lunes, 3 de septiembre de 2007

Menú infantil de Frescco : 6 euros.

Antes de entrar en un restaurante nos aseguramos de que no esté permitido fumar y de que haya espacio suficiente para que los enanos corran. Nos asomamos al Frescco de la calle Orense y comprobamos que las condiciones necesarias (pero no suficientes, que eso depende de los enanos) que pedimos se cumplen. Con dos mellizos de tres años, el horario de comidas se acerca más al que existe en el resto de Europa y cuando entramos en los restaurantes, apenas hay gente. Podemos elegir dónde sentarnos pero no sabemos si el que el sitio esté vacío se debe a que no es un buen lugar para comer o, simplemente, a que es demasiado temprano.

En el Fresco el menú de adultos cuesta 9,95 euros y el de niños, 6. Junto a un largo pasillo está dispuesta la zona de las ensaladas al final de la cual está la caja. En el fondo del local se encuentran los platos calientes. La oferta no es muy amplia (arroz, pasta, tomates, guisantes…) pero esa limitación parece compensarse con la posibilidad de poder repetir todas las veces que uno quiera salvo en la bebida, ya que tenemos que pagar 1,30 euros por un refresco de limón.

A los enanos la variedad de los platos les da igual. Serían felices comiendo pollo y natillas. Cualquier pediatra nos colgaría de los pies, con razón, al leer esto, argumentando que en la dieta hay que incluir verdura, fruta y otras carnes. Lo sabemos y lo aceptamos, apreciado pediatra, pero conocer el camino correcto no quiere decir que podamos seguirlo. Aquí, por ejemplo, lo prueban todo pero acaban comiendo pasta y pizza. El término comer tampoco es apropiado para el proceso por el que ellos se alimentan: tienen sus ritos, su tiempo y su forma de mezclar los platos. Toda comida queda definida por su capacidad de insistir y nuestra paciencia. Si nuestra paciencia es poca, pueden comer espaguetis con las manos y apurar el café del cortado sin que movamos una ceja (situación excepcional, sí, pero verídica). Si nuestra moral es alta, como tropa inglesa después de un arenga de Shakespeare, de la silla no se mueve nadie, las cosas se piden por favor y hasta que nosotros no digamos, no se da por terminado un plato (también excepcional, cierto, pero real) Hoy la negociación es muy suave y pronto llegamos a un acuerdo : ellos utilizan el tenedor, se dirigen a nosotros sin gritos, se tragan todo lo que se metan en la boca en un tiempo aceptable y a cambio nosotros les ayudamos a pintar, con los lapiceros que nos han regalado, una hoja con hortalizas.

-¿Y la zanahoria de qué color?
-Negra
-Tú mandas. Trágate el arroz.

Haber elegido este restaurante , básicamente de ensaladas, viene bien si has dejado el coche con un ticket hasta las dos y se acerca la hora de cumplir con el sistema tributario de Madrid. Llegado el momento, como Cenicienta, me levanto de la mesa y rebusco en los bolsillos para comprobar que tengo las monedas necesarias. Pretendo, ingenuamente, que ninguno de los enanos se fije en mí

-¿Dónde vas?
-Al coche
-Yo también

Ahora están en la fase del “yo también”. Decir que tienes un hijo de tres años es quedarse en lo narrativo. Habría que ser un poco más específico y añadir. Está en la etapa del “yo también”. Del “yo soy spiderman”. Del “yo solo”. Del “me gusta decir caca”, “vamos a tomar algo al bar” o “lo quiero ahora”. Miro a mi mujer, que no me dice nada porque ya sabemos que esto es un lote : si te llevas uno, gratis, el segundo. Así que salgo del restaurante con los dos enanos cogidos de la mano, camino del parquímetro. Me cruzo con una vigilante de la hora que anota con los labios apretados una matrícula en su cuaderno. En el parquímetro, con las monedas en la mano, tengo que repartir las funciones entre los mellizos.

-Tú le das al botón verde para que salga el ticket y tú lo recoges.
-Vale.

Estos enanos están también en la fase del vale, ese vale que nos delata a los madrileños. Rebusco en las monedas las más pequeñas para ver si le puedo provocarle una indigestión al parquímetro y se las voy echando mientras, mentalmente, que hay niños, le deseo que sufra una indigestión que le lleve directamente a ese paraíso con el que soñarán los parquímetros y no soy capaz de imaginar. Toma moneda de diez céntimos, y toma, y toma. Sería un buen negocio que alguien, junto a los parquímetros, te cambiara un euro en monedas más bajas, como cuando en el zoo compras cacahuetes para el elefante, para disfrutar de este pequeño placer, de esta pequeña revolución, de esta oposición contra semejante forma de financiar el sector público de Madrid. Cuando llego a la hora apropiada, la enana aprieta el botón y el enano recoge el ticket. La enana se empeña en tirar el antiguo a la basura.

-Hemos hecho magia – me dice, contenta.

Nos cruzamos con la controladora, que me mira un momento y vuelve a su cuadernillo. La diferencia de peso que noto en mis bolsillos, aligerados de monedas, me sirve para medir mi venganza. Los enanos, agarrados cada uno a una mano, caminan lentamente.

Recupero la ensalada donde la dejé. Mi mujer se levanta para servirse un trozo de pizza. En la zona caliente hay poco donde elegir. Me recuerda al menú de la mili, en los lejanos tiempos de la escuela militar de Marín. Pizza, pasta, gazpacho, pollo y arroz con gambas (las gambas debe habérselas llevado alguien antes).

Al poco de sentarme, los enanos vuelven al ataque, pidiendo ir al baño. La petición no es ni tan educada ni en voz baja. Suele ser un “quiero hacer caca” con urgencia, como si tu cuerpo con tres años no se preocupara por darte los mensajes con cierta anticipación e hiciera todo cuando la necesidad fuera ya inevitable. Algo del estilo : “tienes que hacer caca y tienes que hacerlo ya, pero ya, así que búscate un adulto, preferentemente de la familia, que te lleve al baño y ahí quítale a tu cuerpo lo que ya no necesita, pero ya, pero ya, pero ya”

Mi mujer mira su trozo de pizza caliente, respira por la nariz y se levanta.

-Yo te llevo.
-Y yo pis – añade la enana.

Cosas de mellizos, parece que tienen una cierta coordinación en temas de baño. Es más una cuestión de solidaridad o de curiosidad por ver cómo es el baño porque pocas veces tienen que hacerlo a la vez. Los tres desaparecen por las escaleras que llevan a los baños, en el piso de abajo, y yo retomo la ensalada donde la dejé.

1 comentario:

Elsinora dijo...

Guau! Frescos y sabrosos artículos y llenos de vitaminas estos dos primeros. Bienvenido a la blogosfera. Esperemos que el coste de la actualización esté al alcance de tu bolsillo/horario.
(Pregunta maruja: ¿El Fressco que mencionas no sería antes un Topics/Mister Quick que también era autoservicio?. Yo iba mucho de enana, pero con más de tres años, eso sí).