domingo, 15 de febrero de 2009

Entrada para la exposición de Star Wars : 10 euros.

La exposición de Star Wars se presenta en el Canal de Isabel II, en un lugar por donde antes han pasado, entre otros, tesoros del antiguo Egipto o piezas de Roma. Eso hace que no esté muy seguro de que lo que vaya a ver sea cultura, espectáculo o algo más nebuloso para lo que no encuentro palabras. En eso pienso cuando me acerco a las taquillas de la exposición el sábado por la mañana.

-Los sistemas se han caído y sólo podemos vender entradas para la próxima sesión – me dice la chica que me atiende.
-Pues vuelvo dentro de una hora – respondo.

Respondo eso, pero lo que realmente me habría gustado decir es “tanta monserga con el poder de la Fuerza y no sois capaces de mantener los ordenadores funcionando”. La chica de la taquilla me mira entonces como si hubiera escuchado mis pensamientos y antes de que levante la mano derecha y sienta en el cuello la presión del lado oscuro, me marcho silenciosamente. Los enemigos de la República están por todas partes.

Camino de casa me pregunto qué sistema operativo usaron con los ordenadores de la Estrella de la Muerte. Por lo que se ve en ciertas escenas, parece una versión evolucionada de la que manejaba el Spectrum, lo que me parece bastante lógico para permitirle así al Imperio ahorrarse gastos en licencias y problemas de arranque.

-Darth Vader, que se nos ha colgado el servidor de la Estrella de la Muerte.
-Pues se apaga y se reinicia, hombre.
-No, si con ganas de apagarnos ya tenemos a un escuadrón de X-Wing de camino.

La escena, lo reconozco, sufre las influencias de Mortadela y Filemón, en ese magma de la infancia en el que se combina todo lo que uno fue aprendiendo y que, como el centro de un volcán, sigue caliente dentro, dispuesto a salir por cualquier grieta. Ahí se abre la grieta y por ahí sale Mortadelo, en fin.

Los problemas informáticos con las entradas nos permiten desayunar tranquilamente, pero a cambio de encontrarnos con una gran cola cuando volvemos a la exposición a la una y media. Los enanos señalan la gran imagen de Yoda que cubre una de las paredes del edificio y como respondiendo a ella deciden que lo que ellos quieren es ver al sabio vejete antes que nada. Media hora más tarde llegamos a la entrada, donde pasamos los mismos controles que en un aeropuerto. Por un momento me pregunto si nos van a pedir el DNI, como si nos fueran a sentar en el sillón del Halcón Milenario para mandarnos, en un tranquilo salto por el hiperespacio, a una galaxia, muy, muy lejana.

El paseo por la galaxia, como descubro nada más entrar, es propio e intransferible. O dicho de una manera más literaria, para que se vea que uno lee lo que puede, que en el fondo el recorrido lo va a dar uno dentro de su propia cabeza. Frente a piezas de Egipto o Roma hay que salir de uno mismo, pero aquí uno se queda en su propio sótano o desván, dependiendo de donde guarde sus mejores recuerdos.

Los enanos van recorriendo cada sala preguntando por Yoda, como si estuvieran en la casa de la abuela y quisieran verla para que les diera una galleta de chocolate. Sólo se quedan quietos frente al traje de Darth Vader , el de un Stormtrooper o las dos figuras de Chewbacca. Soy de la generación para la que “La Guerra de las Galaxias” empezó con el episodio IV y acabó, agotada como un corredor aficionado y con sobrepeso llegando al final de la San Silvestre, con el VI. El resto lo veo como la caída del propio George Lucas en el lado rentable de la Fuerza. Que mis hijos se queden literalmente quietos frente a Dath Vader me provoca el mismo orgullo que deben sentir los discípulos del Dalai Lama cuando éste, todavía niño, reconoce los objetos que fueron suyos en la anterior vida.

