que tiene la escritura. Me froto las manos y al girarme veo el sitio vacío. Quizás Fernando haya puesto como excusa lo de los sándwiches para marcharse a casa. No se lo reprocharía. Le invité a ver un partido de fútbol, no esto que nos ha ofrecido el Madrid. Pero Fernando es una persona responsable y le veo venir con una bolsa de Rodilla.

-Cuatro sándwiches y una botella de agua a la que le han quitado el tapón en el control de entrada – me dice – Seis con veinticinco.

Y durante toda la segunda parte estoy deseando que el Madrid remonte y meta diez goles para poder decirle adiós a este equipo hoy mismo, con alegría, en medio de una gran euforia. Del Piero tiene sus propios planes y le mete un segundo gol definitivo a un Casillas que esta noche está poco fino. Me toca seguir siendo madridista.

Y a todo esto, ¿quién abandona algo en plena celebración?

domingo, 2 de noviembre de 2008

Un ramo de flores de plástico : 25 euros.

Estoy en el Mac Donald´s comiendo con mis hijos. Hoy es un viernes lluvioso y el local está repleto porque los colegios han adelantado la festividad de Todos los Santos y les han dado fiesta a los niños. Como en nuestros trabajos no se aplican los mismos criterios que en el sector de la educación, somos muchos los padres que hemos pedido este día libre para estar con nuestros hijos. Los políticos hablan de compatibilizar la vida laboral con la familiar, pero supongo que se referirán a la suya.

El caso es que casi todas las mesas están ocupadas. Hay tantos niños que no sería raro que al llamar a mis hijos para que me sigan, lo hicieran otros con los mismos nombres. Tengo mucha suerte porque encuentro una mesa en la que sentarnos y los niños que acuden a mi llamada son los míos, lo que me evita problemas legales y alguna situación embarazosa con otros padres. Mis hijos se quitan sus abrigos y antes de sentarse ya han abierto su Happy Meal para ver qué les ha tocado. Daniel me enseña un robot rojo y Lucía una especie de Tamagotchi.

Les distribuyo sus nuggets de pollo encima de mi bandeja y cuando ya lo tienen todo listo abro mi hamburguesa. Es entonces cuando me doy cuenta de que la mesa de al lado está vacía, lo que me sorprende dada la demanda que hay. No le presto demasiada atención al hecho y vuelvo a mi hamburguesa que en estos días de celebración de los difuntos me recuerda a un ataúd de cartón con el muerto dentro. Le doy un buen bocado y es entonces cuando veo a mi padre en la mesa de al lado.

Mi padre lleva el chándal que se ponía cuando se sentaba en casa a leer, por lo que supongo que en el sitio del que viene también debe sentirse cómodo.

-¿Y tú qué haces aquí?
-¿En el Mac Donald´s o en tu párrafo?.

La mención a este párrafo, que escribo dos días después, me demuestra que en su nuevo estado nuestra concepción del tiempo debe parecerles más simple que una previsión económica del Gobierno. Pienso que ha adelantado nuestro encuentro de mañana en el cementerio.

-En donde te gastarás cincuenta euros en dos ramos de flores de tela – me dice.
-¿Perdona? – le pregunto, sorprendido de que sea capaz de saber lo que pienso, como si se anunciara igual que la cotización de los valores en Times Square.
-Y si no quieres que la dependienta se sienta ofendida, pídelas de tela, no de plástico.
-Claro.

Sabe lo que pienso y lo que escribo, así que decido seguir comiendo e insistir con los enanos para que se terminen su pollo. Les podría decir que tienen al abuelo al lado, pero ellos ya tienen su particular relación con él. El día de su cumpleaños, Daniel se levanto diciendo que sabía que el abuelo Paco iba a bajar ese día para estar con él. Si les pregunto, son capaces de girarse y de decirme que sí que le ven, como si fuera lo más normal. Los hijos de Night Shyamalan le debieron dejar el guión de “El sexto sentido” medio hecho.

Mi padre no deja de mirar a sus nietos. Ni nostalgia ni pena. Le veo contento. Mis visitas al cementerio sólo son una forma de cumplir con la tradición porque sé que ahí nunca le voy a encontrar. No hay ningún recuerdo de un momento compartido con él asociado a esa lápida y ahí donde no hay recuerdo es imposible que pueda verle. Le compraré las flores de tela y me quedaré de pie sin saber qué decirle a una piedra.

-¿Y dónde crees que puedo estar? – me pregunta.

La respuesta es fácil. En una botella de Matarromera, el vino que él me descubrió y del que sale en forma de recuerdo, como un genio de su botella, cada vez que descorcho una. En su localidad del Bernabéu. En un discurso de César. En unos peces en una bolsa de plástico. En una comida en el Nemesio. En una charla en el Brillante de Atocha…Pero no recuerdo nada asociado a un Mac Donald´s.

-Fue en un Burguer King – me aclara – Un sábado que estuvimos trabajando para preparar el IVA, antes de que te marcharas a hacer un curso de francés a Suiza.
-Ya.
-Y esto es lo más parecido a ese Burguer King.

