jueves, 7 de abril de 2011

Caja de gomas de 100 gramos : 0,95 euros

En el camino de ida, Lucía rompe la goma que le sujetaba su colección de cromos de Bob Esponja. Me la da para que se la arregle. Hago un nudo fuerte y al probar su resistencia, la goma se vuelve a romper. No hemos llegado muy lejos, no, porque la goma sigue rota pero ahora con un nudo del que salen dos trozos pequeños, como esquejes.

Lucía me mira con una intensidad de adolescente en los ojos. En unos minutos parece haber pegado un estirón de personalidad : ya no es la niña que me pasó la goma. Afortunadamente no tiene lenguaje de adolescente y su queja se queda sin palabras, pero con un silencio rotundo, de un material capaz de resistir la explosión de varios núcleos radioactivos. Así es ella.

-Cuando volvamos, te compro unas gomas – le digo.

Y me vuelvo hacia la carretera como si nada, repitiéndome para que no se me olvide: tengoquecomprargomastengoquecomprargomastengoquecomprargomas.

En el camino de vuelta, les dejo en casa y me acerco a por las gomas. En el Opencor sólo tienen un paquete de gomas de tamaño industrial. Es grande y abultado, como si estuviera lleno de fideos chinos. Me quedo pensando delante de ese paquete, sopesándolo en la mano, en una postura y una actitud que provocaría la sospecha del vigilante de la puerta, atento, supongo, a comportamientos con los míos.

Pienso : ¿Cuál es la cantidad de gomas que una persona consume en su vida? Por muchas que sean, aquí hay para varias vidas o para varias generaciones. Cómo pesa el paquete. ¿Y pagar lo que me piden por sólo una goma que le debo a Lucía?.

En el Opencor me da por pensar porque me parece un sitio extraño. Es una tienda de algo en la que comprar pan, o un video, o el periódico, o una tarjeta de San Valentín, o una botella de vino o cinta para embalar o una lata de mejillones. Pero no sé qué es ese algo. Esa indecisión hace que me sienta incómodo cada vez que entro. No me la tomo muy en serio porque la veo como la versión cara de un local de chinos. Opencol. El yogur que te compras en los chinos te lo comes de pie en el salón viendo sin interés lo que ponen en la tele. El mismo yogur, pero del Opencor, te obligas a tomártelo sentado, en silencio, pensando en cada cucharada.

Pienso mucho en el Opencor. Decido llevarme el paquete de gomas.

Pienso : ¿Cuánta gente habrá comprado un paquete como éste en el Opencor? ¿A qué tipo de urgencia responde que no puede esperar unas horas para acudir a una papelería normal?.

Encuentro a Lucía en su mesa, escribiendo los nombres de sus compañeros de clase en un cuaderno cuadriculado. Sonríe al ver que he encontrado las gomas. Daniel aún me ve como quiere verme. Lucía ya me empieza a ver como soy, por eso se sorprende de que siendo domingo haya solucionado el problema de las gomas.

Con esa sonrisa, los niveles de radioactividad desaparecen al instante y uno podría darse un baño sin miedo en las piscinas de refrigeración.

-Toma – le digo.

Abre el paquete y mete sus manos dentro. Las saca llenas de gomas. Sé que nos pedirá una muñeca, un curso de esquí, la ropa que ha visto en un escaparate, un coche de verdad, un perro de mentira, lápices para pintar, un cuaderno nuevo, dinero para un viaje, palomitas en el cine, una botella de agua, otra botella de agua, huevos fritos sin la yema, mejillones, estos zapatos, y aquellos, y aquellos, otro móvil porque el anterior se le rompió, y el otro lo perdió, y el otro se lo quitaron, y el otro se quedó antiguo, y esos pendientes que hacen juego con esa pulsera que hace juego con ese collar que hace juego con esos pendientes, y este libro, y ese otro, y más rotuladores para pintar, y ropa para una muñeca, y una diadema, y unos vaqueros con los que se vea mejor, y un curso en Londres o en Roma o en Tokio, y después otro curso, y unos zapatos, y más libros, y un reloj, y dinero para ir al cine con gente de clase, con unas amigas, con un amigo, y un billete para el metro, para el autobús, una entrada para un concierto cerca de casa, una entrada para un concierto lejos de casa, dinero para comprarle un regalo mejor a una amiga, dinero para un taxi y poder llegar a casa a tiempo, más cromos de Bob Esponja, de los que huelen, una pelota de plástico, un pijama para el bebé.

Todo eso y más. De esa lista, viendo ahora sus manos llenas, sé que puedo borrar las gomas elásticas.

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