miércoles, 3 de noviembre de 2010

Impuesto de Bienes Inmuebles : 553,47 euros

Unos días después de la llegada de la tasa de basuras, llega el IBI. Abro el sobre del Ayuntamiento por la mañana, después de ir al gimnasio, y, al ver que son casi seiscientos euros, me pongo de muy buen humor. Me alegra poder entrar en casa y darle una buena noticia a mi mujer :

-Mira, vamos a dar más dinero que el año pasado para asfaltar hospitales y levantar carreteras. O al revés.

Los niños, que están desayunando, se contagian del buen ambiente y se terminan rápidamente su zumo de naranjas argentinas y su Cola-Cao Turbo y repasan rápidamente The Family Tree (Grandpa, grandma, cousin y todo eso). En la televisión, las tres mellizas me guiñan un ojo. Qué bien sienta levantarse pronto : Dios te ayuda y, además, te permite ser más solidario.

Un día que empieza así no puede ir mal. Hace poco un mail de la Comunidad de Madrid estuvo a punto de arruinarnos la jornada, pero, afortunadamente, nos denegaron la beca para libros que, egoístamente (lo veo ahora), habíamos pedido. Los fondos irán a alguien que los necesite más. Hoy, salvo imprevistos, todo me sonríe.

Sólo lamento, mecachis, que el gozo no sea pleno, que vuelvan al estilo impersonal cuando, con la tasa de basuras, se habían acercado al impuesto más humano. Identificabas el pago con un servicio y eso te implicaba emocionalmente. Sólo les fató haber ofrecido la posibilidad de adoptar a un trabajador de los servicios de recogida de basuras.

-Hombre, guapo no es, pero se le nota buena persona.
-Me da igual. Hay que quererle por lo que es. Yo meto su foto en la cartera.
-Mejor nos la imprimimos en la tazas del desayuno y así le vemos todas las mañanas.

Ahora podrían haber enviado la foto de una funcionaria de correos para que la adoptaras, acompañada de una carta manuscrita en la que te contara dónde pasa las vacaciones, cuál es su plato favorito y si se queda dormida por la noche viendo Telecinco o La Sexta. Ese vínculo sentimental haría que desapareciera cualquier enfoque negativo del impuesto, si es que lo hay.

Pero alejo los malos pensamientos y me siento a ver en el salón a Noddy mientras mis hijos se visten. ¡Qué gracioso es Noddy! ¡Qué contentos están todos sus amiguitos! Se nota que pagan muchos impuestos y que se saben parte activa de la comunidad, seguros de que van allí donde más se necesitan. Ja,ja,ja. Me río mucho con Noddy.

-¡Pero bueno! – dice mi mujer - ¡Si lo tenemos domiciliado!
-¿Y eso te preocupa?
-Claro. Igual nos lo pasan al final del plazo y es posible que los necesiten ahora mismo.

Nos quedamos serios. La televisión empieza a retransmitir en blanco y negro. La tensión se acumula y provoca los sollozos de Daniel, molesto consigo mismo, seguro, por no derramar sus lágrimas por causas más serias.

-Bueno – reacciona mi mujer – Me paso ahora mismo por el banco y lo soluciono.

Se disipan las nubes negras y hasta juraría que oigo a Heidi reír al fondo del pasillo. La alfombra se torna césped y me entran ganas de correr con ella, de preguntarle a los abetos si cantan, de comprarle todos los panecillos blancos del mundo a la abuela de Pedro y de meter la cabeza entre las patas de todas las cabras y beberme directamente su leche.

-Rotenmeyer no pagaba impuestos – les digo a mis hijos.

-Ya – sonríe Daniel, sorbiéndose los mocos. Esta frase es un comodín que utilizo con ellos cuando les veo tristes o preocupados. No falla. “¿Por qué estaba tan seria Rotenmeyer?” Y su sonrisa, que hace florecer mi corazón, aparece antes de que respondan. “¡Por no pagar impuestos!”

Mis hijos terminan de vestirse. María les peina mientras yo miro la hora. Hay que darse mucha prisa por la mañana. ¡Parezco el conejito de Alicia!. Lo pienso y lo digo en voz alta. Los cuatro compartimos risas.

-Jajaja – ríe Daniel.
-Jajaja – ríe Lucía.
-¡Cómo eres, cariño! – observa mi mujer.

Es bueno compartir al máximo el poco tiempo que tenemos los cuatro. Una hora por la mañana y dos horas por la noche. Jolín que es complicado ser papá o mamá (o mamá o papá, perdón) ahora. Pero si no trabajáramos tanto no habría dinero ni para la sopita de pollo de los ancianos que están malitos.

Risueños mis hijos, contenta mi mujer, me deleito en la estampa. Cojo (en broma) la carta con el IBI.

-¡Venga! ¡Lo pago yo, que tú ya llevaste la declaración de la renta!
-La idea ha sido mía. Yo lo llevo.
-Vengaaaaaa.
-A que te quedas sin postre esta noche
.
Los niños pensarán que el postre son las natillas, pero no. Hablamos así para que no se enteren.

-¡Papá no toma postre!

Les sigo la broma a los niños frotándome la tripa y simulando que me relamo para que no sepan que hablamos del otro postre. Le entrego la carta del Ayuntamiento y ella la guarda, satisfecha, en el bolso.

-El próximo impuesto lo pagas tú.

Ya, pero hay tan pocos impuestos. Apago la luz, me despido mentalmente de Heidi y me pongo de mala hostia al recordar el día de mierda que me espera hoy.

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