sábado, 2 de enero de 2010

Juguete para hacer pompas de jabón : 3 euros.

Los domingos por la mañana cierran la calle de Fuencarral al tráfico para que a los niños, en vez de atropellarles un coche mientras sus padres leen los titulares de los periódicos, se los lleven por delante otros niños en bicicleta, patinetes o patines, que siempre es más ecológico y da mejor imagen como ciudad candidata a los juegos olímpicos del próximo milenio.

Los niños que no tengan ganas de hacer deporte pueden esconderse en alguna librería o sentarse a escuchar un cuento a un titiritero que suele acudir casi todos los domingos. Este no es una excepción y cuando nos acercamos a donde se encuentra vemos que la zona más próxima al pequeño teatro que tiene ya está ocupada por niños. Detrás están los padres, con la cámara lista o repasando el correo en la Blackberry para demostrarse a sí mismos y a los demás lo involucrados que están con esa empresa que, cuando le parezca, les echará a la calle sin problemas.

-Bienvenidos a la función de marionetas. Al niño que sepa responder a algunas de mis preguntas, le daré cien puntos.

El titiritero tiene acento de algún país del Este, lo que resulta muy sugerente para un narrador. Aunque con la globalización las historias que un tendero de un barrio del Bronx publique en su blog nos resulten más cercanas que la vida de nuestros vecinos, de los que solo sabemos que él se ducha a las siete de la mañana, que ella pone canciones de Calamaro mientras desayuna y que los dos prueban la solidez de su cama los sábados por la noche (ella con más énfasis), lo del acento extranjero sigue funcionando. Quizás es que lo llevemos en los genes y olvidarse de las cosas resulte más difícil de lo que uno se cree. El titiritero lo sabe y parece que abusa un poco del acento, como si ya fuera una prótesis, pero ahí está los cirujanos estéticos, trabajando a dos manos para seguir demostrando que nos gusta que nos engañen.

Es la primera función de la mañana y tiene a todos sus títeres colocados encima de un trozo blanco de tela. Empieza a presentarlos uno a uno. Son personajes de los cuentos tradicionales perfectamente reconocibles : el granjero, el aristócrata, el leñador, la abuela, el lobo, el demonio verde.

-Falta el otro demonio, que está en casa porque se ha roto un brazo – nos explica.

Supongo que también a los adultos nos relaja el encontrarnos con personajes ante los que es fácil distinguir a los malos de los buenos. Yo mismo, cuando el titiritero va nombrando a cada uno, me descubro clasificándolos.

-Ése es bueno, ése es un cabrón, con ése hay que tener cuidado, ése es bueno.

La realidad es más compleja y ése que parece bueno, agarrándote suavemente del hombro, te invita a que te sientes y te propone un buen negocio.

-Unos fondos en Estados Unidos que dan muy buena rentabilidad, algo relacionado con las hipotecas, que allí son un tema seguro.
-La verdad es que esto no me convence.
-Pero hombre, si te digo la cantidad de fondos importantes que han invertido ahí. Y esos saben lo que se hacen.
-Ni hablar, que los bancos conjugáis muy fácilmente el futuro imperfecto.
-¡Espera, no te vayas! ¡Hombre, que me has arrancado el brazo!
-Si es que estaba muy flojo y te estabas poniendo muy pesado.

Una vez presentados todos los personajes, empieza la obra. La historia, como se descubre pronto, es bastante sencilla : Un granjero tiene una vaca que el demonio verde quiere robarle sin lograrlo. Exposición, nudo y desenlace en la misma frase. Esta historia, que podría acabar como tema de la tesis de algún Erasmus o como argumento de una obra alternativa en la que los actores hablen con la boca llena de patatas fritas, se nos presenta en su limpia y eficiente sencillez. Sin letra pequeña.

A los niños se les pide que avisen al granjero cada vez que el demonio aparezca y quiera llevarse la vaca. Todos parecen encantados de poder gritar sin que nadie les regañe y aprovechan para hacerlo a conciencia, como si su verdadero propósito fuera el de derribar alguno de los edificios que nos rodean. Veo que Lucía apenas abre la boca y que Daniel me mira cuando grita como intentando saber si me parece bien. Mi sonrisa le parece suficiente aprobación y sigue gritando como loco.

El cuerpo en ese momento me pide que empiece a gritar, pero con cuarenta años uno ya tiene metida la burocracia dentro de sí, así que, antes de abrir la boca, convoco a la moral y a las buenas costumbres, dos hermanas que siempre visten igual, a la educación, que acude con la raya del pelo perfectamente marcada, a la laringe, de la que quiero saber hasta dónde puedo forzarla, a la zona del estómago en la que nacen los buenos gritos, al cansancio que se acumula en los hombros como la eterna nieve en la cima de una montaña y a un oscuro enviado del subconsciente con traje negro y una flor amarilla en el ojal. Les pido que me digan qué hacer y cada uno señala para una parte.

Intuyo que a los demás padres les pasa lo mismo y se me ocurre una idea.

-Tengo una idea – le digo a María, que ve la obra con las manos en los bolsillos, con cara de frío.
-¿Sí?
-Podría hacer una obra como ésta para adultos. Pequeñas escenas muy sencillas. Un jefe que convoca a un trabajador para echarle. Un director de sucursal que se reúne contigo para decirte que no va a renovarte la póliza de crédito. Un político que te asegura que va a acabar con cuatro millones de desempleados denominando a los parados trabajadores activos con empleo negativo. Las representaría para que los adultos pudieran chillar como locos y desahogarse.
-Para eso ya está el fútbol.

Los niños siguen chillando, felices, y yo me pregunto para qué quiere un demonio verde una vaca, qué hay en la vida del granjero que el demonio envidie tanto como para quitarle lo que más aprecia. El titiritero no da pistas y cada uno tiene que encontrar el significado. Quizás el demonio verde sea la representación del miedo a perder lo poco que tenemos.

-Vaya, eso me viene bien – me dice el estudiante de Erasmus que prepara su tesis.
-Pues nada, a desarrollarlo – le digo, resignado.

Al final, gracias a la ayuda de los niños, el granjero descubre al demonio y empieza a darle patadas.

-Esta por querer quitarme la vaca. Esta por decir que nos niños son feos. Esta por decir que hay que mentir.

Una vez que el demonio verde recibe su merecido, el titiritero nos ofrece unos juguetes para hacer pompas a tres euros.

-Se los he comprado a los chinos un poco más baratos, pero el teatro tiene que mantenerse así.

Es curiosa la fascinación de los enanos por las pompas de jabón, por ese juego en el que el aire se convierte en algo visible. Me acerco hacia la zona del titiritero y veo que junto a las marionetas tiene un cartel en el que se ofrece para hacer obras rápidas y limpias a domicilio. Me cuesta imaginármelo con un mono azul haciendo una roza en una pared, pero tal como van las cosas, habrá que combinar la vocación con una profesión que dé dinero y acostumbrarse a vivir en esa eterna esquizofrenia. Los piratas, subidos a los lomos del kindle, ya asedian la fortaleza de los escritores después de haber arrasado con la de los músicos y los cineastas.

Les entrego tres euros a cada enano con la impresión de que me los estoy dando a mí mismo.

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