Así que estoy frente al traje de Darth Vader pero donde realmente me encuentro es en la cocina de la casa de mis padres, con el pijama puesto y cenando en esa mesa blanca que salía de debajo de la encimera. Delante de mí tengo una televisión en blanco y negro en la que de repente hablan de una película que se va a estrenar. La primera escena que ponen, mientras la comentan, es la de la pequeña nave de la República que huye. Dispara unos rayos láser a algo que la persigue y que durante unos segundos somos incapaces de ver. Entonces aparece la nave imperial, inmensa, majestuosa, elegante, haciéndonos sentir como si estuviéramos buceando por debajo de una gran ballena blanca. La nave se aleja y se ven las luces intensas y redondas de los tres motores que la impulsan. Siguen después otras escenas en las que aparece Darth Vader rodeado por los Stormtroopers.

Si a mi memoria le ofrecen un cuenco con botones y pepitas de oro siempre coge los botones, por lo que no me sorprende que la única frase que se me haya quedado de aquella noticia sobre el estreno de “La guerra de las Galaxias” haya sido :

-Durante el rodaje no se derramó ni una sola gota de sangre.

Si sé que sentí la misma necesidad de ver esa película cuanto antes que Luke de salir de Tatooine. Lo poco que había visto era ya suficiente para saber que lo que venía a continuación iba a estar a la misma altura. Comenzar con esa escena fue una muestra de genio de George Lucas, que me ganó para su causa a pesar posteriores etapas de dudas y alejamientos.

Vuelvo a la exposición, a la figura de Darth Vader, y me doy cuenta de que la observo como si hubiera pertenecido a alguien que hubiera existido de verdad. Es algo que también me sucede frente a un Stormtrooper en una vitrina. El salto se produce del presente al pasado y, también, de la ficción a la realidad. Para que la sensación hubiera sido completa sólo habría necesitado que apareciera la fecha de cada una de esas piezas. Habría sido un toque maestro, propio de alguien como Banksy.

Los enanos lo quieren ver y saber todo. Por el entusiasmo con el que les explico lo que me preguntan se pueden hacer una idea de lo que me interesa o no. A veces la exposición es museo, entretenimiento, y, viendo las figuras de los primeros capítulos, parque infantil. Que la historia se vuelva tan compleja e increíble en los primeros capítulos sugiere que George Lucas quiso llenar con cantidad lo que logró con calidad ya en el primer capítulo : La historia de alguien aparentemente condenado a vivir una vida de mierda en un planeta de mierda al que todo le cambia cuando, por azar, una unidad R2 le muestra parte del mensaje que lleva dentro. Nada de eso habría pasado, sin embargo, si la primera unidad R2 que el tío de Luke le compró a los vendedores de chatarra no se hubiera roto en el momento justo. Esa avería, que se pasa por alto, supone el cambio de vida para Luke. No es un acierto, sino ese fallo, el que echa a andar toda la historia, como si el picotazo de una mosca pusiera en movimiento una larga caravana de camellos por el desierto.

De todo eso me gustaría hablarles a los enanos, pero están más revolucionados que los Ewoks después de unos chupitos de pacharán. Llegan por fin a la sala en la que está Yoda. Lo han hecho, más que guiándose por la Fuerza, por la Insistencia, quizás la versión infantil de la primera. Los dos se quedan de pie frente a él, como si entre ellos se comunicaran. Me piden que les haga unas fotos y no se marchan hasta que les enseño una que les gusta.

-¿Y por qué es sabio? – me preguntan.

También les hablaré del momento en el que Yoda levanta la nave de Luke de la ciénaga o de ese encuentro de Luke con Darth Vader en el que Luke ve su propio rostro en la máscara destrozada de su padre. Y de Lawrence Kasdan, claro. Y del hecho de que sea en una ciudad que está por encima de las nubes donde empiece la caída.

Al final de la exposición hay una gran tienda con la que no sabemos si se financia la República o el Imperio. Daniel se queda mirando un expositor con varias maquetas de naves. Hay una que yo me llevaría sin pensar, pero no le digo nada. Me dedico a esperar y de pronto la señala con el dedo.

-Quiero ésta – me dice.
-Y yo – pienso.

Lucía se queda con un libro para colorear en el que ha visto, claro, una figura de Yoda.

Ya en la calle me doy cuenta con cierta melancolía, a la que me abandono porque hace un sol que pronto acabará con ella, de que la exposición ha sido un viaje al pasado. Como dijo la abuela de una amiga cuando ésta estaba pasando una mala racha.

-Llegará, será y pasará.

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