domingo, 15 de noviembre de 2009

Camiseta de Marillion : 16 euros.

Entrar en el Hotel Auditórium es como meterse en un cuadro de Dalí. Hay un gran coche rojo con las puertas abiertas en la entrada, una inmensa lámpara de cristal en el techo, un pianista con perilla que toca en un bar en el que no hay nadie, estatuas blancas en los pasillos, colecciones de platos dorados en vitrinas, tapices colgados de las paredes y varias salas con nombres como Baden-Baden o Stuttgart.

Después de pensar en Dalí me doy cuenta de que bien puedo estar metido dentro de mi propia cabeza, lo que me parece una forma diferente de pasar un viernes por la noche. Unos se dan una vuelta por un centro comercial y yo estoy aquí, con María, viéndome por dentro como el que se pasea por un rastrillo de antigüedades.

-Hasta en tu cabeza acumulas trastos – me dice María.

Y con razón. Es un sitio curioso la cabeza. Caminamos por un pasillo y llegamos a una de las puertas por las que se entra en el auditorio. Me gusta que dentro de este hotel se me haya ocurrido la idea de montar un auditorio. Suena a capricho de rico, pero resulta práctico.

-¿Y a quién consigues traer al auditorio de un hotel que está fuera de Madrid?
-Pues a Marillion – le digo.

Es una respuesta que suelto sin pensar, pero si he sido capaz de crear el auditorio, ¿por qué no traer a Marillion aquí?. Sería lo lógico con un grupo al que llevo siguiendo casi veinticinco años, desde que sacaron el “Misplaced Chilhood”, en 1985. Les he visto en la sala Jácara, en la Canciller, en la Macumba y ahora aquí.

-A la Jácara iba yo cuando tenía quince años. En la sesión de las siete a las diez – me comenta María.

Como está dentro de mi cabeza se entretiene viendo lo que pienso.

-Por pasar el tiempo. Tampoco es tan entretenido.
-Pues esto si te lo va a parecer.

Igual que un mago seguro de sus trucos, le pido a María que abra su bolso y me diga qué hay dentro.

-Dos entradas – me dice, sorprendida.

Lo bueno de crear tu propia realidad es que pasan cosas como ésta. María parece dudar de la validez de las entradas, pero la chica de la puerta les corta una esquina y nos deja pasar.

Mientras espero para comprarme una camiseta de la gira, me fijo en la gente que ha venido al concierto. La media de edad supera los cuarenta y es ese tipo de profesional que aparece cenando en un restaurante de moda en una película de Woody Allen. No me extraña que me haya salido un público así porque también me gusta Woody Allen.

-No le pongas de telonero – me aconseja María.

No es mala idea, pero antes traería a Regina Spektor, Tori Amos, Ana Laan o Madeleine Peiroux, que esta noche toca en el Circo Price, como si a todos les hubiera dado hoy por dar conciertos en sitios raros. Debe ser que como dudo, no me doy tiempo para crear un telonero y a las nueve, como me he dicho a mí mismo en las entradas, sale al escenario Marillion.

El nombre de la gira es “Less is more”, que suena a mantra ecologista pero que al grupo le sirve como excusa para dar un concierto acústico. A mí me resulta cómodo porque me los imagino como están ahora, sentados y haciendo versiones de temas conocidos, por lo que no tengo que improvisar sobre la marcha nada nuevo. Basta verles salir al escenario para descubrir que el tiempo pasa, fuera y dentro de la cabeza de cada uno. La media de edad del grupo es de cincuenta años, pero con escucharles ya en el primer tema uno se da cuenta de que estos han cambiado juventud por experiencia, lo que no es mal trueque, habiendo tantos que cambian la juventud por nada.

Al terminar la primera canción descubro que el Steve Hogarth de esta noche me ha salido charlatán y respondón.

-What a fucking place is this? – Me dice.

Reconozco que el auditorio parece pensado para celebrar una convención de vendedores de impresoras, pero es lo que hay. El sonido no está mal y no hay goteras, aunque el juego de luces recuerda al de una discoteca de pueblo, tengo que admitirlo. Eso no lo he trabajado bastante. Por un momento temo que a Steve no le guste el sitio y acabe marchándose, obligándome a abandonar mi cabeza por la puerta del hotel, pero se le ve de buen humor. Lo bueno de tener cincuenta años es que siempre has tocado en un sitio peor.

El grupo suena bien, con ganas. Como siento debilidad por Steve Rothery, el guitarrista, le coloco al frente y le hago cambiar de guitarra varias veces para escuchar sus solos. Un poco desorientado en la música actual, en la que ya no existen muchos solos así, Steve Rothery hace que me sienta como el viajero perdido en Mongolia que logra que alguien le entienda.

