jueves, 28 de octubre de 2010

Pez de agua fría : 2,95 euros

No me mira mal la dependienta cuando nos vende dos peces de colores, aunque seguro que ella sabe lo que yo sé : que uno de ellos va a ocupar el puesto de un pez muerto. En el fondo (bien traído, ya que hablamos de peces y de agua), cuidar peces es como jugar al Mario Bros, porque en ambos casos tienen vidas infinitas. Como se parecen tanto, pones uno nuevo en el acuario y ya es el mismo que se murió. Hasta tus hijos te echan una mano eligiendo un nombre semejante al que ya no está entre nosotros.

-Fluky.

Y Fluky se queda, aunque lo de ponerle nombre a un animal que no te oye no tenga mucho sentido (auditivo). La seguridad que me provoca escribir frases rotundas como ésta desaparece cuando recuerdo que este verano he estado quince días en casa de mis tíos llamando por su nombre a una perra que lleva sorda más de dos años.

-Que no te oye. No, ni aunque grites.

Cierto, y tampoco me leen, pero aquí estoy, estrenando otro párrafo. Estamos en que le pago los dos peces a la mujer y pienso en los que, hasta el momento, se nos han muerto. El primero se murió por tonto, el segundo por listo y al tercero lo maté yo. No sé si estoy en la media. Sería aconsejable que cuando te entregan el acuario, te orientaran, mirándote a ti, después a tus hijos y de nuevo a ti.

-Cuente con que se le mueran unos veinte peces hasta que se haga con la pecera.

Esto te ayudaría, pero aquí nadie dice nada. En vez de disfrutar de la pista esquiando, pasas el tiempo evitando los árboles.

-Cuente con que se pongan los cuernos unas diez veces. Lo normal.

En vez de eso, el cura menciona a Perales y habla,bla,bla pensando en lo mismo que todos los demás, en la novia y en el banquete que se va dar el novio. Acabas casándote con las mismas dudas con las que te llevas el acuario a casa.

-¿Fluky? ¿Y cómo se llamaba el otro?
-Flaky.

Con esos nombres parece que estuviéramos apadrinando una generación de payasos. Los peces y yo compartimos el mismo tipo de memoria, así que no hago ningún esfuerzo por recordarlos. Además, yo les pongo mis propios nombres cuando mueren, lo que dice bastante de los peces y de mí. Inadaptado, Mago y Broncas. Inadaptado murió a los pocos días de montar el acuario mientras su compañero, con el que estrenó pecera, prefería comer y crecer. Mago se escondió detrás del filtro en un truco que sorprendió no sólo a sus dos camaradas, sino a nosotros, que pensábamos que se había desvanecido. Y Broncas merece un párrafo aparte.

Daniel eligió a Broncas porque era negro, como Mago. Ahí se acaban los parecidos. Mago era un pez precioso y digo precioso sabiendo que esta palabra es como un retrete de oro que la gente usara a oscuras : tiene valor pero conviene no sentarse mucho encima. Si hago una excepción es por Mago, un pez de ojos saltones que tenía unas aletas largas que era un placer observar moviéndose en el agua. Broncas era un pez afilado de ojos pequeños que, curiosamente, era el único de su tipo en el acuario de la tienda.

-Está solo porque ataca a los de su misma especie - nos dijo la dependienta mientras le hacía a la bolsa más nudos de los que me parecían necesarios.

A los pocos días, descubrimos que con especie, la dependienta no se había referido a los que eran como él, sino a los peces en general. Broncas era un cabrón, rotundo y sin matices, como una llave inglesa. Se pasaba el día acercándose a los demás peces, como buscándoles con la mirada, y les daba pequeños golpes. La gran mayoría de las veces, asomarse a la pecera era como ver una clase después de una revuelta : en el centro, Broncas, y en un extremo, mirando hacia una esquina, los otros tres peces.

Que hubiera tensión en el único sitio de la casa en el que debía fluir la armonía provocaba cierto desorden en el resto de las habitaciones. Es una noción básica de feng shui que se sabe de forma intuitiva, como que no conviene volver a ponerse la misma camiseta en el gimnasio aunque sepas que va a terminar igual que está ahora, sudada. No nos parecía bueno tampoco para los otros peces, que podrían acabar con los nervios rotos.

