martes, 19 de octubre de 2010

Caja de Silly Bandz : 3,95 euros.

Como ya quedan pocos días de buen tiempo, pasamos el fin de semana con unos amigos en un pueblo de Segovia. El sábado quedamos con ellos a comer y, antes de que traigan el primer plato, su hija, que tiene la muñeca derecha repleta de gomas de colores, se quita una de ellas, con forma de delfín, y se la regala a mi hija. Mientras eso sucede, los adultos, por llamarnos de alguna manera, entre vino y vino vamos proponiendo soluciones macroeconómicas a la crisis con la sutileza del que le pega un puntapié a la nevera para que se arregle. En otro foro seríamos, científicamente hablando, más cuidadosos con nuestros comentarios, pero la amistad, el vino, y el olor a carne a la brasa, hacen que pensemos que basta con arremangarse y plantar bien los pies en el suelo para arrancar cualquier problema de cuajo como el que quita las malas hierbas.

Mal asunto ése de darle martillazos a las grandes cuestiones, como si fuéramos uno de esos herreros de la propaganda soviética, cuando la microeconomía pasa delante de nosotros con la rapidez y energía de una plaga de lagartijas. Ese momento en el que mi hija se coloca la goma del delfín en la muñeca tiene una trascendencia a la que no presto mucha atención : no soy capaz de imaginarme ese mecanismo de reloj suizo que en este preciso momento ha hecho que un pájaro de madera se asome y abra el pico varias veces dando por iniciada la carrera.

Probamos las croquetas y seguimos con el vino. Con la realidad ocurre lo mismo que con la ley : no conocerla no te exime de su cumplimiento. Aunque no lo sepa, yo ya estoy corriendo. Es cierto que en ese instante, frente al solomillo en su punto, estoy donde quiero estar (una de las cosas que uno busca cuando come), pero la liebre de mentira ya ha salido y yo hago mal quedándome en mi cajetín. La parte más sedentaria de mi naturaleza se ata a la silla con un cinturón y, emulando a Ulises, se hace unos tapones con miga de pan para no oír las advertencias de las sirenas, que me recuerdan lo malo que es para el ecosistema consumir carne y, ya de paso, la necesidad de fijarse en el tema de las gomas de colores.

Las sirenas siguen ahí por la tarde cuando el solomillo es un recuerdo y mi hija me enseña las cuatro gomas que tiene en la muñeca. Se las quita con cuidado y me habla de ellas. Un pingüino, un avestruz, una medusa y un delfín. Una vendedora de joyas no las habría colocado con más elegancia encima de la mesa. Le pregunto por esas figuras y el tiempo se dobla como una hoja por el punto exacto para que tenga frente a mis ojos una imagen de mí hacendo lo mismo con mis padres. Conseguir que tus padres mostraran interés por un juguete tuyo era tener ganada la mitad de la batalla. Este ejercicio de papiroflexia temporal me deja en evidencia : Lucía me cuenta qué animales le faltan.

-¿Ves? Ya estás corriendo - me recuerdan las sirenas.

Y también digo que sí aunque responda a mi hija que no. Mi no debe ser como esos aparcamientos en los que se ven surgir, entre las grietas de allquitrán, pequeñas plantas. Lucía se dedica a regarlas el resto del sábado y del domingo con un cuidado y una insistencia infantil : ahí donde yo creo ver un tallo deprimido que ya no crecerá más, ella descubre un árbol mágico capaz de desarrollarse completamente, como esos dibujos que crecen al abrir las hojas de algunos libros. Cosas de haber visto "Mi vecino Totoro" tantas veces.

Mi no, pues, se ha visto desbordado por un árbol de varios metros de altura, de tronco grueso y repleto de hojas. Me lo podría reprochar duramente, pero ahí viene la imagen del ying y del yang para recordarme que todo sí lleva su no dentro, y viceversa. Tal vez sea así en la macrofilosofía, pero en la filosofía más mundana, la que tenemos en el coche el domingo por la tarde, de vuelta a Madrid, mi sí es un sí, con la solidez y evidencia empírica de una bola de granito.

-Ahora paramos en algún Vips antes de llegar a casa - le digo.

Y voy rezando en voz baja para que tengan esas gomas en el Vips. Lo bueno de tener esta fe difusa es que te permite pedir estas cosas con un fervor que no aplico a cuestiones que pueden salvar mi alma. Digamos que en el tema de la vida eterna soy el que se va gastando el dinero en chucherías en vez de invertir en un piso en el que descansar cuando el cuerpo esté bajo tierra y la eternidad sea más que un atasco el lunes por la mañana.

Aparco el coche y descubro que voy andando muy deprisa, casi corriendo.Todavía no sé que la culpa de todo la tiene un japonés que ideó lo de las formas de animales para que la gente no tirara las gomas elásticas después de utilizarlas. Esa idea tan noble inspiró a Robert Croak, que la perfeccionó hasta conseguir que las cintas perdieran su función original y se convirtieran en objeto de deseo por sí mismas, lo que invirtió las buenas ideas japonesas hasta llevarlas a ese lado oscuro del capitalismo que es capaz de gastarse recursos en producir objetos como los regalos de los huevos Kinder. Sea como sea, el japonés fracasó, Robert Croak debe estar ganado bastante dienro y yo respiro aliviado cuando veo, al lado de la liebre de mentira, las cajas de plástico con las colecciones de gomas de colores.

Me gustaría creerme que he llegado a la meta, pero sé que ésta es sólo una etapa. La cantidad de figuras que pueden hacerse es tan grande que me pregunto cuándo terminará esta moda. Quizás la solución sea grabar un vídeo y colgarlo en la red. En él se vería una imagen del pomo de la puerta de la cocina en el que mi madre dejaba las gomas. Había tantas que muchas veces había que sacar varias porque se enredaban. Cuando finalmente tenías una, estaba más seca que un calamar en el escaparate de una cafetería y te la llevabas al cuarto pensando que a lo mejor se recuperaba debajo del grifo. Soñaba entonces con una caja de gomas nuevas y flexibles, pero eso habría sido hacerle un feo al pomo de mi madre.

2 comentarios:

Abela dijo...

Bueno te diré...comer carne y beber vino te alegra el cuerpo y el alma...y tus planteamientos sobre "macro-micro" economia me ha ayudado a descubrir una nueva ubicación para las gomas ( ¿por qué no se me habia ocurrido?).
Un besazo

Sisú dijo...

A ver, abela : mezclar las gomas (sin detallar)con el concepto de macro y micro puede hacer que prohiban que los niños lean este blog, lo que, viendo los pocos que se asoman a este escaparate, es un lujo que no me puedo permitir.
(Yo no he estado aquí, yo no he dicho esto)