Los enanos me piden que les abra su postre. Cuando vuelvo a girar la cabeza, mi padre ya no está ahí. Lamento haber perdido la ocasión de preguntarle algo crucial, como saber si lo que los enanos están comiendo es verdaderamente pollo o no. Cojo el robot de mi hijo y me doy cuenta de que somos muy parecidos. Tiene tres ruedas en la base, con lo que en vez de avanzar en línea recta da vueltas sobre sí mismo y si se le da cuerda baila moviendo únicamente la cabeza y los brazos, incapaz de llevar el ritmo a sus piernas. No sé si esta comparación es totalmente mía o si mi padre me la ha dejado al final de este texto como una broma suya.

sábado, 1 de noviembre de 2008

La figura del lobo de Ben 10 : 9 euros.

Esta mañana de sábado hemos estado en el Carrefour, en el Vips de Diversia y ahora entramos en la sección de juguetes del Corte Inglés de la Castellana para ver si encontramos al “corre, corre”. Reconozco el stand de las figuras de Ben 10 y me acerco con mis hijos para ver si ahí tienen la que buscamos. Un anciano muy bien vestido va mirando las figuras más pequeñas a gran velocidad.

-Puede usted acercarse si quiere – me dice – pero ya no queda ninguna.

Noto cierta decepción en su voz, como si llevara desde su juventud buscando algo que tampoco aquí ha encontrado. Se acerca a hablar con un dependiente y tras escucharle atentamente asiente muy despacio y se marcha. Camina con abatimiento, tal vez pensando en la mejor forma de contarle a su nieto o nieta que vuelve con las manos vacías. Un hombre de neandertal que regresara a la cueva sin carne no transmitiría la misma sensación de fracaso.

Y es en ese momento cuando recuerdo un párrafo del libro de Peter Carey “Equivocado sobre Japón”, la narración que el autor hace de un viaje con su hijo a Japón para conocer a los principales autores del manga y del anime. Uno de los encuentros es con Yoshiyuki Tomino, el autor de “Mobile Suit Gundam”, un hombre que Peter Carey define como de juveniles sesenta años, esbelto, calvo, grandes gafas, y esa curiosa combinación que a menudo se ve en los artistas de una sensibilidad evidente unida a una voluntad paradójicamente inquebrantable. El juvenil hombre no tiene ningún reparo en reconocer la verdadera motivación de su trabajo :

“Gundam sólo se lanzó para vender robots de juguete, para crear un producto que la gente comprara. En realidad no esconde ninguna inspiración de verdad. Inventé Gundam porque mi trabajo consistía en inventarlo. Y antes de Gundam había hecho montones de animaciones que también servían para anunciar robots de juguete”.

La calidad de las historias y de los dibujos de Ben 10 es bastante pobre. Empecé a verlos después de escuchar a Daniel extrañas historias sobre un niño que se convertía en monstruos con más recursos que Zidane. Quería comprobar qué parte de lo que me contaba se debía a su imaginación, desbordante como una magdalena con exceso de levadura en el horno, y qué parte a lo que veía. Lo que ofrecía Ben 10 era previsible y plano, un refrito de situaciones que sólo servían para crear, como admitía Tomino, un anuncio de veinte minutos.

Hasta aquí la parte teórica. La práctica la estoy viviendo frente al expositor del Ben 10, en el que no quedan las figuras más baratas. Entiendo la decepción del anciano. La colección de monstruos a 9 euros prácticamente ha desaparecido. Puedo dar el salto a las más caras, por las que nadie parece haber mostrado interés, o tratar de convencer a mi hijo de que la única figura que queda, la de la prima de Ben, puede ser la sustituta del “corre, corre”. Curiosidades de coleccionista, de Gwen hay todas las unidades que uno quiera, como si en el tema juguetero la cuestión de la cuota también funcionara y se hubieran visto obligados a tener una Gwen por cada uno de los diez monstruos en los que Ben puede convertirse.

-Pues a mí me gusta – miento.

Y mi hijo, como mostrándome que se da cuenta de mi mentira, niega en silencio y se marcha a ver qué tienen que ofrecerle los Gormitis. Me veo de anciano, bien vestido, buscando la figura del “corre, corre” pero trato de animarme diciéndome que yo tendré más suerte. Para evitar que la influencia de Ben 10 sea excesiva me propongo en este mismo momento contraatacar con la obra de Hayao Miyazaki. Frente a la falta de imaginación de Ben 10, la contundencia y la maestría de las obras del Estudio Ghibli. Si mi futuro es el de pasarme las mañanas de los domingos buscando figuras de juguetes, que sean al menos las de películas como “Mi vecino Totoro”, “El viaje de Chihiro” o “Haru en el reino de los gatos”.

El propio Peter Carey parece reconocer la superioridad del trabajo de Miyazaki al cerrar el libro con el encuentro que él y su hijo tuvieron con él. En la breve entrevista, la traductora les cuenta :

“Para el señor Miyazaki una de las capacidades más importantes del ser humano es la imaginación, por tanto el propósito de sus actividades creativas es desarrollar la imaginación de los niños, de las generaciones venideras. La imaginación puede crear un mundo completamente diferente, depende de cómo se use. Puede dar vida a la virtud o armas destructivas que amenacen al mundo en su conjunto, un riesgo potencial que le provoca miedo”

Me resigno a irme con las manos vacías. Rebusco entre todas las figuras de Gwen hasta que doy con una distinta. Un lobo que tiene las fauces divididas en cuatro partes. Se la enseño a Daniel, que sonríe y viene corriendo hacia mí.