jueves, 7 de octubre de 2010

Tasa de recogida de basuras : 121 euros.

Llega un sobre del Ayuntamiento a casa y lo abro con la misma emoción con la que le quitaría el papel de regalo a un botijo. Como hace tiempo que fue mi cumpleaños y el único que me felicita por carta es Isidoro Álvarez, no me sorprende encontrarme con un nuevo impuesto, el de la recogida de basuras. 121 euros.

Para que no duela tanto, lo llaman tasa, que parece la versión infantil del impuesto, como si te lo pidiera Coco en vez de Gallardón. Supongo que buscarán que, en vez de dolor, perciba cierto malestar, y que no note cabreo, sino un leve resquemor, pero la verdad es que me siento como el chicle de Mourinho.

Me sorprende que empiecen a cobrar por un servicio que ya se venía dando. Quizás, me digo, es que antes lo hacían gratis o que las empresas de recogida habían recibido el mismo mensaje que los antiguos corsarios : daros por pagados con lo que encontréis de valor. Con esa crisis, en la que la gente preferirá destilar la piel de la patata antes que tirarla, por si un día se presenta Yeltsin a merendar, ese modelo no sería interesante, por lo que había que tirar del contribuyente.

Decido entonces leer la ley de la tasa, por si el legislador hubiera tenido un día tonto, como esos que ofrecía Yeltsin, y hubiera dejado un hueco legal al que lanzar el impuesto hecho una bola de papel antes de tirar de la cadena. Me alejo de mi plan de ver el primer episodio de la quinta temporada de Dexter y me interno en el texto con la desazón del que tiene que cruzar un desierto con un botijo lleno de crema pastelera. Mi único mapa en esta situación es el dicho popular de que quien hace la ley, hace la trampa. Doy los primeros pasos por la ordenanza esperando encontrarme con un cofre repleto de excepciones.

Leer el texto, no nos vamos a engañar, es como correr con una furgoneta sin amortiguadores por una carretera comarcal : cada párrafo es una piedra. Este estilo es a la literatura lo que una nave industrial a la arquitectura. Funcional, pero con menos alma que el escaparate de una tienda de chinos. A pesar de todo, pronto encuentro algo importante : si eres una comunidad religiosa, iglesia o confesión, no pagas.

-Podríamos crear una iglesia - le digo a mi mujer.
-No creo en nada - me contesta. Como no puede ver a Dexter, ha puesto, en venganza, un programa de La Sexta, sobre mujeres ricas, que no necesita pasar por el cerebro para conseguir efectos sedantes.

Desechada esa opción, veo otra infalibre. Los establecimientos de enseñanza tampoco pagan. Como ahora mis hijos han empezado a llevar mochila al colegio, podemos meterle a uno los envases y al otro la basura orgánica para que la tiren en el colegio o la reciclen en sus clases de educación artística. Se lo planteo a mi mujer.

-¿Basura en la mochila?
-Lo dice la ley - explico. Antes de que diga algo, me respondo yo mismo - No conviente que vayan cargados. Por la espalda.

En la televisión, una mujer muy rica dice que sí, que su marido se iba de putas y que ella decidió ser la más puta de todas. Fantaseo con la posibilidad de ver a Dexter recorriendo esas mansiones, una tras otra, dejando a su paso limpias bolsas de basura.

-Si Dexter viviera aquí - pienso en voz alta - esta tasa le habría obligado a cambiar de vida.

Viendo que nuestras rentas superan la cantidad que resulta de multiplicar por 1,6 el Indicador Público de Renta de Efectos Múltiples (IPREM), se desvanece la posibilidad de encontrar una excepción.

-No hay nada que hacer - digo.

Vuelvo del desierto con la boca seca, el botijo recalentado y las palabras que he leído golpeándome la cabeza como el badajo en una campana. Diría que como excursión ha sido una mierda si no temiera que también hubiera una tasa por recoger basura inmaterial. Quizás la solución sea proponer nuevos impuestos para dividir la carga impositiva entre todos. Se podría pasar uno, en plan Mortadelo, por desgastar la vía pública, por guarecerse en las marquesinas los días de lluvia, por la arena de los parques que los niños se llevan en los bolsillos o por llamar más de tres veces al día a urgencias diciendo que el gato se pone a maullar como loco cuando ve el anuncio de las pulseras mágicas.

-No hay nada que hacer - repito. Como la tasa no se basa en la cantidad de basura que uno genere, sino en el valor catastral del piso, da igual que uno tenga mucha o poca. En el combate entre lo ecológico y lo económico, ya sabemos quién ha salido con el ojo morado. Lo malo de tarifas como ésta es que te hacen sentir como en un bufé, en el que, al grito de "me voy a llenar hasta los bolsillos de croasanes", quieres aprovechar hasta el último céntimo.

-Pues nada. A crear basura.

Como la televisión

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