Así que había que elegir entre Broncas o los otros tres, y ya he dado bastantes pistas para saber cuál fue mi elección. Eran tres contra uno y las matemáticas también sirven para ayudarnos en problemas como éste. Admito, saliendo del cuarto de las matemáticas, que para mí siempre aparece iluminado con tonos de hospital, que también había algo personal, y aquí entro en lo subjetivo, donde las esquinas siempre se redondean y la luz es roja. Nunca me han gustado los cabrones y bastantes veces me he encontrado con gilipollas que, mirándote a los ojos, quieren que te fabriques tu propia esquina.

-Eso es interesante. Tumbate y desarrollá.

Y ya está, que prefiero pagar a un argentino por una buena entraña. Una noche, mientras mis hijos cenaban, cogí al pez con una redecilla y lo saqué del agua. Pensaba que abriría la boca un par de veces y se moriría, como hacían los peces en Suiza, cuando me cansaba de gritarle a la perra para que viniera y nos marchábamos al lago a pescar. Una cosa rápida que apenas iba a rozar mi conciencia, como pasarle un plumero a una estatua. Pero estaba equivocado.

El pez aguantaba quieto fuera del agua. No se movía violentamente, representando la lucha desesperada del que quiere seguir vivo y perdóname Tom Reagan, que no lo volveré a hacer. Broncas permanecía inmóvil, como si ésta hubiera sido una opción en la que ya hubiera pensado. De vez en cuando abría las agallas o la boca y continuaba fijo, esperando. Pasaron más de diez minutos en los que pasé del distanciamiento a la admiración. En ese pez había una fuerza, dura y fría, que me fascinaba. Broncas era un tanque y los otros peces tres globos atados a su cañón.

Cuando finalmente murió, lamenté no haber pinchado los tres globos. Empecé a guardarlo todo y a inventar una historia para mis hijos con la que borrar cualquier pista. Este post es la otra cara de la versión oficial y un homenaje a Broncas, o una disculpa, o un lamento.

martes, 26 de octubre de 2010

Caja de galletas sin azúcar : 1,51 euros

Se quejan los fabricantes de que las marcas blancas están acabando con ellos y apelan a nuestro buen juicio como consumidores. "Los distribuidores nos pegan en el patio cuando no mira la profesora", dicen. Yo les escucho y asiento afirmativamente de arriba a abajo porque me bastan dos argumentos enlazados para darle la razón a todo el mundo. Les entiendo, claro, pero llegado el momento elijo la marca blanca.

¿Y por qué? Pues porque, siendo madridista, lo de la marca blanca suena bien. Además de ésta, también tengo otra razón : me caen mal las empresas que anuncian que no trabajan para otros fabricantes. Como si el que elige la opción de marca blanca lo hiciera por gusto, ellos están ahí para decirte que no se juntan con los pobres. Hasta la profesora os tendría que sacudir la tiza en el recreo. ¿Qué cuesta sacar una línea con la mitad de cacao o con los bifidus menos rápidos del pelotón? Algo en plan : No te pongo a Casillas, pero te saco a Dudek, que también es del Madrid.

Esta tarde de compras, elijo una caja de galletas marca Hacendado. Estos de Mercadona te ponen juntos los artículos de marca aristocrática y los suyos para que no tengas que esforzarte en hacer la comparación. Se nota que juegan en casa. Como la diferencia de precio suele ser grande, no hace falta que los otros precios los den en yenes y con ese tamaño que hace que en las visitas al oftalmólogo, más que descifrar unas letras, parezca que estés dando clases de morse : punto, punto y otro punto.

Lo que más me gusta de esta caja de galletas es que no parece un diseño

-Packaging, se dice packaging, paleto.
-Tú te callas o les digo a los demás dónde te has escondido antes de que acabe el recreo.

un diseño, como decía, que no parece para pobres, del tipo ayuda humanitaria con fondo blanco y la palabra "galletas" escrita en mayúsculas. Es un trabajo cuidado en el que, incluso, hay una segunda intención.

A lo que vamos, que me voy a cansar de sostener la caja para que se vea empíricamente mi explicación, como de guía en el Prado. Si se fijan en la parte superior, verán la palabra "María" y, debajo, en rojo, "Sin". A nuestros padres, que no necesitaban del inglés porque se iban de viaje de novios a Mallorca, esto no les dice nada. A nosotros, sí. Vaya con María la pecadora. ¿Y qué es eso que se esconde debajo de mi pulgar? El ombligo de María. Del ombligo de María, la mirada cae, lenta y densa, como una gota de aceite, hasta un punto en el que se juntan el tazón de leche, el zumo de naranja y el epicentro pecador de María. Uno no sabe si va a desayunar o a estudiar el origen de los terremotos. Y si se da un rodeo al ombligo para evitarse seísmos matutinos, como el jugador que evita Las Vegas, llegará a esas tres espigas que vuelven a señalar el camino al lugar en el que el desplazamiento de las placas tectónicas provoca el derrumbamiento de las torres más altas.