Steve Hogarth presenta cada tema con una historia en un inglés que se entiende muy bien. Podría haberle doblado pero eso sería como dar un puñetazo en una mesa en la que hay una pirámide de cartas. Si se fuerza un poco toda esta construcción se puede venir abajo y hasta el momento no tengo ninguna queja. Ahora habla de “The space”

-En una visita a Holanda vi cómo alguien había dejado el coche aparcado muy cerca de la vía del tranvía. El tranvía al verlo trató de avisarlo pero no frenó. Siguió a la misma velocidad y al pasar junto al coche lo destrozó. No quedo prácticamente nada. Poco después, y durante un cierto tiempo de mi vida, yo fui como ese tranvía.

Me agradan sus historias y su buen humor. Hay que admitir que si no te gustan su voz o su estilo de cantar puedes acabar saturado, pero ése no es mi caso. Como lo están haciendo tan bien, les dejo que hagan una pausa de quince minutos para descansar y aprovechamos para ir a la cafetería a tomar algo. Ahí sigue el hombre de la perilla tocando el piano.

-Podrías poner a Elton John – se queja María.
-Está con gripe – le digo.

Hay que ser coherentes con lo que se construye uno en su cabeza si no quiere caer en el delirio. Lo que no sé es por qué he puesto a ese pianista con perilla ni por qué todas las columnas de la sala son doradas. Seguramente sean señales que me sirve mi subconsciente como si me pusiera un plato de cacahuetes para acompañar a unas cervezas. Puedo cogerlos o no. Aprovecho para llamar a mi madre, que desde el mundo real me dice que Daniel y Lucía están a punto de irse a la cama.

-Han comido espaguetis y pescado, pero no tenían mucha hambre.

Yo me había conformado con unos espaguetis, pero, como se ha dicho ya, aquí hay que aceptar las cosas como son y pido un cortado porque veo una máquina de café y María una pulga porque están a la vista. Me sirven el cortado con una pequeña chocolatina.

-¡Cómo te cuidas!
-Aquí mando yo.

Me como la chocolatina y por un momento me pregunto si María no será también un elemento más.

-A ver si voy a ser yo la que te está construyendo a ti – me amenaza.

Pagamos con euros, válidos también en este lado de la realidad, y volvemos al concierto. El grupo sigue al mismo nivel y ahora Steve cuenta la historia de “80 Days”

-Fue en un concierto que dimos en un sitio que ya no existe, en Londres. Teníamos los camerinos en la última planta y desde allí vi la fila de gente que estaba esperando para entrar a vernos. La cola recorría varias calles y parecía interminable.

Es la mención a las cosas que ya no existen la que me hace pensar en todo lo que ha dejado el propio grupo detrás. Del estilo barroco de sus primeros discos, con las ilustraciones de Mark Wilkinson y Fish, el antiguo vocalista, a este Marillion tocando en acústico, con todos vestidos de blanco en los carteles que había en la calle Fuencarral anunciando el concierto.

Era inevitable que acabara apareciendo Fish. Desde que dejó el grupo, nos ha obligado a elegir entre una época de Marillion con él, y otra con Steve. ¿Burguer King o McDonald´s? ¿Ventanilla o pasillo? ¿Patatas fritas o asadas?. La dualidad de la vida también existe con Marillion y yo durante muchos años defendí a Fish frente a Hogarth. De hecho es posible que en alguna de las otras puertas del hotel, Fish esté dando un concierto.

-Pero estás en éste – me recuerda María, poniendo un necesario orden en lo que pienso.

Sí, y podría hacer que apareciera y tocaran de nuevo los temas antiguos y todos se llevaran bien, pero lo cierto es que ni aquí sería posible. Fish ha seguido su propio camino, quedándose sin voz y sin inspiración, reduciendo su mundo al de una pecera con el agua turbia. Además, me ha prohibido el acceso a su foro por haberle dejado una crítica constructiva.

-Pues él no lo debió ver así.

Es entonces cuando me permito otro truco esta noche, haciendo que toquen “Sugar mice”, la única canción de la antigua etapa. Como no podía ser de otra manera, porque este público me pertenece, todos cantan conmigo esta canción y, al terminar, me doy cuenta de que Steve la ha hecho suya. Hasta tu propio pasado te puede abandonar si hay alguien que demuestra que es capaz de cuidarlo mejor que tú.

Al final me concedo varios bises y una última canción de casi diez minutos de despedida. Ahí se marchan los cinco y les dejo ir porque me parecería injusto tenerles haciendo bises varias horas más.

Me pongo la camiseta antes de salir de la sala y cuando vuelvo al mundo real, después de dejar detrás este extraño Hotel Auditórium, me doy cuenta de que la camiseta no ha desaparecido. La letras en color blanco sobre el pecho con el título de la gira “L=M” siguen ahí.

-Y yo – me dice María - ¿Buscamos un sitio en el que cenar de verdad?

Y me esfuerzo pensando en alguno, pero no me viene nada a la cabeza. Mis habilidades han desaparecido.

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