sábado, 7 de agosto de 2010

Pelota de plástico : 4,90 euros

Limitar el atractivo de la playa al sol y a la arena supone dejar fuera consideraciones más profundas e interesante sobre los cambios espacio-temporales que cualquier criatura de Dios con un mínimo de sensibilidad puede experimentar en ese entorno.

La playa, dicho de otra forma, para el pelotón que haya estado a punto de abandonar la lectura tras el primer párrafo, vuelve todo del revés, haciendo que uno se sienta igual que un astronauta en el espacio, sin saber qué está arriba, qué abajo. Abandonar el traje por un bañador naranja y unas chanclas verdes no es sólo un aviso al mundo exterior, al que esto le trae sin cuidado, sino, más bien, la advertencia al inconsciente de que las cosas van a funcionar de otra forma.

Esbozada la teoría, me propongo presentar un caso concreto, que bastante lectores recibirán con la misma ilusión con la que un niño se agarra al bocadillo de la merienda después de dejar las espinacas de la comida. Heme aquí, por ejemplo, en una tienda de artículos variados de Oropesa, sorprendido por la cantidad de objetos diferentes que la mente humana es capaz de crear sin un fin aparente. Basta con moverse entre las estanterías para descubrir que esta tienda da un paso más allá frente a la competencia porque en lo que ofrecen las tiendas chinas se adivina una utilidad que aquí no existe.

Se rompe así la regla del comportamiento según la cual voy a una tienda a por algo que necesito y por lo que pago un precio. Tras media vida actuando así, uno empieza a sospechar que muy pocas cosas de las compradas eran realmente imprescindibles y decide actuar al revés, adquiriendo objetos inútiles para ver si, con el uso, pueden acabar convirtiéndose en algo necesario. Con ese planteamiento en la cabeza y las chanclas en los pies, no hay mejor sitio que una tienda como ésta, donde puedes comprarte una figura dorada de un toro, un imán con forma de paellera para la nevera, un diploma a la mejor madre del mundo, un azulejo con el nombre de Oropesa, un llavero de plástico con tu nombre, otro con tu signo del zodiaco, un póster con jugadores que hace años abandonaron tu equipo de fútbol o unas gafas de buceo que sabes que se te llenarán de agua en cuanto te metas en el mar a ver cómo se levanta la arena cuando mueves los dedos de los pies.

Toda esa oferta te va sumergiendo poco a poco en una especie de estado zen en el que estás dispuesto a aceptar todo lo que pueda aparecer. Como todo es inútil, todo es válido. Sé que, si uno quiere mantener lectores, dejar escrita aquí una frase como ésta es más irresponsable que repartir tijeras de podar en una guardería, pero no se trata de un mero juego de palabras, sino de un razonamiento que pronto va a adquirir pleno sentido.

Y el sentido me lo trae Lucía en sus manos, en forma de una pelota de plástico con el escudo del Real Madrid. Después de rechazar las llamadas de varias figuras de Hello Kitty, elige esa pelota para que se la compre. Y entonces lo veo todo claro y tengo que estar en ese momento en ese lugar para darme cuenta de que Florentino y compañía, aunque aparezcan con traje en las fotos, diseñan su campaña veraniega en bañador y con chanclas. Ellos también se han metido en una tienda de playa y parecen ir comprando jugadores con la esperanza de acabar encontrándoles alguna utilidad en el futuro. La revelación me deja satisfecho, como toda buena explicación de fenómenos que no conocemos. Así que es eso, me digo.

Desvelada la revelación, es posible que el lector que haya llegado hasta aquí se sienta un poco decepcionado, pero, a cambio, le ofrezco dos conclusiones evidentes y apetitosas, como las banderillas que acompañan a la cerveza y que vienen al caso. La primera es que es necesario pasar unos días en la playa para experimentar esa serie de cambios que el Carnaval, más lujoso, sólo ofrece de forma limitada. La segunda es que no se puede actuar en plan playero si no se está en una playa.

No sé si, a punto de cerrar ya este caótico razonamiento, las cosas han quedado claras. Que conste, en mi descargo, que todavía no me hago a la idea de no volver a ver a Guti de blanco y que eso, junto con el sol, la sed, el cansancio, no me está haciendo muy bien.

Si hay un sitio para calmar mi desasosiego es éste. Entre tanto artículo absurdo, es posible que tengan una camiseta del Besiktas con el nombre de Guti a la espalda. Voy ahora mismo a preguntárselo en mi muy rudimentario turco a un inmigrante oriundo de la zona:

-¿Besiktas? ¿Guti?

1 comentario:

SE dijo...

Jo, pues sí que es una pena no poder actuar en plan playero fuera de la playo, pero la verdad no me veo en mitad del asfalto con gafas de buceo xDDD