Con este diseño, la marca blanca sube de nivel porque aparece lo subliminal. Digamos que es un tratamiento al que se le ve el truco, como de magia infantil (si te comes estas galletas podrás a prueba tu sismógrafo), pero funciona muy bien, aunque no ahí donde chapotea ahora la imaginación. La imagen apunta a un sitio pero acierta en otro, en esa parte en la que cada cual tiene alojada la culpabilidad. Al romper con la representación típica de la marca blanca, ya es más fácil saber qué cable hay que cortar para desactivar la culpabilidad e impedir que dejemos de nuevo el paquete en la estantería diciendo :

-Hombre, por un poco más, vamos a comprar unas galletas oficiales, que hay cosas con las que no se juega.

Como si hubiera galletas oficiales. La típica amenaza que activan anuncio tras anuncio y cuyo tic-tac se vuelve más peligroso cuanto más se aleja uno de la ortodoxia. Al coger esta caja de galletas, escucho cómo los alicates cortan por el sitio justo.

Me leo los componentes de las galletas para convencerme del todo. Encuentro : maltitol, adesulfame K, suero de leche en polvo, bicarbonato sódico y amónico, metabisulfito sódico, lecticina de girasol y harina de arroz, entre otras cosas. Suena bien, aunque seguro que le das esos ingredientes a tu abuela y no sabe por dónde empezar. Siguiendo con el estudio de la caja, descubro que los que están detrás de estas galletas son los de San Siro, que aparecen en un borde para firmar el cuadro de las espigas y el ombligo.

-¡Traidores!
-Calla y no salgas del cuarto de baño.

Es curioso que ése sea también el nombre del estadio del Milan, oficialmente el Giuseppe Meazza, al que el Madrid le metió dos goles en su última visita al Bernabéu. ¡Qué gran noche!. Lo de escribir tiene estas cosas : al final parece que sólo tuviera que atar el nudo de lo que he ido preparando antes.

martes, 19 de octubre de 2010

Caja de Silly Bandz : 3,95 euros.

Como ya quedan pocos días de buen tiempo, pasamos el fin de semana con unos amigos en un pueblo de Segovia. El sábado quedamos con ellos a comer y, antes de que traigan el primer plato, su hija, que tiene la muñeca derecha repleta de gomas de colores, se quita una de ellas, con forma de delfín, y se la regala a mi hija. Mientras eso sucede, los adultos, por llamarnos de alguna manera, entre vino y vino vamos proponiendo soluciones macroeconómicas a la crisis con la sutileza del que le pega un puntapié a la nevera para que se arregle. En otro foro seríamos, científicamente hablando, más cuidadosos con nuestros comentarios, pero la amistad, el vino, y el olor a carne a la brasa, hacen que pensemos que basta con arremangarse y plantar bien los pies en el suelo para arrancar cualquier problema de cuajo como el que quita las malas hierbas.

Mal asunto ése de darle martillazos a las grandes cuestiones, como si fuéramos uno de esos herreros de la propaganda soviética, cuando la microeconomía pasa delante de nosotros con la rapidez y energía de una plaga de lagartijas. Ese momento en el que mi hija se coloca la goma del delfín en la muñeca tiene una trascendencia a la que no presto mucha atención : no soy capaz de imaginarme ese mecanismo de reloj suizo que en este preciso momento ha hecho que un pájaro de madera se asome y abra el pico varias veces dando por iniciada la carrera.

Probamos las croquetas y seguimos con el vino. Con la realidad ocurre lo mismo que con la ley : no conocerla no te exime de su cumplimiento. Aunque no lo sepa, yo ya estoy corriendo. Es cierto que en ese instante, frente al solomillo en su punto, estoy donde quiero estar (una de las cosas que uno busca cuando come), pero la liebre de mentira ya ha salido y yo hago mal quedándome en mi cajetín. La parte más sedentaria de mi naturaleza se ata a la silla con un cinturón y, emulando a Ulises, se hace unos tapones con miga de pan para no oír las advertencias de las sirenas, que me recuerdan lo malo que es para el ecosistema consumir carne y, ya de paso, la necesidad de fijarse en el tema de las gomas de colores.

