sábado, 25 de septiembre de 2010

Botella de vino Barbazul : 7,25 euros

Le pido a la vendedora que me recomiende algún vino que ronde los siete euros y noto que se crea un momento de tensión, como si le hubiera exigido que me resumiera Guerra y Paz en dos frases. Subo a diez euros y se relaja al ver que puede ampliar su selección. Se dirige hacia una botella y me la muestra, sosteniéndola con el cuidado de una matrona.

-Es un vino que deja un gusto final fuerte en la lengua, como si raspara.

La mezcla de esas dos palabras, lengua y raspar, me lleva a un párrafo de “Hacia la boda”, de Berger. El narrador de ese libro, que releo con placer, es un ciego que sabe detenerse en las voces de las personas : unas le recuerdan a rodajas de sandía en una bandeja, otras calman, otras son pequeñas y rasposas como la lengua de un gato. Dejo que el gato meta la lengua en la boca, cierro el libro y presto atención a la botella, que cojo como si se tratara de un recién nacido.

El vino es un “Barbazul”, de la Tierra de Cádiz. 2008. Con una graduación del 15%. La etiqueta de detrás no dice nada más, lo que me parece un desperdicio. Habría que cuidar más los textos de los vinos, pero parece que ahora toda la importancia se la llevaran las imágenes. Entre un “Vino tino, para acompañar la carne” y “Beber puede perjudicar a las embarazadas con miopía que conduzcan de noche deprisa y sin gafas bajo un intenso aguacero con riesgos de huracanes mientras el cristal se le empaña”, tan del gusto protector de los americanos, podría crearse un subgénero literario interesante.

Tal vez debería hacer alguna pregunta sobre el tipo de uva o la barrica en la que ha reposado (uno pide que le aclaren si de roble francés o americano y queda muy bien), pero no se me ocurre nada y me parece ridículo decirle que me lo voy a llevar porque lo he relacioando con Berger. Sería más sincero si le preguntara lo que de verdad me ronda la cabeza:

-¿Es un buen vino para beber con la familia esta tarde en una fiesta de cumpleaños?

A la pregunta me respondo yo mismo. Con ese 15% de graduación, es probable que los adultos acabemos saltando encima del sofá mientras los niños asisten en silencio a la escena, preguntándose por qué necesitamos beber para hacer algo que a ellos les sale por las buenas. Es que a veces, hijos míos, los años te alejan de esas cosas que hacías por las buenas y el vino te ofrece un salto al pasado para reencontrarte con ejercicios tan saludables como éste. Es el viaje en el tiempo con tecnología “Tempranillo”

-Pues me llevo dos botellas.

Saca dos botellas y las coloca, muy juntas, en el pequeño mostrador que tiene. Sólo estamos ella y yo en la tienda, lo que hace que el local parezca mucho más grande. En una tienda abarrotada te entran ganas de meterte de todo en los bolsillos y pagar sólo un bote de sacarina al pasar por caja. Aquí, por el contrario, daría tres veces lo que me pide como una pequeña contribución al local. Hay que ser un apasionado de los vinos para abrir una tienda en un barrio de supermercados, bancos, locales de bolas y pizzerías. Parece el proyecto de alguien que no sólo quiere ganarse la vida, sino demostrarse algo a sí mismo.

Así que salgo de la tienda con mis dos botellas, sin nada más. Desde el punto de vista práctico, no es una compra muy eficiente cuando se puede ir a una gran superficie y llenar el carro y ahorrar tiempo y dinero, pero creo que la vida sería más interesante si compráramos naranjas en una tienda de naranjas, pasta en una de pasta y vino en una tienda como ésta. Hay algo extraño en mezclar tantas cosas distintas en un carro.

La celebración empieza a partir de las seis. Comemos y bebemos mientras los cuatro primos inventan juegos en un cuarto, visitándonos de vez en cuando como para comprobar que nos portamos bien y que pueden seguir tranquilos. Cuando uno de ellos se acerca a la mesa a por un trozo de empanada o unas patatas los cinco adultos nos inclinamos sobre la mesa para proteger las copas de vino.

Ya avanzada la tarde, abierta la segunda botella, entiendo por qué han elegido un nombre así para la botella. Me siento como un pirata que hubiera llegado a esa isla abandonada en la que uno sueña cuando naufraga durante la semana. Todas las normas que nos persiguen el resto de los días quedan lejos y me recuerdo que mi valor como pirata depende de la distancia a la que consiga mantenerlas. Ahora les he sacado ventaja. Aquí, protegidos por el mar, celebramos en nuestra pequeña fiesta que no tenemos grandes problemas de los que preocuparnos, que es lo que nos decimos con todas las frases en las que nos contamos temas superficiales y sin importancia.

Recuerdo entonces un párrafo del libro de Berger que le iría muy bien a una botella de vino. Me levanto un momento para buscarlo y leerlo:

“Todos se disponen a comer. Con la carne beberán vino tinto de Barolo. Los invitados empiezan a tocarse con más confianza, corren los chistes y las bromas. Cuando alguien olvida algo, otros se lo recuerdan. Se dan la mano al reírse. Algunos se quitan prendas, una corbata, un pañuelo, una chaqueta, un par de sandalias que aprietan de pronto. Las costilletas dispuestas en las tablas invitan a ser comidas con la mano hasta dejar limpio el hueso. Todos comparten”

Vuelvo al salón y sirvo la última ronda. Los niños no dejan de correr por toda la casa en un espectáculo que sólo tiene sentido desde dentro, no como espectador, igual que pasa con la fórmula 1.

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