martes, 23 de noviembre de 2010

Entrada de adulto a Cosmocaixa : 3 euros.

Hace una mañana de perros. Lo que veo, tras pasar con el coche tres veces por el mismo sitio, es que todos los padres hemos decidido aprovechar el mal tiempo para traer a nuestros hijos a Cosmocaixa. La excusa es que así aprenden y disfrutan, pero es igual que si a nosotros, después de una semana de curro, nos llevaran a pasar la mañana del domingo en un curso sobre la doble imposición en el impuesto de la renta. Como si nuestros hijos fueran al colegio a romper muebles a cabezazos y gracias a nosotros recibieran el conocimiento.

Pero ahí estamos, descubriendo que todas las actividades están ya llenas. Sólo nos queda la opción de dar un paseo por la exposición permanente, a ver qué es lo que uno aprende. Empezamos por una muestra con los fósiles de dinosaurios que unos científicos encontraron en el desierto del Gobi. Es una experiencia realmente interesante porque descubro dos cosas : que el desierto del Gobi no es una invención de Ibáñez para mandar ahí a Mortadelo y Filemón y que la mejor manera de cocinar un dinosaurio para la posteridad es cubriéndolo de arena. El efecto es el mismo que con la dorada a la sal, con la diferencia de que al rascar la arena lo que te encuentras son unos fósiles que quedan muy bien expuestos.

Pasear entre fósiles es como darse una vuelta por el foro romano. O le echas imaginación o lo que te llevas es lo que ves, que suele ser bastante poco. En unas pantallas, dándole un toque tecnológico al asunto, se emiten unos videos sobre algunos de esos dinosaurios. Son tan cortos que cuando nos sentamos a verlos ya se han terminado. O los científicos no sabían mucho o los programadores no tenían ganas de trabajar.

-¿Ya se han acabado? - me pregunta Daniel.
-Sí, pero lo que decía es que si corrían más que el dinosaurio grande, se salvaban.

No me parece mala lección y la doy por buena sin añadir nada más. Irlanda, por ejemplo, no ha corrido más que su deuda y le ha caído encima el FMI, pero eso no lo digo. De toda la exposición, lo que más me gusta son unas manos gigantes de Deinocherius que se exponen. El resto todavía no se ha encontrado, quizás porque se adelantó algún perro que al remover la tierra vio sus plegarias atendidas. Trato de imaginarme lo que falta y me doy cuenta de que, como siempre, es tras la sugerencia cuando realmente empieza a funcionar la imaginación, dogma sobre el que se levanta el imperio de la lenceria.

Y en esas estoy, imaginando, cuando los enanos me dicen que ya han tenido bastante de dinosaurios y que toca seguir. Pasamos el resto de la visita en la parte de los experimentos porque ahí pueden apretar botones, subir y bajar palancas, asustar peces y dar balonazos contra la pared. No me parece mal porque todo tiene su base científica, como las historias con mensaje, y eso hace que la realidad alimente, lo que evita la anemia intelectual y todo eso.

El problema es que la distancia que hay entre cada experimento y su explicación es tan grande que no sabes si merece la pena hacer el esfuerzo. Como subir al Torumalet en triciclo. Me acerco a dos experimentos que conozco como el que encuentra con quién charlar en uan fiesta repleta de desconocidos. Les explico cómo funciona la vejiga natatoria y cómo afecta el sentido de la corriente a los peces. Y ahí me bajo del tricilo y me dedico a seguirles de experimento en experimento.

Me basta con escuchar a los demás padres para descubrir que compartimos el mismo nivel de incultura, lo que no me consuela. En el fondo, todo el paseo por esta zona es un reproche a mí mismo por todo lo que debería saber y no sé. Aprovecho para tener un breve diálogo de agradecimiento con todos los profesores de ciencias que tuve.

-¿Pero no veían que era, científicamente hablando, un analfabeto? (So cabrones)
-Sí, pero para usar las cosas eso no importa. (Inútil)
-¿Y si quiero entenderlas? (So cabrones)
-¿Desde cuándo hace falta entender algo para usarlo? (Inútil)

En lo que les tengo que dar la razón. Al final el mundo se divide entre los que crean y los que usan. Y si eres de los que usan, sólo queda asumirlo y seguir a tus hijos de juego en juego, mirando la hora y añadiendo el tiempo que querrán pasar en la tienda para saber cuándo toca marcharse.

Camino intelectualmente rendido y si abrir la boca para no delatar mi incultura, cuando súbitamente sucede el milagro. Es un pequeño milagro científico, si es que ambas cosas pueden combinarse, pero me deja paralizado. Descubro un experimento simple en el que unas figuras geométricas, realizadas con un fino alambre, se meten en una solución líquida y verde, parecida, para ser más exactos, a lo que uno ve en el fregadero cuando echa el Fairy antes de limpiar los platos.

Lo que sale al levantar las figuras son unas pompas sorprendentes que utilizan como base el alambre. A veces en forma de una fina superficie y otras combinándose para crear figuras dentro de figuras. Me fascina que eso esté escondido dentro del Fairy, del que yo sólo saco tazas que hay que frotar con fuerza para quitarles el culo seco del cola-cao. Me parece una imagen expresiva : lo que saques dependerá de lo que metas. Los enanos suben y bajan las palancas con la misma enegía que usan en las máquinas cuando intentan atrapar con un gancho un juego de tres en raya para el coche. Al rato se aburren y se marchan.

Yo me quedo un rato más, experimentando. Leo la explicación que aparece al lado. Parece que las pompas, al buscar la menor área de superficie entre puntos y aristas, solucionan problemas matemáticos complejos relacionados con el espacio. Me gusta la idea de la belleza como solución. Se me llena la cabeza de argumentos en contra, molestos por dejar que esa imagen de piernas largas se cuele mientras ellos hacen cola en la calle, pero no les escucho para mantener esa ilusión.

Qué distinto habría sido todo si algún profesor se hubiera llevado un día un barreño con agua y Fairy al colegio y hubiera hecho un pequeño truco de magia. Con lo poco que les habría costado.

So cabrones

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