Las sirenas siguen ahí por la tarde cuando el solomillo es un recuerdo y mi hija me enseña las cuatro gomas que tiene en la muñeca. Se las quita con cuidado y me habla de ellas. Un pingüino, un avestruz, una medusa y un delfín. Una vendedora de joyas no las habría colocado con más elegancia encima de la mesa. Le pregunto por esas figuras y el tiempo se dobla como una hoja por el punto exacto para que tenga frente a mis ojos una imagen de mí hacendo lo mismo con mis padres. Conseguir que tus padres mostraran interés por un juguete tuyo era tener ganada la mitad de la batalla. Este ejercicio de papiroflexia temporal me deja en evidencia : Lucía me cuenta qué animales le faltan.

-¿Ves? Ya estás corriendo - me recuerdan las sirenas.

Y también digo que sí aunque responda a mi hija que no. Mi no debe ser como esos aparcamientos en los que se ven surgir, entre las grietas de allquitrán, pequeñas plantas. Lucía se dedica a regarlas el resto del sábado y del domingo con un cuidado y una insistencia infantil : ahí donde yo creo ver un tallo deprimido que ya no crecerá más, ella descubre un árbol mágico capaz de desarrollarse completamente, como esos dibujos que crecen al abrir las hojas de algunos libros. Cosas de haber visto "Mi vecino Totoro" tantas veces.

Mi no, pues, se ha visto desbordado por un árbol de varios metros de altura, de tronco grueso y repleto de hojas. Me lo podría reprochar duramente, pero ahí viene la imagen del ying y del yang para recordarme que todo sí lleva su no dentro, y viceversa. Tal vez sea así en la macrofilosofía, pero en la filosofía más mundana, la que tenemos en el coche el domingo por la tarde, de vuelta a Madrid, mi sí es un sí, con la solidez y evidencia empírica de una bola de granito.

-Ahora paramos en algún Vips antes de llegar a casa - le digo.

Y voy rezando en voz baja para que tengan esas gomas en el Vips. Lo bueno de tener esta fe difusa es que te permite pedir estas cosas con un fervor que no aplico a cuestiones que pueden salvar mi alma. Digamos que en el tema de la vida eterna soy el que se va gastando el dinero en chucherías en vez de invertir en un piso en el que descansar cuando el cuerpo esté bajo tierra y la eternidad sea más que un atasco el lunes por la mañana.

Aparco el coche y descubro que voy andando muy deprisa, casi corriendo.Todavía no sé que la culpa de todo la tiene un japonés que ideó lo de las formas de animales para que la gente no tirara las gomas elásticas después de utilizarlas. Esa idea tan noble inspiró a Robert Croak, que la perfeccionó hasta conseguir que las cintas perdieran su función original y se convirtieran en objeto de deseo por sí mismas, lo que invirtió las buenas ideas japonesas hasta llevarlas a ese lado oscuro del capitalismo que es capaz de gastarse recursos en producir objetos como los regalos de los huevos Kinder. Sea como sea, el japonés fracasó, Robert Croak debe estar ganado bastante dienro y yo respiro aliviado cuando veo, al lado de la liebre de mentira, las cajas de plástico con las colecciones de gomas de colores.

Me gustaría creerme que he llegado a la meta, pero sé que ésta es sólo una etapa. La cantidad de figuras que pueden hacerse es tan grande que me pregunto cuándo terminará esta moda. Quizás la solución sea grabar un vídeo y colgarlo en la red. En él se vería una imagen del pomo de la puerta de la cocina en el que mi madre dejaba las gomas. Había tantas que muchas veces había que sacar varias porque se enredaban. Cuando finalmente tenías una, estaba más seca que un calamar en el escaparate de una cafetería y te la llevabas al cuarto pensando que a lo mejor se recuperaba debajo del grifo. Soñaba entonces con una caja de gomas nuevas y flexibles, pero eso habría sido hacerle un feo al pomo de mi madre.

jueves, 7 de octubre de 2010

Tasa de recogida de basuras : 121 euros.

Llega un sobre del Ayuntamiento a casa y lo abro con la misma emoción con la que le quitaría el papel de regalo a un botijo. Como hace tiempo que fue mi cumpleaños y el único que me felicita por carta es Isidoro Álvarez, no me sorprende encontrarme con un nuevo impuesto, el de la recogida de basuras. 121 euros.

