viernes, 9 de noviembre de 2007

Caja de doce lapiceros Bic Kids : 5,47 euros

Sé que comprar papel para la impresora en un Workcenter es como asumir que a uno no le importa el dinero que gasta. En cualquier papelería lo encontraría mucho más barato, ya lo sé, pero cuando se tiene mellizos de tres años hay que aprovechar las ocasiones y en esta mañana de viernes coinciden el espacio y el tiempo, unos minutos sin prisas y un lugar en el que comprar papel, y entro a por lo que necesito.

Decía Einstein que si viajáramos junto a la luz, veríamos cómo el flujo del tiempo empezaría a variar. Yo experimento esa fluidez del tiempo cuando estoy juntos a los enanos, en mis particulares experimentos científicos. En este, por ejemplo, el tiempo se detiene cuando descubro una mesa con lápices y fotocopias para que los niños dibujen. Los dos se sientan en sus sillas de colores y van probando con diferentes colores, ensimismados en su particular noción del arte.

Voy rápidamente a por los folios y cuando regreso junto a ellos veo en qué han estado empleando esos dos minutos que he estado eligiendo entre dos paquetes de diferente gramaje. Lucía ha pintado en todas las fotocopias con un color distinto en cada una de ellas. Daniel se ha dedicado a colorear un gato. Llego a tiempo de ver cómo Lucía empieza a pintar en el dibujo de Daniel en su particular estrategia de probar todas las hojas, como quien le quita los pétalos a una margarita. Javier hace intención de llorar y el tiempo vuelve a acelerarse.

-¿Vamos a buscar unos lápices?

Y el tiempo se detiene otra vez. Dejan lo que tienen en la mesa y se acercan a mí, esperando que les lleve hacia la zona de lapiceros.

Sé que comprar lápices en un Workcenter es como asumir que a uno no le importa el dinero que gasta. La razón para justificarme es la misma que he expuesto en el primer párrafo, así que se puede acudir a él mientras me muevo entre los expositores buscando los lápices. Que estaban por aquí, creo, o por ahí. Ah. Ahí están.

Pararse frente a un expositor de lapiceros debe ser una recomendación de Feng Shui por esa sensación de orden, optimismo y tranquilidad, entre muchas más, que experimento frente a ellos. Así debería ser mi vida, me digo. Al que se sienta más perdido que un trompetista en un grupo heavy bastaría con mandarle una de estas cajas para sanearle un poco las ideas. El tiempo se detiene aún más y noto cómo se demora a mis pies, como un gato caminando de noche. Pero uno de los enanos, no quiero saber quién, le pisa el rabo al gato y me recuerda qué he venido a hacer aquí.

-¿Esos son los lápices?

Así que el tiempo sufre una sacudida, como la del vagón parado cuando tira de él la máquina del tren. Nada serio todavía si no tardo en encontrar los lápices que busco. No sabría expresar lo que busco, pero sé que lo reconoceré cuando lo encuentre. No puedo ser más explícito en este punto de la narración. Voy descartando lo que veo aunque como no sé lo que busco, tampoco puedo decir por qué lo aparto. Los enanos, claro, poco saben de mis vagas intuiciones. Me fijo en los que me señalan y niego con la cabeza improvisando excusas como el que le lanza cacahuetes al león que le persigue.

-Ya tenemos de esos en casa.
-Tienen la punta fina
-No tienen todos los colores.

Y frases por el estilo. La máquina comienza a acelerarse, el león está a punto de lanzarse sobre mí y apenas queda nada de esa sensación del Feng Shui que ahora parece un recuerdo muy lejano. Y es en este momento de crisis cuando me fijo en unos lapiceros que me llaman la atención. En una esquina aparece un 3 con el signo más. Esa señal me invita a cogerlos y a ver qué es lo que los hace especiales para niños de tres años. Un lápiz es un lápiz es un lápiz. A estas alturas ya no hay nada que descubrir.

Eso es lo que pensaba cuando entré en la tienda, pero al leer la descripción de esos lapiceros descubro que son lo que buscaba. La vida cotidiana se compone de bastantes momentos en los que uno se dice “debería haber algo que”. Es una frase que surge como una especie de plegaria dirigida a ese lugar incierto en el que algo incierto se ocupa de estas peticiones inciertas. Para las solemnes están los espacios de culto pero para estas frases que son más que una queja pero menos que una plegaria hablaría del limbo si al limbo no lo hubiera recalificado hace pronto para dejarlo con menos sentido que un diccionario de latín en la jaula de un oso.

