jueves, 10 de junio de 2010

Comida de menú : 10 euros.

Encima de las mesas, todavía vacías, está el menú del día, impreso en pequeños papeles alargados. Desde lejos parecen facturas, por lo que cada vez que me siento tengo la impresión de empezar la comida por el final. Con un cortado, un salmón y unos pimientos rellenos de carne para terminar, por ejemplo.

Desde que encontré trabajo, hace unas semanas, vengo a este restaurante con dos compañeros más. En la empresa sólo somos seis personas, por lo que el término PYME nos queda grande, como la sombra de un rascacielos cubriendo un guijarro. No creo que exista una definición apropiada para nosotros en el terreno de la economía, donde todas las expresiones son como vasos rotos que pueden cortarte el labio si te las llevas a la boca. Lo más conveniente y seguro es coger la palabra protozoo de la biología y colgársela en el pecho.

Trabajar en una empresa protozoo está bien porque aprendes a sobrevivir con lo que hay. Eres capaz de reducir tus constantes a niveles mínimos en la espera de que por las cuencas secas vuelvan a fluir el crédito y los pedidos. En lo que ese momento llega, o no, te mantienes biológicamente primario y controlando los lógicos deseos de todo protozoo de extenderse por éste y por los demás planetas del universo a lomos de un cometa.

Hoy también somos los primeros en venir porque así hay sitio donde aparcar, podemos elegir cualquier mesa (acaba siendo siempre la misma) y nos atienden rápidamente. Se une, además, esa sensación relajante de entrar en un comedor todavía vacío. Veinte minutos más tarde todas las mesas están ya prácticamente ocupadas por hombres con corbata, polos sueltos o camisetas con el logo de la empresa a la espalda. Resulta más evidente en ese momento el contraste con las camareras que se mueven por las mesas, jóvenes y vestidas de negro.

Pido los pimientos y el salmón. Aquí puedes pedir cualquier plato excepto la caballa. Jamás se te ocurra acercarte al árbol prohibido de la caballa y probar su fruto. El bienmesabe sabe a bienmesabe y el salmón, vuelvo a comprobarlo, a salmón, pero la caballa es diferente.

-He entrado en muchas conserveras y tiene ese olor de las partes que no utilizan y se pudren en las esquinas – me explica un compañero de trabajo el día que prueba la caballa, regresa a su infancia en las conserveras de Galicia y vuelve al presente agarrado de la nariz por ese olor. Por su cara, parece recomendable hacer esos viajes al pasado guiado por el sabor de una magdalena.

Quizás la caballa venga en el lote de la pescadería como esas películas de segunda fila que las grandes productoras les obligan a comprar a las televisiones si quieren poner Spiderman III. La caballa sería a la gastronomía lo que un telefilme sobre un perro detective al cine. Si se observa la recomendación de “no comerás caballa en este restaurante”, que debe aparecer por algún reglamento divino de los que desarrollan los diez mandamientos, todo va bien.

Va bien y tranquilo. Lo de tener camareras parece tranquilizar el ambiente. No se oyen gritos, se puede conversar y todos repartimos “por favor” y “gracias” con la alegría de un paje lanzando caramelos desde una carroza real. Las camareras, viendo que nos portamos bien, que nos lo comemos todo y que no las seguimos con la mirada cuando se alejan, nos quitan el programa de cocina que hay en la televisión plana y nos ponen un canal con el fútbol.

Y es entonces cuando me siento dentro de “Chez Picard”, ese pequeño restaurante francés de los años sesenta que Sempé retrata a la hora de comer en su libro “Monsieur Lambert”. Igual que ocurre en "Chez Picard", aquí hay dos bandos : los que hablan de fútbol y los que hablan de política. Parece que las cosas no han cambiado y que, como un coche que se queda sin gasolina en mitad de una cuesta, vamos hacia atrás sin poder evitarlo. Lo único bueno es la experiencia de ver el futuro mirando al retrovisor.

La camarera nos va señalando mientras dice el café que solemos pedir. Asentimos y se marcha. En la pantalla aparece Del Bosque, al que no podemos escuchar porque, como la felicidad nunca es perfecta, la televisión no tiene volumen. Sospecho que se trata de una venganza del cocinero que sólo cambiará el día que aceptemos caballa como pescado comestible. Habría que devolverle el golpe, pero me temo que la capacidad de ataque de un protozoo es limitada. En este mundo, si no tienes un buen agujero de quinientos millones, no eres nadie.

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