Para que no duela tanto, lo llaman tasa, que parece la versión infantil del impuesto, como si te lo pidiera Coco en vez de Gallardón. Supongo que buscarán que, en vez de dolor, perciba cierto malestar, y que no note cabreo, sino un leve resquemor, pero la verdad es que me siento como el chicle de Mourinho.

Me sorprende que empiecen a cobrar por un servicio que ya se venía dando. Quizás, me digo, es que antes lo hacían gratis o que las empresas de recogida habían recibido el mismo mensaje que los antiguos corsarios : daros por pagados con lo que encontréis de valor. Con esa crisis, en la que la gente preferirá destilar la piel de la patata antes que tirarla, por si un día se presenta Yeltsin a merendar, ese modelo no sería interesante, por lo que había que tirar del contribuyente.

Decido entonces leer la ley de la tasa, por si el legislador hubiera tenido un día tonto, como esos que ofrecía Yeltsin, y hubiera dejado un hueco legal al que lanzar el impuesto hecho una bola de papel antes de tirar de la cadena. Me alejo de mi plan de ver el primer episodio de la quinta temporada de Dexter y me interno en el texto con la desazón del que tiene que cruzar un desierto con un botijo lleno de crema pastelera. Mi único mapa en esta situación es el dicho popular de que quien hace la ley, hace la trampa. Doy los primeros pasos por la ordenanza esperando encontrarme con un cofre repleto de excepciones.

Leer el texto, no nos vamos a engañar, es como correr con una furgoneta sin amortiguadores por una carretera comarcal : cada párrafo es una piedra. Este estilo es a la literatura lo que una nave industrial a la arquitectura. Funcional, pero con menos alma que el escaparate de una tienda de chinos. A pesar de todo, pronto encuentro algo importante : si eres una comunidad religiosa, iglesia o confesión, no pagas.

-Podríamos crear una iglesia - le digo a mi mujer.
-No creo en nada - me contesta. Como no puede ver a Dexter, ha puesto, en venganza, un programa de La Sexta, sobre mujeres ricas, que no necesita pasar por el cerebro para conseguir efectos sedantes.

Desechada esa opción, veo otra infalibre. Los establecimientos de enseñanza tampoco pagan. Como ahora mis hijos han empezado a llevar mochila al colegio, podemos meterle a uno los envases y al otro la basura orgánica para que la tiren en el colegio o la reciclen en sus clases de educación artística. Se lo planteo a mi mujer.

-¿Basura en la mochila?
-Lo dice la ley - explico. Antes de que diga algo, me respondo yo mismo - No conviente que vayan cargados. Por la espalda.

En la televisión, una mujer muy rica dice que sí, que su marido se iba de putas y que ella decidió ser la más puta de todas. Fantaseo con la posibilidad de ver a Dexter recorriendo esas mansiones, una tras otra, dejando a su paso limpias bolsas de basura.

-Si Dexter viviera aquí - pienso en voz alta - esta tasa le habría obligado a cambiar de vida.

Viendo que nuestras rentas superan la cantidad que resulta de multiplicar por 1,6 el Indicador Público de Renta de Efectos Múltiples (IPREM), se desvanece la posibilidad de encontrar una excepción.

-No hay nada que hacer - digo.

Vuelvo del desierto con la boca seca, el botijo recalentado y las palabras que he leído golpeándome la cabeza como el badajo en una campana. Diría que como excursión ha sido una mierda si no temiera que también hubiera una tasa por recoger basura inmaterial. Quizás la solución sea proponer nuevos impuestos para dividir la carga impositiva entre todos. Se podría pasar uno, en plan Mortadelo, por desgastar la vía pública, por guarecerse en las marquesinas los días de lluvia, por la arena de los parques que los niños se llevan en los bolsillos o por llamar más de tres veces al día a urgencias diciendo que el gato se pone a maullar como loco cuando ve el anuncio de las pulseras mágicas.

-No hay nada que hacer - repito. Como la tasa no se basa en la cantidad de basura que uno genere, sino en el valor catastral del piso, da igual que uno tenga mucha o poca. En el combate entre lo ecológico y lo económico, ya sabemos quién ha salido con el ojo morado. Lo malo de tarifas como ésta es que te hacen sentir como en un bufé, en el que, al grito de "me voy a llenar hasta los bolsillos de croasanes", quieres aprovechar hasta el último céntimo.

-Pues nada. A crear basura.

Como la televisión