Uno se olvida de esas quejas pero el deseo de verlas atendidas persiste de una forma casi silenciosa, modificando en ciertos momentos nuestra forma de actuar. Se quedan ahí y se hacen presentes cuando uno va a elegir unos lapiceros, por ejemplo. ¿Y qué tipo de quejas persistían escondidas e hibernando como la bolsa de guisantes al fondo del congelador? La descripción de los lapiceros las presenta claras ante mí :

-Triangulares, fáciles de coger.
-Con colores vivos
-Con punta súper sólida.

Basta un poco de imaginación para asociar esas frases con los momentos en los que yo pronuncié mis particulares quejas. Para aquellos sin imaginación, seca por la televisión como un lago al que le diera demasiado el sol, presentaré una escena resumen, con uno de los enanos agarrando con problemas un lápiz, apretando varias veces el papel con él para que el color se note y dejándolo caer al suelo rompiendo la punta al instante.

Y hay pocas que provoquen más desasosiego que ver un lapicero de colores con la punta rota. El Feng Shui lo incluye en la lista de cosas que nunca debes hacer, como enfrentarte a tu padre con una espada láser si los dos os apellidáis Skywalker.

Ahora sí que me da igual el precio exagerado que pago por los lapiceros. Que un tipo de Bic haya atendido mis plegarias es algo que vale más que lo que pago. Los enanos caminan contentos con sus lápices junto a mí. El tiempo se adapta a mí para que pueda disfrutar de este momento, de esta mañana de sábado.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Un ramo de margaritas y claveles : 14 euros

Ayer cenamos en un bar decorado con calabazas y murciélagos. Nuestra mesa estaba junto a una pantalla gigante en la que el Madrid fue metiéndole una serie de goles espléndidos a un Valencia, que , tal vez sintiéndose protegido por el murciélago de su escudo en una noche como ésta, no se esperaba esa lección de buen fútbol. Daniel gritaba con cada gol y seguía haciéndolo cuando el resto del local ya se había tranquilizado.

-¿Pero te quieres callar?

Y cuando intentaba razonar con él, el Madrid volvía a meter otro gol, la gente gritaba de nuevo y Daniel me miraba como diciendo :

-Si ya sabía que iban a meter otro.

Lucía, cansada de todo el ruido, me miraba y me pedía que la llevara a tocar las figuras de papel que colgaban del techo. Tras dar varios paseos empezó a preguntarnos cuándo nos marchábamos, así que en el descanso, con un 0-4 que nos había dejado satisfechos, nos marchamos a casa.

Eso fue ayer. Hoy por la mañana hemos leído en el periódico que media hora después de irnos del restaurante y a unos veinte metros de donde estábamos, un hombre fue tiroteado en su coche. La escena parece una descripción de algo sucedido en un sitio muy lejano, no junto a la casa en la que vivimos. En el restaurante ofrecían una copa gratis a quien se presentara disfrazado en esa noche de Halloween, pero los que realmente dan miedo pasan desapercibidos hasta que paran junto a tu coche, sacan la pistola y te recuerdan que en este mundo globalizado las fronteras entre ciudades no existen y que en unos pocos metros puedes saltar de una celebración americana a un paseo por Madrid a un rincón de Bogotá y al salón de tu casa.

Esa representación de la muerte continúa en el mexicano en el que comemos hoy. En una mesa, cerca del servicio, estaban colocados, entre velas y figuras de colores, varios platos de comida. Me gusta la combinación de comida y homenaje a los muertos porque muchos de los recuerdos que tengo de mi padre son de las comidas que celebrábamos todos juntos y que él tanto disfrutaba. Llamo a mi madre para ir al cementerio por la tarde.

Mi madre compra dos ramos de margaritas y claveles en la floristería del cementerio, repleta de gente. Caminamos hacia la tumba de mi padre disfrutando de la vista : sólo se ven flores frescas, de todos los colores, junto a las pequeñas placas que, perfectamente ordenadas, se distribuyen por una amplia superficie de césped bien cuidado. Al llegar junto a la lápida de mi padre, mi madre comienza a quitar las flores que ya se han quedado secas.

Mientras espero a que mi madre termine, me fijo en una niña de unos seis años que va caminando con una bolsa de chucherías. Se para frente a las inscripciones que se va encontrando, como si las estuviera leyendo, y al acabar mete una mano en su bolsa, saca una bola y la deja entre las flores.