lunes, 20 de julio de 2009

Gorra del Real Madrid : 12 euros

Dos horas antes de que empiece el último partido de esta temporada del Madrid en el Bernabéu, frente al Mallorca, decido que es una buena oportunidad para llevar a los enanos al campo por primera vez. Los dos me dicen que sí con un entusiasmo que, a estas alturas de la Liga y sin nada en juego, sólo deben compartir los madridistas que tengan menos de cinco años. El partido empieza a las nueve y les digo, mientras improviso una cena con lo primero que encuentro en la nevera, que sólo vamos a ver media hora, que si no se nos va a hacer tarde. Los dos me dicen que no les importa, como si ahora fueran madridistas de más de cincuenta años a los que incluso esa media hora les pareciera excesiva. Antes de terminar la cena, Daniel sigue animado pero Lucía, súbitamente, cambia de opinión y me dice que se queda.

Así que ahí estamos, Daniel y yo, en el vagón de la línea diez, como dos glóbulos (blancos, claro) que fueran directos al corazón del madridismo, al Bernabéu. Un corazón que en sus buenos momentos ha latido con la fuerza y la velocidad del de Indurain pero que ahora, admitámoslo, se parece al del jubilado jugador de petanca que desde veinte años no se quita el cigarrillo de la boca.

-Debe haber ido lejos la bola porque ni la veo.
-¡Ernesto, coño, que te la has tirado a los pies!

Nada más salir del metro, busco en un puesto algo que le sirva de recuerdo. Me hubiera gustado tener delante a Zidane regalándome dos camisetas firmadas para mis hijos, pero lo que me encuentro en la realidad es a una señora algo desmotivada que me dice el precio de las cosas tras dos segundos de silencio. En esos dos segundos la señora ha tomado en cuenta todas las variables para pedirme una cantidad por una gorra que piensa que voy a aceptar. Las variables no son muchas : La insistencia de Daniel, que se ha encaprichado con una bocina que no le voy a comprar, y mi paciencia.

-Doce euros.

Y doce euros es la cantidad en la que la insistencia de Daniel, que sube, se cruza con mi paciencia, que baja. El que quiera, que se imagine dos curvas en una gráfica cruzándose en un punto. El que no, que se imagine dos curvas en su punto cruzándose con uno.

Diez minutos antes de que empiece el partido, Daniel, en un puesto de chucherías frente a la puerta 42, me dice que tiene hambre. Sé que quiere una bolsa de nubes, pero mi mala conciencia por haberles preparado una cena con unos ingredientes que habrían hecho llorar en directo a Arguiñano, no me deja decirle que no.

Con una gorra en una mano y una bolsa de nubes en la otra, entro con Daniel en el Bernabéu un 23 de Mayo de 2009. Me veo entrando con mi abuelo y con mi padre en el estadio y me los imagino observándonos. Si éste ya es un plan discutible para los mortales, más dudoso debe ser para aquellos que puedan ver las verdades absolutas cara a cara.

-¿Y volver a conformarnos con las sombras de la caverna?
-No, caverna no, el Bernabéu.
-Pues lo mismo da.

El estadio está medio lleno. Venir al fútbol hoy es como pasar la mañana en la zona infantil del Parque de Atracciones sabiendo que las atracciones adultas están reservadas para los socios del Barça. Empieza el partido y me acuerdo de esos concursos de televisión en los que en verano invitan a los niños. Le diría a Daniel de quién son los dorsales si no fuera porque la gran mayoría no jugarán en el Madrid el año que viene.

-El 9 es de Di Stefano. El 11 es el de Gento. El 10 de Puskas.

Reconozco esas voces en mi cabeza, claro que las reconozco.

-No empecemos con las batallitas - les digo.

En el minuto veinte, Higuain mete el uno a cero. No nos sorprende que siete minutos más tarde empate el Mallorca. Es el momento de marcharse para no llegar tarde a casa. Daniel, sin mostrar demasiado interés por el juego (lo que no sé si es una buena señal) les ha cambiado un par de sus nubes por un puñado de pipas a las señoras que tenemos detrás. No se queja cuando le digo que tenemos que marcharnos.

Lo bueno de abandonar tan pronto el estadio es que la calle está vacía. Camino con Daniel de la mano por el centro. En ese momento me acuerdo de la magdalena de Proust y de otra forma de interpretarla : los hechos necesitan tiempo y las condiciones necesarias para crecer. Por eso el presente, por mucho que uno se esfuerce, suele estar crudo. La taza de té nos espera en el futuro.

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