viernes, 20 de noviembre de 2009

Cartón de leche con Omega 3 : 1,24 euros.

Salgo tarde del trabajo y cuando llego a casa los enanos, con el pijama ya puesto, están cenando conejo en el salón. El conejo lo ha traído está tarde mi suegra en un tupper que veo en la cocina. Los abuelos recogen a los enanos y les dan de cenar, los profesores les educan y a los padres nos queda muy poco tiempo para hacer de padres. Somos como el jugador al que el entrenador saca al campo cuando sólo quedan diez minutos de partido y el marcador muestra una diferencia de tres goles.

-Gracias míster.
-Lo hago para que el público pueda ovacionar al que sale. No te engañes.

Y no me engaño. Abro la nevera y comprendo la frase de que quien siembra vientos cosecha tempestades porque lo único que hay dentro es el aire frío que noto en la cara. Cojo un cartón de leche, cinco galletas, y me siento en la mesa de la cocina, que la asistenta ha dejado impecable.

Mientras mojo la primera galleta, tratando de conseguir que se quede blanda, pero no tanto como para que se me rompa al sacarla del vaso, me entretengo leyendo el cartón de leche. El cerebro es como un perro inquieto al que hay que lanzarle una pelota para que se distraiga con ella y yo le ofrezco lo que dice el cartón para que me deje un rato en paz. “Bebida láctea elaborada con leche desnatada, Ácidos Grasos Omega 3 (EPA y DHA), Ácido Oleico y Vitamina E”. Y el cerebro mueve la cola y se lanza a por la frase para traérmela corriendo.

En lo que va y viene, tengo tiempo para relajarme un poco. Quizás podría haberme servido una copa de vino, pero no pega con las galletas, a menos que uno sea muy creyente, y, además, conviene dejar descansar al hígado un poco. Son tantos los vinos que le he hecho depurar que es posible que en el próximo análisis en vez de cifras salga un mapa con los principales pueblos de la Ribera del Duero. Es curioso eso de tener un hígado que ha viajado más que uno.

-También he estado en California, y en Argentina, en Chile, en Australia, en Sudáfrica.
-Eres mi órgano más internacional.
-Mi trabajo me cuesta.

Ahora mismo, por ejemplo, veo un Monagos de Pago de Vicario en la encimera. Prometía más de lo que al final ofrece y quizás por eso ahora esté con el vaso de leche, no nos engañemos. La primera galleta se me rompe, pero con la segunda logro el equilibrio perfecto y la deshago suavemente en la boca con la lengua. El cerebro ya está de vuelta con los problemas del día atados como latas vacías a su cola. Sigo leyendo. “Puleva Omega 3 ha demostrado científicamente que te ayuda a reducir los niveles de colesterol y triglicéridos y por ello a mantener tus arterias y tu corazón sanos. Toma dos vasos diarios y lo notarás a partir del primer mes”. Enrollo las frases sobre sí mismas como si fueran un canutillo y lo lanzo otra vez lejos de mí.

Cenar un vaso de leche con galletas no sólo es pobre en lo gastronómico, sino en lo literario. Intento recordar a algún escritor que creara una gran obra bebiendo leche con Omega 3 y no se me ocurre ninguno, quizás porque mi cerebro anda lejos y todavía no ha vuelto. Para centrarme en lo literario debería estar ahora con un whisky.

-¿Qué whisky te servirías?

Es la voz de Umbral, que resuena en mi cabeza, ahora que tiene espacio para este tipo de manifestaciones. Qué sorpresa recibir la visita del maestro en este momento.

-Es lo que pasa, mayormente, cuando te dedicas a leer mis memorias eróticas en el metro.
-No es mal sitio. Gualberta también leía en el metro.
-¡Ah! Esa te sacaba en un cuarto de hora todo lo que uno llevara dentro de virilidad y de lujuria. ¿Y entonces?
-¿Qué?
-Lo del whisky.
-Pues no sé.
-Mi consejo es que, para trabajar, te sirvas Johnnie Walker. ¿Qué estás bebiendo ahora?
-Puleva Omega3.

En ese momento el maestro, lógicamente, desaparece. Mojo la tercera galleta y me digo que es una pena que no me guste el conejo. Dos galletas más y vuelvo al salón. Ahora disfruto de la luz blanca brillando en todos los bordes metálicos que hay en la cocina. Este orden me relaja. Me pregunto si este orden genera endorfinas. Llevo unos días haciéndome esa pregunta con todo lo que me rodea.

-Es lo que pasa, mayormente, cuando te dedicas a leer mis memorias científicas en el metro.

El que habla ahora es Eduardo Punset, al que leí antes que Umbral. Las endorfinas son los opiáceos propios del cerebro, que se crean ante estímulos como la comida o el sexo.

-Gualberta sí que generaba endorfinas. Yo creo que hasta se hacía porros con ellas.
-Calla, Umbral.

No sé si es buena idea juntar a Punset y Umbral, que ha vuelto al mencionarse lo del sexo. La cosa no llega a mayores porque el cerebro regresa y dejo que se meta de nuevo en su caseta. Quizás tanta lectura no sea buena, pero es que el metro es un gran sitio para leer. Creo que cuanto mayor sean el ruido y las obras en la superficie de Madrid, más se bajará al metro para leer, sin importar el destino.

Mojo la cuarta galleta y me pregunto si pronto crearán un producto especial para mojar tu galleta, limpiar las cañerías, quitar las manchas de vino, reducir la placa bacteriana, dejar tus metales como nuevos, y lubricar el motor de tu coche y tus endorfinas. Le hago la pregunta al cerebro, pero está tan cansado que ni se acerca a olerla.

Muerdo la quinta galleta y me preparo para saltar al campo. El míster me mira como tratando de decirme algo que me anime a jugar estos últimos diez minutos. Le doy unos golpecitos en el hombro para indicarle que no se preocupe, que uno ya sabe qué es lo que tiene que hacer. Aunque sea bajo los influjos del Omega 3, se me ha ocurrido algo que escribir y esa idea, que se agita con fuerza como un pequeño pez encerrado entre las manos, me da energía.

Daniel vuelve a reírse con otra tontería de Patricio y me digo que es el momento de salir de nuevo al conejo, a Bob Esponja, a la cena que avanza despacio y a las preguntas sobre el día.

-Presta atención al detalle – me dice finalmente el míster, tomando una frase prestada de Punset.

Dejo el cartón de leche en la nevera, enjuago el vaso y me pregunto qué efectos notaré con el Omega 3 dentro de un mes.

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