sábado, 7 de noviembre de 2009

Disfraz de bruja : 9,90 euros.

María entra en casa con los enanos y cara de cansancio después de haberse pasado por el Toys ´R´ Us después del trabajo.

-Estaba todo vacío, como si lo hubieran saqueado – me susurra, y al momento cambia de tono como si hubieran encontrado justo lo que buscaban - ¡Hemos comprado dos disfraces chulísimos para la fiesta de Halloween!

El que me preocupe por escribir correctamente Halloween es una muestra de que me tomo esta celebración más en serio de lo que me creo. Realmente no sé qué se celebra, pero en este mundo globalizado en el que, viviendo en España, el pescado que compro viene de Vietnam y las naranjas, en pleno mes de Noviembre, llegan de Uruguay, no me sorprende que las fiestas también sean importadas. Tal vez en un pueblo de Texas estén ahora disfrazados de chulapos, repitiendo con atención :

-Es el chulo que…
-Castiga, que castiga.
-Perfect. Won´t forget it. Que castiga.

Con una bolsa de naranjas en la mesa y un buen trozo de merluza del cantábrico listo para preparar en salsa verde.

-¿A que está guapa?

Mientras yo me encargaba del atrezzo de la pareja de Texas, Lucía se ha puesto su traje de bruja para que la vea. Está muy guapa vestida de negro y se lo digo. Ella sonríe con una mezcla de timidez y de orgullo que me muestra que con cinco años está aprendiendo a manejar su sonrisa y a combinar sus sentimientos, disfrutando de la mezcla como el que se pide dos bolas distintas en el mismo helado. Por verla disfrazada así de guapa sería capaz de celebrar cualquier fiesta : La conmemoración de la firma de los acuerdos de Bretón Woods, el nacimiento del primer panda de semen congelado, o la patente de la llave inglesa.

En esto de las fiestas ando un poco desorientado y hasta las que se suponen que son mías las celebro de la misma manera : me levanto media hora más tarde, alargo la ducha diez minutos y pienso en un sitio al que podamos ir a comer. En todas ellas me siento como si me ofrecieran los huesos de unas chuletas que ya se hubieran comido todos mis antepasados. El desapego del hombre moderno ante la realidad y la falta de nuevos ritos de paso, por cerrar este párrafo con una frase un poco contundente. Sólo logro cierta vinculación sentimental si veo a mis hijos disfrazados.

-Muy guapa – le repito.

Al día siguiente se produce mi segundo encuentro con Halloween. Daniel y yo volvemos de ver al Madrid en el Bernabéu contra el Getafe. Un partido un sábado a las seis y media es un buen plan infantil y me animo a llevarle. Creo que los dos nos aburrimos lo mismo, lo que sin duda ayuda a crear esos lazos que mantienen unidos a los hijos con los padres. Volvemos a casa en la línea 10, en un vagón en el que unas veinteañeras van disfrazadas de diablas. Daniel se queda mirando sus pequeños cuernos rojos y los tridentes de plástico que llevan.

Una de ellas le saca la lengua a Daniel y Daniel me mira sonriendo, como preguntándome qué hacer a continuación. La respuesta que le daría no es la apropiada y me la callo, mandándola a lo más profundo del subconsciente, que es de donde no debería haber salido. La doctrina dice que los diablos son uno de los tres enemigos del alma, pero creo que mis lista de enemigos del alma y la oficial no coinciden, así que tampoco le digo nada. En el vagón sólo se oyen las risas de las chicas, que los demás parecemos escuchar como el que se acerca a un fuego encendido en la nieve.

Las diablas se bajan en nuestra estación y todas ellas suben, corriendo, por las escaleras mecánicas. Un grupo de chicas que esta noche llevará a alguno al séptimo infierno, provocando con sus tridentes y sus lenguas esas heridas que cicatrizan al momento. Esa alegría que dejan detrás de sí podría ser otra razón para celebrar esta fiesta, pero me falta la intelectual, la que uno puede desenvainar en una buena conversación para cortarle el cuello a cualquier argumento contrario.

-No, no, estáis equivocados.

Al día siguiente me levanto pronto de la cama para ir a comprar leche. Como es bastante probable que los días se tuerzan, me gusta empezarlos con un desayuno ordenado, como una pequeña ofrenda para que el día transcurra tranquilo y sin sobresaltos. Que falte la leche de los enanos es tentar a la suerte, como subirse encima de un elefante y soltar mil ratones entre sus patas. Así que me visto mientras todos en casa duermen.

Lo único abierto a estas horas es la tienda de la gasolinera a la que voy. Todas las calles están desiertas y me imagino que por donde han pasado las diablesas todavía hay rescoldos calientes. Pienso en las diablesas, en los pecados y en la redención y me pregunto qué método se utilizará para juzgarnos : si la media de lo que ha sido uno en su vida o se elegirá un día al azar y según lo que se haya hecho, irá uno al cielo o al infierno.

El primer método parece más justo, pero eso te permite convertirte en un auténtico cabrón un día sabiendo que los otros siete te elevarán a las nubes. El segundo es más aleatorio, como las preguntas de una oposición, salvando al que se haya estudiado sólo el tema que le toca, sí, pero hace que nunca bajes la guardia. En mi caso no sé a cuánto cotizaría un madrugón de domingo para comprar un cartón de leche entera.

-Hombre, a una suite celestial no te vamos a mandar, la verdad.

La tienda de la gasolinera está abierta, llena del olor de la bollería que preparan en un pequeño horno. Cojo la botella de leche y el periódico, para recibir la lección semanal de Manuel Vicent, y camino de la caja veo unas calabazas de plástico rellenas de bombones. Me fijo en la etiqueta para ver el precio y descubro que tienen una pequeña explicación de la historia de Halloween, de las costumbres y de la leyenda de la calabaza. La información es muy completa y la leo ahí de pie : cualquier momento es bueno para aprender.

-A ver, a ver, que la noche de brujas se celebraba ya hace 3.000 años por los celtas y que en el siglo VII los cristianos la convirtieron en el día de Todos los Santos. Y que eso del truco o trato también es costumbre europea, de cuando los cristianos del siglo IX iban de pueblo en pueblo mendigando unos pasteles de pasas conocidos como pastelitos de los difuntos.
-¡Quién lo iba a decir!
-Y lo de la calabaza tiene su origen en la irlanda del siglo XVII, en la historia de un alcohólico llamado Jack que desafió al diablo.
-Asombroso.
-Escuchad y aprended, que ahí va la historia de Jack.

Con esta explicación ya puedo entender qué se celebra. La parte racional está, por fin, más o menos convencida y uno puede añadir algo en cualquier conversación en la que se discuta si es religiosa o no, si es importada o no o si les conviene a los niños o no. Ya podré hacerme un hueco entre los demás argumentos como el que cruza un bar repleto para acercarse a la barra, pero en lo que realmente pensaré mientras hablo de Halloween será en el disfraz de Lucía, la parte sentimental de la celebración, y en esa lengua de la diablesa, la parte dionisíaca del tema.

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