jueves, 1 de noviembre de 2007

Un ramo de margaritas y claveles : 14 euros

Ayer cenamos en un bar decorado con calabazas y murciélagos. Nuestra mesa estaba junto a una pantalla gigante en la que el Madrid fue metiéndole una serie de goles espléndidos a un Valencia, que , tal vez sintiéndose protegido por el murciélago de su escudo en una noche como ésta, no se esperaba esa lección de buen fútbol. Daniel gritaba con cada gol y seguía haciéndolo cuando el resto del local ya se había tranquilizado.

-¿Pero te quieres callar?

Y cuando intentaba razonar con él, el Madrid volvía a meter otro gol, la gente gritaba de nuevo y Daniel me miraba como diciendo :

-Si ya sabía que iban a meter otro.

Lucía, cansada de todo el ruido, me miraba y me pedía que la llevara a tocar las figuras de papel que colgaban del techo. Tras dar varios paseos empezó a preguntarnos cuándo nos marchábamos, así que en el descanso, con un 0-4 que nos había dejado satisfechos, nos marchamos a casa.

Eso fue ayer. Hoy por la mañana hemos leído en el periódico que media hora después de irnos del restaurante y a unos veinte metros de donde estábamos, un hombre fue tiroteado en su coche. La escena parece una descripción de algo sucedido en un sitio muy lejano, no junto a la casa en la que vivimos. En el restaurante ofrecían una copa gratis a quien se presentara disfrazado en esa noche de Halloween, pero los que realmente dan miedo pasan desapercibidos hasta que paran junto a tu coche, sacan la pistola y te recuerdan que en este mundo globalizado las fronteras entre ciudades no existen y que en unos pocos metros puedes saltar de una celebración americana a un paseo por Madrid a un rincón de Bogotá y al salón de tu casa.

Esa representación de la muerte continúa en el mexicano en el que comemos hoy. En una mesa, cerca del servicio, estaban colocados, entre velas y figuras de colores, varios platos de comida. Me gusta la combinación de comida y homenaje a los muertos porque muchos de los recuerdos que tengo de mi padre son de las comidas que celebrábamos todos juntos y que él tanto disfrutaba. Llamo a mi madre para ir al cementerio por la tarde.

Mi madre compra dos ramos de margaritas y claveles en la floristería del cementerio, repleta de gente. Caminamos hacia la tumba de mi padre disfrutando de la vista : sólo se ven flores frescas, de todos los colores, junto a las pequeñas placas que, perfectamente ordenadas, se distribuyen por una amplia superficie de césped bien cuidado. Al llegar junto a la lápida de mi padre, mi madre comienza a quitar las flores que ya se han quedado secas.

Mientras espero a que mi madre termine, me fijo en una niña de unos seis años que va caminando con una bolsa de chucherías. Se para frente a las inscripciones que se va encontrando, como si las estuviera leyendo, y al acabar mete una mano en su bolsa, saca una bola y la deja entre las flores.

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